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Un mundo increíble
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300 lugares mágicos

Un mundo increíble

19.08.13 - 14:59 -
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Lalibela (Etiopía). La localidad etíope es famosa por sus templos tallados en enormes bloques de piedra, a medio camino entre edificio y escultura. El más conocido es Beta Giyorgis, la iglesia de San Jorge, que parece crecer en el fondo de un pozo, con la parte superior –en forma de cruz griega– situada a ras del suelo/ Reuters
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Colinas de Chocolate (Filipinas). Por desgracia, las maravillas del mundo no llegan al extremo de que haya colinas de cacao, pero este paraje recibe el sobrenombre por su apariencia de bombonera, con 1.268 elevaciones cónicas. En la estación seca, se vuelven marrones y parecen más chocolateadas./ Zigor Aldama
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Sealand (¿Reino Unido?). En 1967, Paddy Roy Bates fundó este microestado en una fortaleza marina de la Segunda Guerra Mundial, construida por los británicos a diez kilómetros de su costa. Tiene 500 m2 y una historia breve pero turbulenta. Cuando se constituyó, estaba en aguas internacionales, pero ningún estado ha reconocido su soberanía./ R.C.
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Goust (¿Francia?). Es solo una aldea de 2,5 kilómetros cuadrados situada en un rincón poco accesible de los Pirineos, pero en 1648 Francia y España reconocieron su independencia, y no hay ningún documento posterior que recoja su anexión. Para llegar allí, hay que atravesar el Puente del Infierno./ R.C.
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Chand Baori (India). Los 3.500 escalones que enlazan los trece niveles de esta estructura le dan una apariencia laberíntica y desconcertante, que evoca las arquitecturas imposibles de Escher. En realidad, es un aljibe construido en el siglo IX, y los peldaños sirven para alcanzar la reserva de agua que quede en el fondo./ Konstantin Kalishko
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Dafen (China). En este pueblo cercano a Hong Kong se realiza el 70%de las copias de pintura del mundo. Hay 10.000 artistas y 800 galerías. «Es como una gran cadena de montaje de copias realizadas en modo zombi», describe Sergio Parra. El 60% de los pedidos procede de Europa y Estados Unidos./ Reuters
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Carretera de la Muerte (Bolivia). Su nombre original es Carretera de los Yungas, pero se ha ganado el apelativo por su índice de siniestralidad. Es una ruta de 69 kilómetros que bordea abismos pavorosos, sin guardarraíles, y por ella circulan también camiones y autobuses. Para colmo, suele haber niebla./ AFP
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Viganella (Italia). Esa luz que resplandece sobre las montañas no es el sol, sino su reflejo. Viganella, un pueblecito del Piamonte, está en el fondo de un valle y queda siempre a la sombra, así que en 2006 sus vecinos decidieron instalar un sol de mentira, en forma de espejo de acero de 40 metros cuadrados./ Reuters
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Mina de Naica (México). Por fuera parece una cueva normal, pero esconde cristales de selenita que llegan a superar los 14 metros de longitud y 2 metros de grosor, formados gracias a las temperaturas más propias de un horno. Una de las cámaras, la Cueva de los Cristales, está habilitada para el turismo./ Alexander van Driessche

Para ver cosas increíbles, no hace falta irse más allá de Orión ni acercarse a la Puerta de Tannhäuser, aquellas referencias cósmicas que evocaba el replicante de ‘Blade Runner’. Este planeta nuestro está bien provisto de lugares fascinantes, que incluso llegan a desafiar el torpe concepto de la verosimilitud: hay paisajes que parecen antinaturales, edificios que atentan contra la lógica, comunidades humanas con una historia tan singular que nos suena a inventada.

La Tierra y la Historia son más ocurrentes que cualquier novelista, y también han tenido más tiempo para trabajar. El escritor y divulgador científico Sergio Parra llevaba años obsesionado por esa frase hecha de que ‘la realidad supera a la ficción’, una idea que ha constatado muchas veces en sus viajes por el mundo, tanto los físicos como los que realiza a través de libros e internet. Pero, curiosamente, lo que le decidió a recopilar esas geografías alucinantes fue un nombre, un simple nombre. Se trata de Llanfairpwllgwyngyllgogerych-wyrndrobwllllantysiliogogogoch, de modo que a lo mejor tampoco se puede decir que sea tan simple: así se llama una estación del sur de Gales, en un desfile de letras que viene a significar ‘Estanque del avellano blanco de Santa María cerca de la iglesia de San Tisilio y de una cueva roja’. Hipnotizado por ese conjuro consonántico, Parra se puso a trabajar en ‘300 lugares de verdad que parecen de mentira’, un volumen editado por Martínez Roca que alimenta la imaginación sin levantar el pie de lo real.

