Cuatro paraísos de Félix Rodríguez de la Fuente que aprendimos a amar
En el 40 aniversario de su muerte, recorremos los parajes castellanos importantes en su vida
Mucho antes de Greta Thunberg y su ecologismo posmoderno existió Félix Rodríguez de la Fuente , auténtico sembrador de conciencia ecológica en un país que consideraba alimañas a sus joyas faunísticas, que desecaba sus lagunas, que arrancaba la piel a sus montes. Inspirador de «baby boomers» y generaciones posteriores, murió hace 40 años en un accidente de avioneta en Alaska dejando una impronta indeleble en todos aquellos que, siendo niños, corrían a sentarse delante del televisor cuando escuchaban la mítica tonadilla compuesta por Antón García Abril para «El hombre y la Tierra» . Dentro de su Serie Fauna Ibérica recorrió muchos lugares de la geografía española. Hemos seleccionado un puñado de destinos castellanos: rincones de la naturaleza que aprendimos a amar.
Poza de la Sal
En el pueblecito de la Bureba burgalesa donde nació, Félix «vivió la infancia de la humanidad en su propia infancia, agreste y montaraz, con el instinto atávico de los niños», según testimonio de su esposa, Marcelle Parmentier. Los años de la Guerra Civil le hurtaron una educación al uso, y el chico se dedicó a deambular por las sierras y páramos castellanos, a observar a los animales y las plantas, a escuchar los relatos de los viejos pastores de los que, tal vez, aprendió esa forma tan sencilla de contar las cosas. El paseo por el casco antiguo, que conserva gran parte de la muralla medieval, es un placer, con el Páramo de Masa presidiendo el decorado . No deje de visitar las salinas, explotadas antes incluso de la ocupación romana, que le proporcionaron prosperidad a la villa durante centurias (www.pozadelasal.es).
Tablas de Daimiel
Dos capítulos de su programa dedicó el naturalista a este parque nacional de la Mancha Húmeda , en peligro por la sobreexplotación del famoso acuífero 23, el mar subterráneo que le da la vida. Girando de buenas a malas rachas, en este reservorio se respira tranquilidad al cruzar por las pasarelas de madera, atravesar los bosquetes de retorcidos tarayes y espiar desde los promontorios los movimientos de las aves acuáticas, los aguiluchos laguneros y, al atardecer, las bandadas de grullas que entran a las llanuras colindantes. No nos olvidamos de la excelente gastronomía manchega: duelos y quebrantos, tiznaos, tojunto, pisto, berenjenas de Almagro, migas, gachas, perdices, conejo, venado, jabalí, queso y vino (www.lastablasdedaimiel.com).
Hoces del Riaza
Félix visitó a principios de 1974 esta rasgadura castellana, en Segovia, para preparar filmaciones sobre el buitre leonado. La disminución de sus poblaciones le puso sobre alerta y auspició, junto al Fondo Mundial para la Protección de la Naturaleza (WWF/Adena), la creación del Refugio de Rapaces de Montejo de la Vega, un proyecto emblemático que aún perdura. En sus cárcavas (acentúese sin miedo la palabra al pronunciarla para lograr el tono característico de Rodríguez de la Fuente) encuentran su hogar las aves y fijan su mirada los senderistas (www.wwf.es/nuestro_trabajo/refugio_de_montejo).
Barranco del río Dulce
Si tuviéramos que elegir un sanctasanctórum de Félix, sería este. En la hoz de Pelegrina, en Guadalajara, se filmaron muchos capítulos de «El Hombre y la Tierra». Alcanza su máxima altitud y valor ambiental en el barranco del río Dulce, con sus bosques de ribera, encinares, quejigares, rapaces rupícolas, nutrias... Un lugar con credenciales (parque natural, Zona de Especial Protección para las Aves, Red Natura 2000) donde, de forma misteriosa (o no tanto), nos sentimos como en casa (www.turismocastillalamancha.es).
Noticias relacionadas