Mikel Nieve, muy regular en las dos llegadas en alto
Un pasillo humano de veinte kilómetros acrecentaba todavía más el calor que hacía en sus pendientes, peladas, sin un solo árbol bajo el que protegerse, con ese paisaje único, desértico, que deja los cuerpos de los ciclistas maltrechos, rotos por el esfuerzo. Todo, después de más de 220 kilómetros de carrera, de una etapa de 242 kilómetros que tuvo un ritmo delirante desde su inicio. Eso y mucho más no nos impidió ver a otro corredor que llegó a la luna, a la cima del Mont-Ventoux, en una jornada en la que se rodó más fuerte que nunca: Froome.
El título de la película que este domingo se rodó en estas pendientes podría ser el de ‘Cuando Froome dejó a Contador’. Ni el ataque de Nairo Quintana, ni el posterior de Mikel Nieve, ni la lucha por sobrevivir de Contador. La imagen del día se produjo cuando Froome se puso a dar pedales con tanta fuerza, la cadencia de pedalada de la que tanto se hablaba en la época de Lance Armstrong, que se quedó solo. Miró hacía atrás y se encontró a Contador en la lejanía.
Es como si hubiese puesto en marcha un motor y Contador hubiese visto alejarse un cohete de amarillo, un color que no va a poder degustar en este Tour el líder del Saxo-Tinkoff. Quedaban 7.200 metros y el monte pelado, el horno en el que el mistral, ese viento que surge de sus entrañas -consigue que el calor de buena parte de la subida se transforme en frío en el alto-, nos conduciría a una ascensión por parejas.
Froome absorbía a Nairo Quintana, que atacó de muy lejos, cuando quedaban 12,8 kilómetros. Antes lo había hecho Mikel Nieve. Froome tenía a Porte, Contador a Kreuziger. Todo iba a ser cuestión de tiempo, de altitud, de fuerza, de querer y no poder. Mikel Nieve tuvo que tirar de Contador hasta que el líder del Saxo Bank se le quedó. Gracias a él pudo conservar su tercer puesto en la general.
Subir solo el Mont-Ventoux es poco recomendable: la sensación de soledad, de agotamiento que siente un ciclista, a pesar de los miles de gritos que escucha en la lejanía, aunque los tiene muy cerca, no compensan esa agonía que llega a la entrañas, que rompe a una persona, la destruye. Porque en eso realmente consiste el ciclismo: en destruir a los rivales, dejarles sin recursos, tocados ante el cansancio, la carretera, el calor. Todo se vuelve en contra. No se puede ni pensar. Hablaron Mikel Nieve y Contador.
También hablarían Froome y Quintana. Porte había hecho su trabajo. ¡Finalizó a 2:49 después de exprimir el grupo! Froome, de forma inconsciente, dejó ver el potencial que atesora, los watios que mueve, la superioridad que tiene, como maneja las subidas. A falta de 6.700 metros dejaba a Quintana.
Quintana, a por el podio
Su director le explicó por el pinganillo que era un temeridad, un riesgo quedarse con tantos kilómetros por delante sin nadie a lado. O quizá le dijo que iba a volver a masacrar el Tour. Froome no ataca, no. Es como si rompiese los pedales de su bicicleta, como si aplicase un voltaje a su cuerpo que parece imposible de detener. Son descargas que parecen eléctricas. Cuando estaba al lado de Nairo se le notaba incómodo, fuera de su ritmo. Necesitaba revolucionar su cuerpo, meterle más velocidad. Y eso fue lo que hizo. Este domingo sí tuvo equipo.
Se paró, habló, descansó, pensó, y como observó que Nairo Quintana le iba servir de poca ayuda, volvió a irse, esta vez de verdad, para ganar, para colocar su nombre al lado de Eddy Merckx, Bernard, Pantani, Virenque o Garate. No hubo regaló como el que le hizo Armstrong a Pantani en 2000 para nadie.
Quiso darle ánimos el americano al italiano entonces, no humillarle como algunos interpretaron. Todo sería inútil. Pantani, el mejor escalador que uno ha visto nunca junto al colombiano Lucho Herrera, se dejaría sus triunfos, su leyenda, su vida en la soledad de un hotel italiano en la costa del Adriático.
Si a alguno de esos vencedores se parece Froome es a Merckx, por aquello de que domina las contrarrelojs y la montaña. Desde Merckx en 1972 es el primer líder que gana en el Mont-Ventoux .
Movistar buscó ganar la etapa, poniendo a sus corredores a trabajar cuando quedaban 87 kilómetros para la meta. Durante ¡50 kilómetros no pararon hasta disminuir la diferencia de la escapada que llevaban delante!
Más tarde entrarían a trabajar Euskaltel y Sky. El trabajo del equipo de Nairo y Valverde beneficiaba al líder, es cierto. Tenían que hacerlo y lo hicieron, una vez más, a la perfección. Quintana llegó hasta donde pudo.
Kreuziger y Contador, también, lo mismo que Mikel Nieve. Se movió cuando pudo el corredor de Euskaltel. Sabe que está en desventaja con los escaladores puros, no pudo atacar de lejos y finalizó tercero, probablemente ante los dos mejores escaladores del mundo.
Nadie pudo con Froome. Estamos hablando de dos ciclistas, Quintana y Mikel Nieve, que buscaron alguna fisura en ese inglés de plástico -así le conocen algunos periodistas británicos por haber nacido en Kenia–, que no parece ni transpirar.
Si no se para al lado de Quintana, su diferencia hubiera podido ser más amplia, en un Tour que está ya muy tocado, con Mollema a 4:14, Contador a 4:25, Kreuziger a 4:28 y Ten Dam a 4:54. Las dos llegadas en alto que hemos tenido, hasta el momento, han sido masacrantes para sus rivales. Contador perdió 1:45 en Ax 3 Domaines y 1:40 este domingo. Mollema cedió 1:10 en los Pirineos y 1:46 ayer. De los pocos que ha mejorado sus guarismos ha sido Nairo Quintana, que también atacó allí y perdió 1:45 en Pirineos, mientras que en el Ventoux fueron 29 segundos.
Quintana, a sus 23 años es la mejor opción de Movistar, con Valverde totalmente descartado. No se escondió el colombiano para explicar lo que había sucedido cuando habló con Froome: «Me dijo que si colaboraba con el yo ganaría la etapa, pero no podía darle relevos. Le aguanté lo que pude. Todo el día se ha ido muy rápido, ha sido muy difícil. Voy a por el maillot blanco y a por un puesto en el podio».
Un podio que desde el segundo puesto va a estar muy solicitado. Ni Contador lo tiene asegurado.