Wuhan: las cicatrices del coronavirus
Más allá de la nornalidad que ya se respira en Wuhan tras la epidemia de coronavirus, queda el trauma de quienes sobrevivieron y perdieron a sus seres queridos
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Tras el control del coronavirus , China vuelve a la normalidad y lleva ya más de un mes sin informar oficialmente de contagios de transmisión local, solo importados del extranjero. Aunque se puede dudar de estas cifras oficiales porque todos los países están manipulándolas, y más si son regímenes autoritarios, lo que es innegable es la normalidad que se respira incluso en el epicentro de la epidemia, Wuhan . Pero, más allá de sus mercadillos abarrotados y sus animadas calles, donde muchos van ya sin mascarillas, quedan unas cicatrices imposibles de borrar. Las que dejaron las ausencias de aquellos que se llevó esta primera gran pandemia del coronavirus del siglo XXI. Como la suegra de la señora Liu, un ama de casa de 47 años que, entre lágrimas, nos cuenta una tragedia que va camino de repetirse un millón de veces en todo el mundo.
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« Mi suegra pilló un resfriado repentino y empezó a subirle la fiebre la noche del Año Nuevo Lunar (24 de enero) . En ese momento no pensamos que fuera el coronavirus, sino un constipado. Pero no se recuperó. Aunque se le controló la fiebre, la infección pulmonar empeoró. En ese momento, toda la ciudad de Wuhan era un caos. Había mucha gente en los hospitales, pero no podían ser ingresados porque hacía falta una prueba positiva del ácido nucleico para conseguir una cama. Mientras esperábamos los resultados en casa, su estado empeoró y ya no podía respirar. Le compramos una máquina de ventilación, pero no mejoró. Cuando llegaron los resultados del ácido nucleico, había muerto el día de antes sin poder ser ingresada. Nos destrozó que quisiera ir al hospital pero no pudiera porque no había sitio », recuerda, con la voz entrecortada por la emoción, tras una mascarilla.

«Siempre hemos pensado que, si hubiera sido ingresada en un hospital, no habría muerto. Si hubiera resistido unos pocos días más, habría sobrevivido. A tenor de las noticias que vimos después, hubo gente que estaba más enferma que ella y otros más ancianos que sobrevivieron, pero ella no llegó a tiempo», lamenta su mala suerte.
Al dolor de la pérdida se suma la agonía de aquellos terribles días de invierno, cuando Wuhan y el resto de la provincia de Hubei fueron cerrados y toda China se detuvo por completo menos los muertos, que no paraban de subir. «Dejó de comer, su respiración era cada vez más rápida y difícil y poco a poco se apagó. Cuando empeoró, el 1 y 2 de febrero, su voz era tan ronca que no podía hablar y solo asentía o negaba con la cabeza. La intentamos animar diciéndole que se pondría bien y sería ingresada pronto en un hospital. Ella también esperaba ser hospitalizada, pero esos tres o cuatro días fueron demasiado largos y finalmente falleció el 5 de febrero. En ese momento ya no podía comer ni beber agua al mediodía. Por la tarde, ya no podía respirar. Le preguntabas cualquier cosa y estaba consciente. Había tanto que quería decirnos, pero no podía. Así la vimos morir», rememora sin poder contener el llanto.
Lo peor de esta maldita enfermedad no es solo que te roba a los seres queridos, sino hasta los besos de despedida. «Debido al confinamiento de la ciudad, los cadáveres debían ser gestionados por las autoridades. Llamamos al distrito vecinal y luego a la funeraria, que iba desinfectando puerta por puerta, recogía los cuerpos y se los llevaba. Todo el proceso era responsabilidad del Estado y gratis», narra la señora Liu, que no pudo celebrar el funeral hasta la apertura de Wuhan. «Las cenizas fueron enviadas directamente de la funeraria al cementerio para su almacenamiento. Tras el control de la epidemia en Wuhan, recuperamos sus cenizas en abril , pero el funeral no se celebró hasta el 12 de mayo para que coincidiera con el Día de la Madre», explica apenada.
