Bastaba con observar el kilómetro final de la llegada a Montpellier para saber que Mark Cavendish no iba a ganar la etapa. Omega dejó todo el trabajo a Lotto, que bloqueó la cabeza de la prueba. Greipel, que tiene al lanzador de Cavendish en los primeros años de su carrera, el australiano Adam Hansen, había cogido la posición, la medida de donde debía de saltar, y lo más importante, sabía que Cavendish no estaba bien.
La caída que tuvo el campeón británico a 35 kilómetros de la llegada, que le dejó su maillot blanco con los colores ingleses teñido de negro, le sobrepasó.
Tuvo que desgastarse para poder entrar en el grupo principal, perdió esa explosividad que en un sprinter resulta decisiva y se tuvo que conformar con el cuarto puesto porque Peter Sagan y Kittel también le pasaron en la línea de llegada. Fueron unos kilómetros que le mermaron y le pusieron muy nervioso.
En ese ramillete de los mejores apareció Juan José Lobato, que se está asomando al balcón del peligro que suponen las llegadas del Tour, siempre complicadas, con desenlaces inesperados, y más después de una etapa en la que la media horaria se fue a los 44,300 kilómetros por hora.
Si a la velocidad le añadimos el calor, más de treinta grados, y las rotondas que pasaron los ciclistas, el día anterior sumaron ¡55!, nos encontramos con corredores que tienen las cervicales y los brazos destrozados de la tensión, de tocar los frenos de forma constante.
Son trazados que fatigan a los corredores. Hubo de nuevo caídas, Nairo Quintana, Purito Rodríguez y el esloveno Brajkovic, que no tenía muy buen aspecto después de quedarse sentado en el suelo.
Se juntan, normalmente, la caída y el miedo que produce ese vuelco que te da el cuerpo, junto al golpetazo contra el asfalto, que deja desorientado y dolorido al ciclista. Si algo tuvieron los corredores fue desgaste.
Alejandro Valverde llegó muy castigado físicamente, con el rostro demudado y la paliza que produce una etapa sin puertos, que normalmente tiene otras trampas.
Fue una jornada de lanzadores, alguno de ellos ya consagrado, como André Greipel, que estuvo de niñera de Cavendish y ha ido mejorando hasta ser capaz de ganarle, aunque ha quedado en doce ocasiones por detrás de él.
Desde que se marchó de su lado, sólo le ha ganado en cuatro ocasiones. Algo parecido a lo de Impey, que cumple esa misión en el Orica.
Un amarillo enrojecido
Orica no deja el maillot amarillo, que ha pasado de las espaldas de Simon Gerrans a las del sudáfricano Daryl Impey, el primer africano que se viste de amarillo en el Tour. Lo intentaron en Marsella y lo lograron en Montpellier.
Las consecuencias de hacer una buena contrarreloj por equipos se dejan ver con el paso de los días en un Tour sin bonificaciones.
Impey ha ganado en las dos últimas ediciones de la Vuelta al País Vasco la etapa de Vitoria. A los 28 años se ha ido haciendo su lugar en el mundo profesional después de pasar por equipos como el Barloworld o el RadioShack, hasta asentarse en el Orica.
No es el primer maillot amarillo que se coloca Impey en su cuerpo. El primero terminó con una parte de su superficie roja debido a la sangre que empapó su tejido víctima de una caída en la última etapa de la Vuelta a Turquía de 2008.
Logró subir al podio antes de acudir al hospital. El holandés Theo Boss le agarró en pleno sprint y se cayó, lo que pudo costarle un disgusto serio. Subió al podio con un collarín. Lo peor es que se fisuró la tercera vértebra cervical.
Tuvo suerte. Si se la hubiese roto las consecuencias hubieran resultado terribles. Eso le salvó de un destino peor. Ganaría la general de aquella prueba.
Ese accidente le hizo perder mucho tiempo en la recuperación. Fue campeón sudafricano contrarreloj. Las dos etapas de la Vuelta al País Vasco que había ganado era lo más importante que había logrado en su carrera. Hasta ayer, con ese maillot amarillo que le ha hecho entrar en la historia del Tour del Centenario y en la de la carrera.
Antes de llegar al Orica corrió en grupos modestos como NetApp o Qhubeka. Cuando llegó al RadioShack les dijo a sus compañeros una frase: «Soy el ciclista que se cayó en Turquía, pero también el que ganó esa carrera». También pasó por el equipo francés de La Pomme Marsella. El lanzador de Matthew Goss encontró su recompensa.
Estuvo en el Barloworld con Chris Froome. Ese equipo se convirtió en una buena cantera para algunos ciclistas sudafricanos que se encontraron con la posibilidad de dar un salto en su carrera que, en el caso de Froome, le ha llevado hasta el momento a ser favorito para poder ganar este Tour de Francia.
Una carrera que va a una media horaria de 42 kilómetros por hora, con los Pirineos encima, puede resultar muy peligrosa, imprevisible, con unas consecuencias inesperadas.