Una cosa es ver y otra tocar. Convengamos que es mejor lo segundo. Pues cuando se va de viaje, igual. Uno puede contemplar embelesado una sucesión de paisajes bonitos y personajes raros, o bien puede apostar por intentar zambullirse en esos mundos. Literalmente. Además, algunos de los rincones más singulares del planeta lo ponen en bandeja; casi obligan a interactuar, tomar aire, y formar parte del espectáculo.
Gran Barrera de Coral (Australia). Nadar sobre el organismo vivo más grande del planeta
En Australia el deporte es una obsesión, así que las posibilidades de sudar en las antípodas son ilimitadas. Pero puede que una de las experiencias más alucinantes sea nadar sobre la Gran Barrera de Coral. Naturalmente, provisto de máscara y snorkel para no perderse la visión lisérgica del mayor organismo vivo del planeta. Se trata del mayor arrecife del mundo y sus 2.600 kilómetros de longitud son visibles desde el espacio. Se desparrama frente a la costa de Queensland y ofrece un espectáculo de colores, reflejos y formas absolutamente incomparables. Cerca de 2.000 especies distintas de peces, y 125 clases de tiburones, aliñan el invento.
Es un destino de buceo muy popular. Por supuesto, sumergirse con ayuda de oxígeno abre puertas a mundos misteriosos y totalmente visibles por la limpieza del agua. Pero la proximidad del coral a la superficie (incluso menos de un metro en algunos puntos) hacen que la experiencia del snorkel sea óptima. Además, llegar es fácil: desde la ciudad de Cairns parten barcos a distintos puntos del arrecife.
Xiloá (Nicaragua). Bucear en el cráter de un volcán
El entorno de la laguna Xiolá, a 20 kilómetros de Managua, la capital nicaragüense, es un sitio bonito pero no espectacular. Su agua no es demasiado clara porque el fondo fangoso lo impide. Entonces, ¿qué tiene de especial este lugar? Que estamos dentro de un cráter volcánico. Y bucear aquí, pese a la falta de visibilidad en algunos puntos, es mágico. En ciertas zonas, donde hay actividad geotérmica, el agua hace las mismas ondulaciones que el aire sobre el asfalto caliente. Hundir las manos en el lodo casi abrasador a veinte metros de profundidad tiene algo de irreal. Y un poco más allá, el precipicio. Paredes verticales conducen a un abismo negro que parece infinito. Da vértigo quedar suspendido sobre él y uno regresa rápido a la seguridad que da un fondo visible bajo las aletas. Además, en ese lecho fangoso puede encontrarse una vieja avioneta y, en ciertas zonas, fusiles y cargadores que descansan allí desde el desarme tras la revolución sandinista.
Ha Long (Vietnam). Remar entre dragones
La bahía de Ha Long, en el norte de Vietnam, cerca de la frontera china, es merecidamente una de las siete maravillas naturales del mundo y patrimonio de la humanidad. Del mar tranquilo emergen orgullosas moles kársticas que ofrecen un paisaje memorable. Casi 2.000 islas salpican este lugar marciano. El paisaje recuerda a un dragón ondulante que deja partes de su cuerpo en la superficie y, de hecho, así dice la leyenda que se creó este entorno. Muchos barcos surcan sus aguas, aún más mágicas en días brumosos. Pero el modo más directo de descubrirlas es remando. Naturalmente, no será posible recorrer en canoa los 120 kilómetros de longitud que tiene la bahía de Ha Long, pero sí rodear islotes inaccesibles coronados de vegetación e internarse en cuevas negras que desembocan en lagunas interiores de paredes verticales. Un chapuzón tras una hora paleando es pertinente.
Teotihuacan (México). Escalar pirámides
Las pirámides transmiten una energía especial. Uno casi se siente dueño de la historia al ascender por esos escalones irregulares con la ayuda de las manos, tocar la misma piedra que tocaban hace muchos siglos individuos de civilizaciones misteriosas. En Giza (El Cairo) hace muchos años que está prohibido hacerlo. En Tikal (Guatemala) tampoco se puede subir ya ni al templo del Gran Jaguar ni al de Las Máscaras, en la espectacular plaza central del complejo maya. Sí es posible hacerlo en el templo IV por una escalinata habilitada a los efectos, pero no es lo mismo que el contacto directo con la piedra clara. Aún así, las vistas son espectaculares: esa selva tupida y salvaje salpicada de vértices y ondulaciones que esconden construcciones sin excavar ocultas por la vegetación.