Nos lleva, por ejemplo, a Sarawak, la cámara subterránea más amplia del mundo, un inmenso hueco en el subsuelo de Borneo donde cabrían sin problemas diez aviones Jumbo en fila. O al desierto de Danakil, en Etiopía, un entorno psicodélico de aguas multicolores, lagos de ácido y géiseres sulfurosos. O a Augustus, la roca más grande de la superficie terrestre, un pedrusco australiano con menos fama que Ayers Rock pero con más del doble de tamaño: 858 metros de altura y más de ocho kilómetros de longitud. El itinerario también toca lugares creados por el hombre, como Fordlandia, que resultó del empeño de Henry Ford de levantar una ciudad de aire estadounidense a orillas del Tapajós, un afluente del Amazonas: tenía su campo de golf y hasta club de vals, jazz y foxtrot, pero hoy solo quedan restos, ruinas de un sueño megalómano. Y para descansar podemos refugiarnos en la mansión californiana donde residía la viuda del creador del rifle Winchester: una médium predijo que iban a asediarla los espíritus de todas las personas a las que habían matado las armas de su marido, así que Sarah Winchester se protegió con una casa de arquitectura demencial, en la que hay puertas que no llevan a ningún sitio, habitaciones sin entrada, pasillos ciegos y escaleras que acaban en un techo.

El pueblo de Dos a Uno

¿Con qué tres lugares que parecen de mentira se quedaría el autor? «Tal vez con los que son muy difíciles de visitar. Por ejemplo, Asgabat, en Turkmenistán, que solo admite un puñado de turistas al año y donde está prohibido sacar fotos: es una ciudad dirigida por un dictador tan caprichoso que, entre otras cosas, se hizo construir un palacio de hielo en mitad del desierto, y muchas calles llevan su nombre, y el logotipo de su cara aparece en todos los canales de televisión. O Sealand, la micronación de hierro que está sobre las costas de Gran Bretaña, con su propio rey, su moneda e incluso una universidad. Como me encanta el arte, tampoco dejaría de visitar Dafen, en China: en este pueblo se elabora el 70% de todas las copias de obras de la pintura universal». Porque, en muchas ocasiones, lo insólito de un lugar está en algún rasgo de la gente que lo habita. Un buen ejemplo es la pequeña ciudad ecuatoriana de Chone, donde muchos padres le echan imaginación a lo de bautizar a sus hijos: allí viven o han vivido personas llamadas Burger King, Adolfo Hitler, Venus Lollobrigida, Ford Chevrolet, Querido Ecuador, Guasington, Obras Portuarias, Dos a Uno (parece que, el día que nació, ganó el equipo de fútbol de su padre), Ben Hur o Land Rover.

¿Por qué sabemos tan poco de los prodigios que esconde nuestro planeta? «El mundo es mucho más grande de lo que imaginamos –analiza Sergio Parra–. Toda la humanidad podría vivir en España con una densidad similar a la de Madrid, y sobraría espacio para mil millones de personas más. Si nos apiñáramos como en un concierto, la humanidad cabría en una pequeña sección del Cañón del Colorado. El espacio físico disponible en la Tierra es inabarcable: podemos cruzarlo a gran velocidad, pero necesitaríamos varias vidas para explorarlo con detenimiento. Otro motivo tiene que ver con los canales por los que se informan los turistas y los viajeros: casi siempre inciden en los mismos detalles, sin aventurarse más allá». El autor también cree que la ficción está mejor comercializada que los reflejos fidedignos de la realidad: «Se vende, empaqueta y presenta de forma más cuidada. La gente siempre preferirá perderse por la Tierra Media antes que por su barrio, porque parece que en las novelas de fantasía o de ciencia ficción es donde podemos encontrar los enclaves más espectaculares. He tratado de demostrar, en la medida de lo posible, que es justo al contrario: en el mundo real hay sitios más fascinantes, y la ficción solo es una copia de algunas de esas maravillas».

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