
Alejandro Valverde, durante la subida al Puerto de Ancares. / EFE
Tiene 32 años, un palmarés que asusta y más vidas deportivas que un gato. Alejandro Valverde ha conocido de todo en el mundo del ciclismo. Sigue vivo en la general de la Vuelta después de la primera etapa de alta montaña en Asturias. Conoce lo que es vivir instalado en el éxito, la fama o el dinero, pero también quedarse embarrancado en una sanción que podía haberle dejado sin carrera ciclista, sin lo que había sido su vida desde que tenía uso de razón y llevarle a convertirse en un juguete roto, uno más, de este deporte.
Es el hijo pródigo de Eusebio Unzue, que tuvo que cumplir con los reglamentos, darle la baja y dejarle de pagar , al menos de forma oficial. Lo que no hizo fue abandonarle. Sabía que el murciano era un corredor único, que es capaz de ganar durante todo el año. Unzue hablaba con su corredor cada cierto tiempo, se enteraba por terceros de que su estado de forma era excepcional, que dejaba a muchos de sus compañeros de equipo subiendo, que rompía los registros de tiempo en las cumbres en las que entrenaba en Murcia durante la época que estuvo parado.
Valverde no se abandonó. Aguantó y ha vuelto a lo grande, en una temporada dividida en dos momentos claves . Si hay algo que nadie discute en el mundo del ciclismo -nadie normal, se entiende-, es que atesora una clase como ciclista que es única. A los 32 años ha vuelto a renacer. También lo había hecho en el Tour, pero aquello fue distinto. Las caídas le dejaron maltrecho y Froome, tirando por detrás, esperando a Wiggins, por poco le deja sin etapa. Aquello ya es historia.
La vida deportiva del murciano está dividida en tres fases. La primera, cuando debutó en profesionales con el equipo Kelme, con quien consiguió ser tercero y cuarto en las Vueltas de 2003 y 2004, además de acumular victorias y dejar la sensación que se iba a convertir en un corredor grande, en un ciclista de altos vuelos.
Su segunda vida la comenzó al fichar con el equipo Caisse d’ Epargne, con quien continuó en la misma línea, hasta que una suspensión de dos años, desde el Tour de Romandía de 2010 hasta enero de 2012, le dejó varado, fuera del circuito de los grandes.
Perdió todo lo que había ganado ese año. Unzue ha seguido confiando en su líder, que lleva en profesionales desde 2002. Con una temporada muy recargada, que comenzó en Australia, donde ya fue capaz de ganar, aguantó hasta el mes de abril a un buen nivel.
La ansiedad, las ganas de hacerlo bien, el querer ganar muy pronto, la acumulación de entrenamientos y kilómetros le pasó factura. Tuvo que descansar.
Llegó al Tour con cuatro victorias -ahora suma siete-, a pesar de que en Francia se estrelló contra la mala suerte. Pidió correr la Vuelta, que no estaba prevista en su calendario, en la que se puso de líder, tres años después de que terminase en lo más alto del podio en Madrid. Siete meses después de su estreno sigue ganando. Lleva tres etapas, con liderato de por medio, en una temporada muy cargada 74 días de competición, que de momento parece no acusar.