Queda la posibilidad de escalar pirámides en Teotihuacán, a sólo 45 kilómetros de México DF. Allí está la pirámide del Sol, de 70 metros de altura, una mole milenaria construida con tres millones de toneladas de piedra sin la ayuda de metales ni ruedas. Al otro lado de la Calzada de los Muertos está el templo de la Luna, más modesto pero también imponente. Entre medias, ni dos horas serán suficientes para recorrer los vestigios de la que fue la mayor ciudad mexicana en el s. I, cuando llegó a tener 150.000 habitantes. Quien pueda abstraerse de los enjambres de vendedores ambulantes y guías solícitos vivirá una experiencia magnética.
Salvador de Bahía (Brasil). Luchar como un esclavo
Brasil arrastra el sambenito de destino golfo, y hay sobradas razones que lo justifican. Y Salvador de Bahía es uno de esos lugares que destilan exceso. Sin embargo, por debajo de la evidente sordidez que tan a menudo impregna el ambiente en los lugares más turísticos, también es una bonita ciudad colonial de calles adoquinadas y olor a mar. Es, además, la cuna de la capoeira, un baile a medio camino entre la danza y el arte marcial que surgió entre los esclavos africanos y está presente en cada esquina. Por supuesto, el viajero no podría ni soñar con emular a todos esos individuos que por doquier lanzan patadas voladoras al ritmo de tambores hipnóticos, pero sí puede aprender los rudimentos del asunto, perder la vergüenza e intentar hacer algo parecido. Quien se lo quiera tomar más en serio, tiene a su disposición decenas de escuelas que forman en esta manifestación de arte afro-brasileño que, cuentan allí (es una de las teorías), surgió cuando los esclavos fingían danzar cuando, en realidad, se entrenaban para la lucha.
Morzine (Francia). Descenso en bici por pistas de esquí
Morzine es un pueblo de cuento en los Alpes franceses. Está entre Ginebra (Suiza) y el Mont Blanc. Así que es un apreciable destino montañero y de esquí. Sin embargo, cuando a partir de junio la nieve se derrite y deja al aire empinadas campas verdes donde hasta ese momento había pistas esquiables, la actividad se transforma. Durante la temporada estival se mantienen abiertos una veintena de remontes para subir con la bicicleta y, una vez arriba, dejarse llevar por la fuerza de la gravedad y caer rodando a velocidades de vértigo. Eso sí, la pericia es fundamental.
Esa es la manera más radical de soltar adrenalina sobre dos ruedas en este entorno. Pero, además, hay 650 kilómetros de senderos señalizados para pedalear a menos velocidad pero con más exigencia física. Y, en todo caso, la sucesión de picos, valles y lagos en este paraje idílico de la Alta Saboya ofrece posibilidades infinitas para calzarse las botas, recorrer kilómetros con la mochila a la espalda y poner un pie en Francia y otro en Suiza.
Desierto de Atacama (Chile). Trekking en el lugar más árido del mundo
El desierto de Atacama (Chile), con sus más de 100.000 kilómetros cuadrados, está considerado el lugar más árido del planeta. Así que, como consideración general, no es el mejor lugar para ir a dar un paseo. Sin embargo, hay zonas fácilmente accesibles como el Valle de la Luna, a pocos kilómetros de San Pedro de Atacama, donde uno puede sentirse absolutamente solo en el mundo rodeado de un paisaje que parece de otro mundo. Los caminos de tierra se internan en cañones profundos donde el viajero queda rodeado por formaciones de roca y arena esculpidas por millones de años de erosión. Es recomendable embarcarse en la aventura al atardecer, cuando el sol pierde violencia, y contemplar desde lo alto de una duna cómo los volcanes lejanos adquieren tonos dorados.