La historia de la perrita viajera que recorrió 16.000 kilómetros para reunirse con sus dueños
El coronavirus obligó a sus amos australianos a dejarla en EE.UU. Su periplo para regresar ha durado casi cinco meses
Una auténtica odisea que ha durado casi cinco meses. Así puede resumirse la historia de Pipsqueak, una perra salchicha, obligada por la pandemia y las estrictas reglas impuestas para importar mascotas a quedarse en EE.UU., al cuidado de una desconocida que pensó que sus dueños la querían abandonar. Estos, los Eilbeck una familia que estaba dando la vuelta al mundo en un velero , tuvieron que empaquetar sus pertenencias y regresar a un vuelo a Austria en un plazo 48 horas por las restricciones impuestas por el coronavirus. Las fronteras se cerraban.
Era el 27 de marzo. 16.000 kilómetros después y tras un sinfín de problemas, cancelaciones de vuelos, prohibiciones y demás, el animal y la familia están juntos. Se encontraron el pasado 11 de agosto.
Zoe y Guy Eilbeck, junto a sus hijos Cam y Max, tuvieron que atracar y dejar su yate de 12 metros de eslora en Hilton Head Island (Carolina del Norte). Como no podían llevarse a Pit, como llaman cariñosamente al can, al que recogieron en 2018 en Sicilia al estar abandonado, lo dejaron en manos de una señora que respondió a un anunció, agobiados por su inminente marcha, según recoge la CNN.
Ellen Steinberg, la cuidadora de Pit, comprobó que de abandono nada: los Eilbeck e staban volcados con la perrita . De hecho, mantenían un estrecho contacto por las redes sociales e incluso hacian videollamadas para comprobar su estado. Mientras, Zoe se afanaba en arreglar el ingente papeleo que le exigían para poder importar una mascota desde EE.UU. a Austria.
Como e l espacio aéreo seguía cerrado , los Eilbeck se dieron cuenta de que ninguno de ellos podría ir a recoger a Pit: tendría que regresar sola. Los trámites burocráticos se complicaban cada dos por tres, debido a los requisitos e interrupciones relacionadas con la pandemia. Entre medias, tuvieron que hacer analíticas al animal para comprobar que no tenía ninguna enfermedaad contagiosa. Tras cumplir todos las exigencias y con el permiso de importanción en mano, reciben de la noticia de que la compañía aérea no va a llevar a ninguna mascota más a Australia. El mazazo fue brutal.
De costa a costa
La familia no se resignaba y tras buscar fórmulas dieron con la clave: su perrita podía llegar vía Nueva Zelanda. Uno de los problemas era que el único aeropuerto con compañías que transportaban mascotas, Jetpets, salía desde Los Ángeles. Por ello, tenían que buscar a alguien que trasladara al animal desde Carolina del Norte hasta allí. De costa a costa. De nuevo, a través de llamamientos publicados en redes sociales , lograron su objetivo.
El 23 de julio llegó a Auckland, tuvo que pasar esa noche la cuarentena. Luego a voló a Melborune y pasó otros 10 días aislada, como ocurre con todos los animales que llegan a Australia desde el extranjero. El 3 agosto, cuando iba a hacer el último trayecto que le quedaba para reunirse con sus dueños, la situación se complica de nuevo: el estado de Victoria cierra las fronteras con Nueva Gales del Sur por el incremento de los contagios por coronavirus.
Parecía el cuento de nunca acabar. El hermano de Zoe , que vive en Melbourne, dijo que él cuidar a Pip y reservó cuatro billetes a Sídney para la perra. Todos fueron cancelados.
La rocambolesta historia había salido ya a la luz pública y tras las publicaciones, la compañía Virgin Australia intervino y se encargó de que la mascota pudiera volar. El 11 de agosto se produjo el ansiado encuentro. « Nuestro mayor temor era que no nos recordara después de todo ese tiempo», comentó Zoe. No fue así. Pit salió corriendo y acabó en los brazo de todos.
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