El Papa preside un «Vía Crucis» escrito por presos, familias de víctimas y familiares de reclusos
La plaza de San Pedro, vacía, se transforma en un Gólgota
El tradicional Vía Crucis nocturno -que los papas han presidido desde 1964 en el Coliseo- ha tenido lugar en la plaza de San Pedro, absolutamente vacía excepto por las doce personas que se turnaban para llevar la Cruz y por el Santo Padre . La pandemia de coronavirus ha obligado a cambiar casi todo para evitar contagios.
En la primera estación, junto al obelisco egipcio situado en el centro de la plaza, un preso de la cárcel de Padua sostenía la Cruz mientras millones de personas en todo el planeta escuchaban la meditación : «Jesús es condenado a muerte».
La escribió un condenado a cadena perpetua por homicidio, y en ella confesaba: «Al cabo de 29 años de cárcel no he perdido la capacidad de avergonzarme de mi historia pasada. Me siento Barrabás , Pedro y Judas en una misma persona».
Hace unos meses, el Papa encargó las meditaciones a presos , familiares y personal de la cárcel de Padua. Nadie podía imaginar que, en el momento de leerlas, casi la mitad de la población mundial viviría prisionera en sus casas.
Terminada la primera plegaria, otro preso llevaba la Cruz unos metros hasta la segunda estación en que se contempla «Jesús con la cruz a cuestas». La meditación había sido escrita por los padres de una muchacha asesinada .
«Verano horrible»
En ella revelan que «aquel verano horrible, nuestra vida de padres murió junto a la de nuestras dos hijas. Una fue asesinada con su mejor amiga por la violencia ciega de un hombre sin piedad. La otra, que sobrevivió de milagro, fue privada para siempre de su sonrisa».
Confiesan que «el tiempo no alivió el peso de la cruz que nos pusieron sobre los hombros. Somos ancianos, cada vez más desvalidos, y somos víctimas del peor dolor que pueda existir: sobrevivir a la muerte de una hija».
Pero, aún así, aseguran que «el Señor nos sale al encuentro de diferentes maneras, dándonos la gracia de amarnos como esposos, sosteniéndonos el uno al otro, a pesar de las dificultades. Él nos invita a tener abierta la puerta de nuestra casa al más débil, al desesperado, acogiendo a quien llama aunque sólo sea por un plato de sopa».
Eran catorce historias reales escritas por presos, policías penitenciarios, un juez de vigilancia, la hija de un condenado a cadena perpetua, una educadora de reclusos… Impresionaba oírlas en plena noche en una inmensa plaza vacía.
Las últimas tres estaciones estaban en la cuesta arriba que lleva desde la plaza hasta el atrio de la basílica. Era una imagen de la subida al Gólgota .
Noticias relacionadas