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Turismo de momias y calaveras
Actualizado: 13:38

destinos 'de miedo'

Turismo de momias y calaveras

El gusto por lo morboso convierte la muerte en atracción turística. Aquí van tres destinos donde rodearse de miles de cadáveres

17.10.13 - 13:38 -
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Catacumbas de los Capuchinos en Palermo.
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Capela dos Ossos, en la ciudad portuguesa de Évora.
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Osario de Wamba en Valladolid.

Lo macabro tiene un magnetismo extraño. Como si estar ante los restos de miles de desconocidos nos acercase a nuestra propia esencia pero de una manera suave, anónima. Será por eso que momias y esqueletos se han convertido en atracciones turísticas a lo largo del mundo. Y no hay que irse a lugares remotos como Camboya para asistir a espectáculos siniestros relacionados con genocidios terribles. Aquí, en el sur de la vieja Europa, es posible rodearse de miles de huesos y calaveras de personas que en su vida terrena nunca imaginaron ser protagonistas sin nombre de una función semejante. A continuación, tres lugares sobrecogedores de donde salir con una sensación rara.

Catacumbas de los Capuchinos. Palermo (Italia). 8.000 momias vestidas de fiesta

Nadie puede imaginarse que exista nada semejante hasta que se da de bruces con ello. En las catacumbas de los Capuchinos hay, meticulosamente ordenadas, las momias de 8.000 palermitanos. Cada una en su hornacina, con nombre y apellidos, y vestida con las mejores galas del finado. Unas mantienen un estado de conservación inquietantemente saludable. Otras miran enigmáticas con las cuencas vacías y las mandíbulas caídas.

La atracción más macabra de Sicilia tiene un origen particular. Las catacumbas estaban destinadas a los monjes pero en el siglo XVII alguien consideró conveniente ampliar el derecho a la posteridad física a un puñado de potentados. Quienes hacían generosas donaciones a la orden se ganaban el privilegio de compartir espacio con los religiosos. Tras fallecer, los cadáveres de los benefactores se ponían a secar. Luego, eran lavados con vinagre y empolvados con arsénico y leche de lima. Al final, se les vestía con sus mejores galas y se les depositaba en su propia hornacina.

Así durante casi 400 años, porque las últimas incorporaciones datan del siglo XX. Por ejemplo, la pequeña Rosalía Lombardo, una niña de dos años que falleció en 1920. Su cadáver está perfectamente conservado, hasta tal punto que casi parece dormir bajo el lazito amarillento que recoge su pelo rubio.

Los largos pasillos tapizados de cadáveres precariamente colgados con alambres mantienen una organización perfecta, como si se quisiesen perpetuar para la posteridad las diferencias marcadas en la vida terrenal. Hombres y mujeres están separados, con un espacio reservado para las vírgenes. Los niños están aparte. Y, entre los varones, también hay separación por profesiones. Hay jueces togados, médicos con bata, militares armados que parecen sucumbir ante el peso de sus condecoraciones, clérigos con báculos... Todos ajenos a que, lo que un día consideraban un privilegio, les ha acabado convirtiendo en una atracción inquietante y 'freak'.

Capela dos Ossos. Évora (Portugal). Alicatado con 5.000 calaveras

Un grupo de monjes franciscanos se puso a cavilar de qué forma podrían recordar a sus convecinos de Évora la fragilidad de la carne y lo fugaz de esta vida. Cierto día del siglo XVII dieron con la solución: tapizar de huesos y calaveras una estancia que está en la parte trasera de la Iglesia de San Francisco. "Nosotros, los huesos que aquí estamos, a los vuestros esperamos", pone sobre la entrada. Pero, ¿de dónde sacar materia prima suficiente para una obra semejante? Fácil: ordenaron levantar los cementerios de la zona y recuperar los restos indefensos de quienes allí habían sido enterrados.

En total se utilizaron los huesos de unas 5.000 personas. Muy cuidadosamente se apilaron unos sobre otros. Fémures y calaveras ocultan totalmente los muros y las columnas, encajados con precisión matemática en un alicatado tétrico. Arriba, en las cúpulas, los nervios de los arcos están delicadamente decorados con cráneos. Y para rematar el conjunto en el muro derecho, como para romper la armonía del lugar, dos momias -de un adulto y un niño- cuelgan descuidadas de sendas cadenas. Hay muchas leyendas que especulan sobre su origen; la más extendida es que se trataba de un hombre adúltero y su hijo, a quienes no querían ni en el infierno.

Osario de Wamba. Valladolid. Lo que dejaron los estudiantes de Medicina

Wamba, a 17 kilómetros de Valladolid, es el único pueblo español que lleva 'w' y debe su nombre al rey visigodo que se coronó allí en el siglo VI. Pero lo más particular de este enclave, lo que atrae hasta allí a cientos de turistas y curiosos, es el mayor osario del país. Unas mil calaveras e innúmeros huesos humanos de todo tipo se apilan ordenadamente en un reducido habitáculo junto a la iglesia mozárabe y románica de Santa María. Así de pulcro está el sitio desde que los propios vecinos del pueblo, hace un par de décadas, decidieron organizar el asunto para evitar que las humedades destrozasen este particular patrimonio, hasta entonces presentado en forma de caótica montonera.

Lo que ahora queda no es más que una tercera parte de lo que había. A mediados del siglo pasado toneladas de huesos salieron de Wamba con rumbo a facultades de Medicina de toda España para que los estudiantes se familiarizasen con la anatomía humana más oculta. Gregorio Marañón, de una tacada, se llevó dos camiones llenos a Madrid. Allí el insigne científico analizó los restos y situó su origen entre los siglos XIV y XVII. Pero, ¿a quién pertenecían? No está claro. Hay teorías que apuntan a que se trata de frailes de la orden de San Juan Bautista de Jerusalén, que durante varios siglos habitaron el monasterio adjunto a la iglesia, del que apenas quedan restos. Otras hipótesis apuntan a que allí, además de monjes, descansan los cadáveres de personas fallecidas en todos los hospitales que había por la zona. Lo único cierto es que ya no hay diferencias entre unos y otros.

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