Población de riesgo frente al coronavirus

Cómo sobrevivir a 12 años de aislamiento

La pequeña Amaya se emociona con su segundo corazón. Ella no podrá salir al exterior cuando levanten el estado de alarma. Dos virus serían demasiado

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Amaya Laserna posa con su nueva «diana» terapéutica FOTOS CEDIDAS A ABC
Érika Montañés

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Amaya Laserna encadena aislamientos . Y no se queja. Con una simpatía desbordante, pero sobre todo con una madurez sorprendente para una niña de 12 años, coge el teléfono a ABC para contarle, en primera persona y robándole «plano» a su padre, Enrique, cómo ha sido su vida de hospital en hospital, de UCI en UCI, desde que tenía tres meses. Ella sola ha sobrevivido a un terrible virus que la ha llevado a cambiarse de corazón (sufría miocarditis vírica) y a adoptar uno nuevo el pasado mes de octubre. «Me daban medicación cuando era casi un bebé...», suelta con una naturalidad que remueve el impulso egoísta de ciudadanos sanos que se lamentan por este tiempo de reclusión con el coronavirus a puertas de sus hogares.

Amaya relata, confinada en su casa en Murcia, cómo el año pasado por estas fechas entraba cada fin de semana en la UCI, con 11 ingresos continuados, de poco tiempo, y regresaba a su domicilio, el que sigue siendo su mejor refugio. Su familia y ella se hacen una perfecta idea de cómo están algunas familias estos días, con esa sensación de «estrenar» un encierro muy prolongado o de estar padeciendo una dolencia en una habitación aislados.

«Día a día»

Las enfermedades, por supuesto, no son comparables, como casi ningún caso en sanidad lo es, pero Enrique sí piensa ahora en las lecciones que extrajo aquellos días, al cruzarse en el hospital La Paz de Madrid con padres de otros niños que iban a recibir un órgano nuevo. El progenitor de una niña que acababa de ser operada con éxito le dijo en un pasillo: « Tranquilo, queda una día menos », y esa filosofía del «partido a partido» del entrenador de fútbol Cholo Simeone funciona, asegura Enrique, quien tampoco oculta la dureza de la travesía hospitalaria que han sufrido su mujer, él y su niña.

Amaya suelta repentinamente el teléfono porque «tiene al profesor» al otro lado de la pantalla, y no quiere perder ni un clase. «Cuando acabe el aislamiento derivado del estado de alarma, nuestra hija tampoco podrá salir a la calle. Nuestra previsión es mucho más tiempo de aislamiento porque está inmunodeprimida, después del trasplante, su salud no debería estar comprometida porque podría tener más problemas cardiovasculares. Con el coronavirus hay que extremar las precauciones», afirma su padre. Dos virus para un cuerpo tan «chico» parecen demasiado. « Ahora tenemos esta presión extra», dice.

Amaya, con 12 años, está trasplantada del corazón, ha ido empalmando desventura tras otra, aislamiento tras otro, clase virtual tras clase virtual. Está en primero de la ESO. «No ha perdido ni un mes de curso, estudiaba en la UCI, pobrecita», lamenta su padre emocionado. Pidieron ayuda a la Consejería de Educación de la Región de Murcia para seguir con el curso de manera telemática tras un episodio de rechazo del órgano que disparó todas las alarmas en casa de los Laserna Pérez. «Cuando el director del instituto se dirigió a nosotros con la posibilidad, estalló esta crisis y quedó paralizado», afirma Enrique, por lo que siguen precisando auxilio para que la niña continúe con su formación en su domicilio por algún tiempo adicional. La familia agradece a la Fundación Ana de Paz de Madrid que les facilitase clases particulares por videoconferencia y lo siga haciendo ahora.

Amaya saluda con su nuevo corazón INSTAGRAM DE AMAYA LASERNA

Enrique proviene de Cartagena. Tuvo que costear un mes y medio de piso en Madrid en el momento en que el hospital La Paz les avisó del trasplante inmediato. Atravesaron el país y se aislaron durante un tiempo en la capital. «En La Paz nos hicieron sentir como en casa. Hacen un trabajo increíble», y extiende su «aplauso sanitario» personal más allá de las 20.00 horas de cada día. Lo hará toda la vida, garantiza.

El músculo vital de Amaya se inflamaba cada poco tiempo. Tenía insuficiencia cardiaca y riesgo de fallo multiorgánico. La pequeña confiesa que sentía, lacerante, «como que explotaba» –expresa–, muchas veces vomitaba. «Realmente a Amaya le ha tocado madurar a las malas», acepta su padre al echar la vista solo un año atrás. Febrero de 2019 fue un mes fatídico, relata. Hasta que, pasado el periplo de hospitales y tratamientos, su nuevo corazón «remontó». «No se puede tener más miedo del que hemos pasado en esta casa –reconoce el padre de Amaya–, pero viniéndonos abajo no podemos hacerle más llevadera la situación a nuestra hija, así que nos dedicamos a tomar decisiones correctas con toda la energía y esperanza. Hay que confiar más en los médicos ».

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