Constanza, Konstanz en alemán, es una de las pocas ciudades que se salvaron de la destrucción de la Segunda Guerra Mundial, conservando por tanto toda su antigüedad, belleza y tronío. Es toda una joya en un entorno geográfico único, besando los Alpes. Su cercanía a Suiza y Austria, desde las primeras tierras al sur de Alemania, lo sitúan como excelente puerta de entrada a la llamada ruta de los cuentos de hadas.
Múnich queda a un par de horas, además a través de una carretera de máxima calidad. Para alcanzar Suiza basta con cruzar el lago Bodensee, ya sea en barco o rodeándolo en tren. En media hora estás en el país helvético y en un par de ellas se planta uno en Zúrich. Innsbruck, otra maravilla austriaca como es Innsbruck, queda pelín más lejos pero hay tren directo.
Una de las mayores atracciones de Konstanz es el puerto, con su estatua de una dama giratoria llamada Imperia. Desde aquí se pueden tomar barcos que atraviesan el lago para ir a Suiza. A pocos pasos del puerto está el Konzil, uno de los edificios ajardinados más aclamados de la ciudad. El centro de Konstanz se encuentra bastante cerca, a tiro de piedra cruzando un puente sobre el río Rin. Una tarde da para recorrer el casco antiguo, donde destacan la catedral de Nuestra Señora, cuya visita incluye el acceso a la cripta románica construida en el siglo XI, y las torres de Pulverturm y Rheintorturm, que forman parte de la antigua muralla medieval. También es interesante ver la plaza de Markstätte y la Münsterplatz, donde se encuentran los restos de una fortaleza romana.
Lo que más me llamó la atención de Konstanz fue su cuidada arquitectura. Algunos edificios tienen muchos siglos, pero incluso los realizados hace un par de ellos o hace sólo un par de décadas conservan en el casco histórico esa arquitectura típica de Alemania, pero también del oeste de Suiza y el este de Austria. Las ordenanzas estéticas se cumplen a rajatabla. Hablo de las típicas casas hechas con palos de madera, pero cuyas paredes están decoradas como un mosaico de colores vivos. Bellísimo incluso en la lluvia que me tocó soportar esa tarde.
Konstanz es también una ciudad verde y rodeada de agua por todos lados, por lo que es pequeña y portuense, huele a mar y se recorre bastante rápido. En pleno corazón de la urbe, junto al puerto, se ubica la estación de tren y de autobús, justo enfrente de un establecimiento McDonald's que, como bien me hizo notar mi guía, es el único sitio donde se puede ir al servicio gratis. Y es que en Alemania para ir al servicio público normalmente hay que rascarse la cartera. Eso sí, están muy limpios y cuidados. Quizás sea precisamente por este motivo pecuniario.
Para mí, Konstanz fue una ciudad cuya existencia casi desconocía pero que resultó ser un regalo grato para la vista. La tranquilidad y la belleza se dan la mano aquí, junto a los Alpes. La vida puede ser maravillosa en este pueblo que cuida la arquitectura hasta el extremo.
PASAJEROS AL TREN
La oferta para la paz mental se completa con el eficiente servicio de trenes de Alemania. Los ferrocarriles son de una precisión de reloj suizo, lo cual es de agradecer. Además, la gente es muy amable y simpática. En cuanto a los precios, siempre está la económica opción de InterRail (como fue mi caso) o la web de DB Bahn donde todo viene muy claro. Lo normal es concederle un día a Konstanz cuando se está en ruta hacia Zúrich, Múnich, Innsbruck o Bregenz. Las vistas de las montañas desde el tren son de postal, te reconfortan con la vida. Supongo que los listos son los que le conceden más de un día y se quedan a vivir en Konstanz. Donde todo es tal y como se sueña en un pueblo idílico.