Reuniones, fiestas y un transporte público abarrotado, las claves del repunte que ha reconfinado a Lisboa

En la capital lusa se estaba relajando la inquietud por la pandemia después de los numerosos elogios recibidos por Portugal

Francisco Chacón

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Los rebrotes del coronavirus en la región de Lisboa han desembocado en un retorno parcial a las medidas de confinamiento, que afectan a 19 distritos de la capital portuguesa y alrededores pero en ningún momento se aplican a todo el área metropolitana en su conjunto.

Si uno camina por la Baixa, el Chiado, la Alfama o el Barrio Alto, no verá en absoluto una urbe desierta ni un panorama tan apocalíptico como a mediados de marzo, cuando parecían cumplirse las profecías de autores de ciencia ficción como Ray Bradbury o J. G. Ballard.

La población en la amplia franja que circunda la cuna del fado se sitúa en torno a las 2.800.000 personas, contando municipios densamente habitados como Amadora, Loures, Odivelas, Seixal, Barreiro, Almada o Montijo, donde está prevista la construcción del segundo aeropuerto para la ciudad.

Ahí es donde se aplican las nuevas restricciones, con el horario de centros comerciales y restaurantes interrumpido a las 20.00 horas, además de un régimen severo de multas entre los 100 y los 5.000 euros para quienes incumplan las normas renovadas.

¿Se trata de un paso atrás? Pues sí, porque en Lisboa se estaba relajando la inquietud por la pandemia después de los numerosos elogios recibidos por Portugal en los dos últimos meses a la hora de valorar sus decisiones en un contexto tan atípico.

Ahora, sin embargo, la situación ha dado un vuelco. Aparte de focos determinados en el Algarve y en el Alentejo , la ciudad más grande del país vecino concentra una media del 85% de los nuevos contagios que se registran a lo largo de todo el territorio. Una situación que contrasta con la que se vive en Oporto, donde son ya 22 los días que no se contabiliza ningún positivo.

Portugal había tomado nota de los graves errores en la gestión manifestados tanto en Italia como en España, pero ahora el paso del tiempo ha demostrado que la constancia no es precisamente uno de sus baluartes.

Menos precauciones

Se autorizaron las manifestaciones antirracistas (sin respetar la distancia social) convocadas tras el estallido en los guetos de EEUU y también se permitieron las ‘sardinadas’ típicas en Lisboa al celebrar las fiestas de San Antonio, algo que el alcalde de Oporto, Rui Moreira, se negó a impulsar en su ciudad.

Basta un simple paseo por el centro de Olissipo (nombre que daban los romanos al epicentro nacional) para darse cuenta de cuál es la clave para el actual repunte de la enfermedad, que no segunda oleada del virus. El foco de propagación más grave, con diferencia, está en el transporte público .

El Metro pasa abarrotado en las horas punta, lo cual hace inútil portar mascarilla. Pero, sobre todo, la línea de cercanías de Sintra, que pasa por el barrio lisboeta de Benfica y después continúa por Amadora, Massamá, Cacém o Río de Mouro, se constituye en el eje central de las aglomeraciones a primera hora de la mañana y a media tarde… justo cuando cientos de ciudadanos se dirigen a entrar y salir de Lisboa para acudir o salir de sus puestos de trabajo.

Las estaciones de este trazado se corresponden, precisamente, con los lugares donde se ha dado un paso atrás y se busca frenar el coronavirus a través de un estricto confinamiento. Porque se trata de núcleos donde se arremolinan las clases medias bajas, nada que ver con el destino final de Sintra, una villa mágica cuyo casco histórico está reconocido por la UNESCO como Patrimonio de la Humanidad.

Así las cosas, ¿cómo no van a multiplicarse los nuevos contagios en semejantes condiciones? De hecho, afectan a quienes realizan trabajos poco cualificados, imposibles de suplantarse por tareas similares vía internet.

Para colmo, las fiestas ilegales que comenzaron en el Algarve hace solo dos semanas han pasado a extenderse en el litoral que va de Lisboa a Cascais. Por ejemplo, en Carcavelos más de 100 jóvenes se saltaron las más elementales precauciones y salieron a realizar un ‘botellón’ (palabra que utilizan igualmente los portugueses, porque la toman del ‘invento’ español) en la playa. Y no, no ha sido una excepción.

El Gobierno socialista no aplicó en ningún momento la ‘mano dura’ ni tampoco impuso un baremo de multas, lo que ha llevado a los portugueses a sentirse algo aliviados en todo este tiempo… hasta que esta circunstancia se ha traducido en un exceso de tranquilidad y confianza en que la crisis sanitaria estaba remitiendo.

Otro factor preocupante son los empleados de otros rincones más lejanos de Portugal que se desplazan a la capital por cuestiones profesionales y terminan infectados. Así ha sucedido con varios operarios de la construcción de Braga, más al norte de Oporto.

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