Para evitar contagios, «la ceremonia fue muy reducida porque no se podía juntar mucha gente y tuvimos que pedirle a los parientes de Wuhan que no vinieran, lo que va en contra de la tradición ». Nueve meses después, la señora Liu sigue sin saber cómo se contagió su suegra, ya que nadie más de su familia dio positivo por coronavirus . Con mucha pena porque «no podrá ver a sus nietos casarse y tener hijos», tras esta experiencia valora la vida más que antes y se siente afortunada de estar en China ahora que hay rebrotes en todo el mundo. Confiando en que se atajen pronto, asegura que «solo cuando la epidemia esté controlada podremos recobrar nuestra vida normal».
Hoteles de cuarentena
Para Xu Ping, director de fábrica jubilado, esta no llegó hasta que en mayo se hicieron las pruebas del coronavirus a nueve de los once millones de habitantes de Wuhan . Con su negativo y el de toda su familia, quedaba atrás la angustia de los meses anteriores, en los que él, su esposa y otros parientes fueron aislados en « hoteles de la cuarentena ».

«Por ser un caso sospechoso, estuve 18 días en un hospital temporal y otras dos semanas de aislamiento en una casa vacía que me prestó un amigo, pero mi esposa pasó ingresada 54 hasta que finalmente superó la enfermedad y pudimos reencontrarnos », narra con una sonrisa bonachona y meneando la cabeza como si todavía no pudiera creer todo lo ocurrido.
«El 20 de enero fuimos juntos al supermercado. Ya había rumores sobre la enfermedad y nos habían recomendado que lleváramos mascarillas, pero nos las olvidamos. Solo cuando llegamos me di cuenta de que no las teníamos… ¡y el supermercado estaba lleno! Cuando nos marchamos, mi esposa no se sentía bien y temía haber pillado un resfriado, pero yo no le di mucha importancia entonces», recuerda el inicio de la pesadilla. « La noche del 21, su temperatura había subido a 38,5º y se sentía muy mal . Al día siguiente fuimos al ambulatorio. Tras el análisis de sangre y el escáner pulmonar (CT), se le diagnosticó un caso sospechoso de coronavirus y tuvo que ser trasladada al hospital del distrito, que estaba escaso de recursos y solo pudo darnos una consulta y algunas medicinas. No había camas. En ese momento, yo estaba ya seguro de que se había contagiado del coronavirus e intenté contactar a un amigo para que me ayudara a conseguir una cama en un hospital. Finalmente, fue ingresada la noche del 22 de enero y la ciudad fue cerrada en la madrugada del 23», rememora aquel aciago día en que, todavía sin saberlo nadie, iba a cambiar el mundo.
«Había solo una docena de camas en nuestra planta del hospital, lo que no era suficiente para tantos pacientes. Cuando fue ingresada, no se le había diagnosticado el coronavirus porque no se había hecho la prueba del ácido nucleico. El 24 fue trasladada a un hospital especializado en enfermedades respiratorias. Pero seguía sin haber capacidad suficiente para hacer las pruebas. Así es cómo pasamos una semana en el hospital esperando el test y la confirmación del diagnóstico. Cuando finalmente llegó y dio positivo, toda la familia nos tuvimos que hacer la prueba por ser contactos directos, pero en esos momentos solo había análisis de sangre y tomografías del pecho», detalla Xu Ping , a quien nunca se le confirmó la enfermedad Covid-19 por PCR pero fue aislado. «Aunque todo este tiempo ha sido angustioso, ahora pienso que somos afortunados. Mi esposa tiene buen ánimo y se siente como si hubiera renacido porque ve la vida de forma diferente», se congratula. Pero también deja claro que «ella no quiere hablar del tiempo que estuvo enferma por el trauma que le dejó».