
A los pies de la granítica sierra de Sintra los versos del esteta Lord Byron dibujan lo que esconde la niebla en la cumbre. Unos senderos sinuosos y abrazados por una flora de ficción se pierden en la bruma para dar a parar a un romántico palacio que la Pena es no poder divisarlo. Esparcidos y en actitud de pleitesía se suceden; el Castillo de los Moros, un chalet alpino, el jardín de Monserrate y el convento de los Capuchos. Muestra de la armonía entre la naturaleza y la arquitectura en 1995 fue declarado Paisaje Cultural Patrimonio de la Humanidad por la Unesco.
Apostado en el centro de la villa de Sintra, el Palacio Nacional y sus dos icónicas chimeneas blancas custodian el acceso a la peña más visitada de Portugal. En mitad del ascenso, entre musgo descansando sobre las piedras y helechos, se presenta el Castillo de los Moros y el paseo por el adarve de sus murallas como el peaje que se debe pagar por alcanzar la cima.
El Palacio de la Peña orla la “Montaña de la Luna” que antes de la llegada de su huésped más ilustre (1838), Don Fernando II, el Rey Artista, ere agreste. Muy pronto comenzaron las obras de restauración del lugar y el macizo derivó en un arboreto a base de hayas, magnolias, rododendros, eucaliptos, etc. a los pies de un ecléctico palacio que aúna estilos neomoriscos, orientales, aderezados con un aire de mansión británica neogótica y manuelinas.
Ese mismo gusto extravagante por la arquitectura lo mostró en su vida privada al enamorase y casarse (1869) de segundas nupcias con Elise Hensler, una mujer al margen de la corte (hasta que se convirtió en la Condesa d´Edla). Juntos vivieron en el Chalet, modelo alpino, rodeados de camelias y azaleas. Desde el jardín se puede contemplar diferentes tomas del Palacio de la Peña, el otro gran amor de Don Fernando II.
En este “Glorioso Edén”, como Lord Byron se refiere en sus poemas a la mítica sierra de Sintra, existe un canto especialmente romántico que fue la debilidad los ingleses Gerard de Visme, William Beckford, Francis Cook y el propio Byron; el Palacio y los Jardines de Monserrate. Su estética “Mil y una Noches” y los escritos de los viajeros del Grand Tour fueron las migas de pan que guiaron a muchos jóvenes viajeros románticos a descubrir este rincón del paraíso cubierto de palmeras, secuoyas, bambúes, acebos, alcornoques, madroños y una fina rosaleda, atravesados por bucólicos parterres.
Igual que hay espacio para los estetas hay hueco para los franciscanos, que por la capucha de su hábito dan nombre al Convento de los Capuchos, sin duda, un lugar muy especial en Sintra. Sus alrededores salpicados de coscoja, boj, acebo, avellano, laurel, roble, romero y lavanda y su austero interior revestido de corcho y de planta irregular eran los escenarios desde donde practicaban su regla de vida: la estricta observación.
Una vez se traspasaba el umbral de la Puerta de la Muerte el monje comenzaba una existencia dedicada a la senda espiritual. Al rey Felipe I de Portugal y II de España el lugar no le pasó nunca desapercibido, le tenía una gran estima y le dedicó una frase sintomática “Allí está Pena y aquí la gloria”.