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Viento en popa a toda vela por la Costa del Azahar
Actualizado: 21:27

Peñíscola

Viento en popa a toda vela por la Costa del Azahar

Refugio del Papa Benedicto XIII, se levanta sobre un peñón que se eleva 64 metros por encima del nivel del mar

03.11.13 - 21:27 -
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Viento en popa a toda vela por la Costa del Azahar
Vista de Peñíscola desde el mar. / Galo Martín
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Capitan del Club de Mar. / Galo Martín
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Casco antiguo de Peñíscola. / Galo Martín
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Peñíscola. / Galo Martín
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Inicio de la regata. / Galo Martín
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De regata por la Costa Azahar. / Galo Martín
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El velero Club de Mar atracado en el Puerto de Benicarló. / Galo Martín
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Parque Natural de la Sierra de Irta. / Galo Martín
Viento en popa a toda vela por la Costa del Azahar
Parte de la tripulación del Club de Mar. / Galo Martín

Peñíscola

guía práctica
  • Estación Náutica Benicarló-Peñíscola: http://www.enbenicarlopeniscola.com/
  • Actividades náuticas que se pueden desarrollar:Paseos en Golondrina a Castillo y playas de Peñíscola, Sierra de Irta, Islas Columbretes y Delta del Ebro
  • Bautismo: de vela y de submarinismo
  • Alquiler de veleros y embarcaciones a motor

El casco antiguo de Peñíscola invadiendo el mar y coronado por el castillo-fortaleza del siglo XIV, refugio del Papa Benedicto XIII (Papa Luna), se levanta sobre un peñón que se eleva 64 metros por encima del nivel del mar de la Costa del Azahar. Por su agradable geografía y su ventajosa orografía la ciudad a la que se trasladó en 1411 el Papa español, Don Pedro de Luna, fue cruce de caminos de culturas mediterráneas. El castillo templario que hoy orla el horizonte peñiscolano, entre gaviotas y envuelto en aromas cítricos, fue construido entre los años 1294 y 1307 sobre los restos de una alcazaba árabe.

Simulando boyas cardinales, dos arquetípicas playas del levante flanquean el púlpito desde el que Peñíscola parece hablar y/o escuchar al Mare Nostrum. La playa Norte, poblada de anacrónicos hoteles, restaurantes, bares y tiendas de souvenirs de gusto dudoso, se proyecta en dirección a Vinaroz, pasando por Benicarló. La playa Sur, más recogida y junto al Puerto Pesquero, adivina la costa que alcanza Oropesa del Mar, Benicasim y Moncófar, bañando el Parque Natural de la Sierra de Irta. Desde los paseos que orillan las dos playas la mirada que apunta al horizonte no ve velas al azar, sino que distingue el foque, la mayor, la Génova y ese spi (spinnaker) que regala un puñado de nudos extras a los veleros cuando el viento viene de popa. En ese momento es cuando se entiende las palabras pronunciadas por el alcalde de la localidad en la entrega de premios de la IV Regata Mandarina´s Cup, “Peñíscola vive de cara al mar”.

De espaldas a los flotadores, camisetas de tirantes, riñoneras, sillas plegables, neveras portátiles y un sinfín de aparejos playeros, empujan los que parecen un proyecto de marineros la blanca y breve embarcación de vela ligera a las órdenes del informal capitán Axel. Una vez a bordo la virginal tripulación aprende la lengua de los piratas, no confundir con los financiados corsarios sin un ápice de romanticismo en sus cofres, y se cruza los dedos para que Eolo esté de humor y de un soplido haga navegar el barquito. Dispuestos en la popa y alrededor del timón que arriba u orza según el rumbo el bueno de Axel, uno empieza a calcular las millas que le separan de la costa y se pregunta porque babor es de color rojo y estribor verde. Y así, a poco más de 4 nudos (su equivalencia es de 1 milla náutica por hora) la imagen de Peñíscola se congela en la retina de unos tripulantes que suspiran al pensar en las eternas travesías de Cristóbal Colón y otros marinos de la época que dependían de los vientos alisios para alcanzar un destino que ni ellos mismos sabían cuál era realmente.

Varias millas después la tripulación instruida, pero sin tormentas ni virajes que narrar, sube a bordo del Club Marina, un velero de 12 metros de eslora con cabos por todas partes, atracado en el Puerto Deportivo de Benicarló y capitaneado por Joaquín, conocido como Ximo por la gente que se mueve entren pantalanes y amarres. Una vez se han realizado las maniobras pertinentes para salir del amarre y la tripulación está en sus puestos; uno en la proa, otro en la botavara preparando la vela mayor y el resto en la bañera para no molestar, Joaquín avisa “Si alguien cae al agua no pienso dar media vuelta para recogerlo”. Al momento sonreí y la tripulación deshace el nudo que se le hizo en la garganta, pero no es extraño que en regatas como la Copa América de Vela más de uno esté esperando aún a que el capitán vaya en su ayuda para subirlo a bordo.

Joaquín escupe órdenes a la tripulación: “Preparados para trasluchar”, “abrir Génova” y se lamenta de no tener un spi como el que luce el velero que viene desde atrás con nudos de más. En los ratos en que Eolo descansa un tripulante entiende porque los romanos en sus barcos iban provistos de remos.

Hasta la señal de salida de la regata los veleros juegan con el viento y las velas y los capitanes muestran su pericia y su capacidad de mando a bordo. No se puede cruzar esa línea imaginaria que proyecta la lancha en la que va uno de los jueces, pero hay que estar muy cerca para no perder ni un solo segundo. Con veleros a babor y a estribor, en la popa y en la proa, los tripulantes de cada una de las embarcaciones liman la tensión con bromas marinas. A Joaquín le preguntan por el spi del Club Marina y parece que le hubieran echado salitre en una herida abierta.

Una vez comienza la regata y cada velero se posiciona tratando de hinchar sus velas el interés por parte de los noveles tripulantes disminuye y van de banda a banda para escorar la embarcación y entre tanto echan cabezaditas en cubierta mientras Joaquín cuenta anécdotas donde el mar es el contexto. Y así, desde el mar, con viento en popa a toda vela Peñíscola discurre y muestra un lado alejado del turismo desfasado y ruidoso de la costa levantina y hace pensar que las velas son para los veleros lo que los cementerios son para los románticos.

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En la cubierta del Club de Mar. / Galo Martín
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