Para ver cosas increíbles, no hace falta irse más allá de Orión ni acercarse a la Puerta de Tannhäuser, aquellas referencias cósmicas que evocaba el replicante de ‘Blade Runner’. Este planeta nuestro está bien provisto de lugares fascinantes, que incluso llegan a desafiar el torpe concepto de la verosimilitud: hay paisajes que parecen antinaturales, edificios que atentan contra la lógica, comunidades humanas con una historia tan singular que nos suena a inventada.
La Tierra y la Historia son más ocurrentes que cualquier novelista, y también han tenido más tiempo para trabajar. El escritor y divulgador científico Sergio Parra llevaba años obsesionado por esa frase hecha de que ‘la realidad supera a la ficción’, una idea que ha constatado muchas veces en sus viajes por el mundo, tanto los físicos como los que realiza a través de libros e internet. Pero, curiosamente, lo que le decidió a recopilar esas geografías alucinantes fue un nombre, un simple nombre. Se trata de Llanfairpwllgwyngyllgogerych-wyrndrobwllllantysiliogogogoch, de modo que a lo mejor tampoco se puede decir que sea tan simple: así se llama una estación del sur de Gales, en un desfile de letras que viene a significar ‘Estanque del avellano blanco de Santa María cerca de la iglesia de San Tisilio y de una cueva roja’. Hipnotizado por ese conjuro consonántico, Parra se puso a trabajar en ‘300 lugares de verdad que parecen de mentira’, un volumen editado por Martínez Roca que alimenta la imaginación sin levantar el pie de lo real.
Nos lleva, por ejemplo, a Sarawak, la cámara subterránea más amplia del mundo, un inmenso hueco en el subsuelo de Borneo donde cabrían sin problemas diez aviones Jumbo en fila. O al desierto de Danakil, en Etiopía, un entorno psicodélico de aguas multicolores, lagos de ácido y géiseres sulfurosos. O a Augustus, la roca más grande de la superficie terrestre, un pedrusco australiano con menos fama que Ayers Rock pero con más del doble de tamaño: 858 metros de altura y más de ocho kilómetros de longitud. El itinerario también toca lugares creados por el hombre, como Fordlandia, que resultó del empeño de Henry Ford de levantar una ciudad de aire estadounidense a orillas del Tapajós, un afluente del Amazonas: tenía su campo de golf y hasta club de vals, jazz y foxtrot, pero hoy solo quedan restos, ruinas de un sueño megalómano. Y para descansar podemos refugiarnos en la mansión californiana donde residía la viuda del creador del rifle Winchester: una médium predijo que iban a asediarla los espíritus de todas las personas a las que habían matado las armas de su marido, así que Sarah Winchester se protegió con una casa de arquitectura demencial, en la que hay puertas que no llevan a ningún sitio, habitaciones sin entrada, pasillos ciegos y escaleras que acaban en un techo.
El pueblo de Dos a Uno
¿Con qué tres lugares que parecen de mentira se quedaría el autor? «Tal vez con los que son muy difíciles de visitar. Por ejemplo, Asgabat, en Turkmenistán, que solo admite un puñado de turistas al año y donde está prohibido sacar fotos: es una ciudad dirigida por un dictador tan caprichoso que, entre otras cosas, se hizo construir un palacio de hielo en mitad del desierto, y muchas calles llevan su nombre, y el logotipo de su cara aparece en todos los canales de televisión. O Sealand, la micronación de hierro que está sobre las costas de Gran Bretaña, con su propio rey, su moneda e incluso una universidad. Como me encanta el arte, tampoco dejaría de visitar Dafen, en China: en este pueblo se elabora el 70% de todas las copias de obras de la pintura universal». Porque, en muchas ocasiones, lo insólito de un lugar está en algún rasgo de la gente que lo habita. Un buen ejemplo es la pequeña ciudad ecuatoriana de Chone, donde muchos padres le echan imaginación a lo de bautizar a sus hijos: allí viven o han vivido personas llamadas Burger King, Adolfo Hitler, Venus Lollobrigida, Ford Chevrolet, Querido Ecuador, Guasington, Obras Portuarias, Dos a Uno (parece que, el día que nació, ganó el equipo de fútbol de su padre), Ben Hur o Land Rover.
¿Por qué sabemos tan poco de los prodigios que esconde nuestro planeta? «El mundo es mucho más grande de lo que imaginamos –analiza Sergio Parra–. Toda la humanidad podría vivir en España con una densidad similar a la de Madrid, y sobraría espacio para mil millones de personas más. Si nos apiñáramos como en un concierto, la humanidad cabría en una pequeña sección del Cañón del Colorado. El espacio físico disponible en la Tierra es inabarcable: podemos cruzarlo a gran velocidad, pero necesitaríamos varias vidas para explorarlo con detenimiento. Otro motivo tiene que ver con los canales por los que se informan los turistas y los viajeros: casi siempre inciden en los mismos detalles, sin aventurarse más allá». El autor también cree que la ficción está mejor comercializada que los reflejos fidedignos de la realidad: «Se vende, empaqueta y presenta de forma más cuidada. La gente siempre preferirá perderse por la Tierra Media antes que por su barrio, porque parece que en las novelas de fantasía o de ciencia ficción es donde podemos encontrar los enclaves más espectaculares. He tratado de demostrar, en la medida de lo posible, que es justo al contrario: en el mundo real hay sitios más fascinantes, y la ficción solo es una copia de algunas de esas maravillas».