Novatadas: «Los llevan a sus pisos a limpiar el suelo con la lengua»

Un anteproyecto de ley los califica como falta «muy grave», pero estos abusos se siguen dando cada inicio de curso

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Rebeca habla por los miles de estudiantes que cada inicio de curso sufren novatadas , pero que callan por el miedo y la vergüenza que ser víctima de estos malos tratos implica. El día que esta cántabra llegó a Madrid y pisó por primera vez un colegio mayor la recibió un cartel colgado en la puerta que decía que allí las novatadas estaban prohibidas. Una hora después ya se la habían llevado a un descampado donde los veteranos estaban invitando a los nuevos a beber cantidades ingentes de alcohol a través de embudos llenos de harina . Es lo último que recuerda de esa tarde. «Mis padres se volvieron locos tratando de localizarme, pero yo no me acuerdo de nada de lo que hice, ni de lo que pasó. Solo de que al día siguiente, mi primer día de universidad, no pude ir ». A partir de ahí, las cosas fueron a peor.

La vivencia de esta estudiante de Medicina se remonta cinco años atrás en el tiempo, pero la pesadilla sigue vigente en muchas residencias y colegios mayores a lo largo y ancho de la geografía española. La pasada semana, el Consejo de Ministros dio luz verde a la nueva Ley de convivencia universitaria, que deroga un reglamento de 1954 sobre disciplina académica y que busca dar respuesta a una realidad que muchos disfrazan de tradición pero que los expertos califican abiertamente como un tipo de maltrato físico y psicológico . Según el nuevo texto legal, en trámite parlamentario, menoscabar la dignidad de las personas a través de una novatada, ya sea en el plano físico o psicológico, será considerado una «falta muy grave» que conllevará una expulsión de dos meses a tres años y que dejará huella en el expediente académico de la persona. Es la suerte que correrán los que obligan a los nuevos a meter la mano en la tostadora cada mañana, a colgarse objetos de los genitales en público para hacer diana con ellos , a lamer nata en el cuerpo de los mayores, a dormir bajo sus camas o a ducharse en agua fría y pasar la noche al raso en un balcón. La nómina de brutalidades es infinita y muy variopinta.

Para el antropólogo Ignacio Fernández de Mata, estudioso de este fenómeno, no hay duda de que la novatada como sí es un maltrato «normalizado» que se practica con «naturalidad» y detrás del que se esconden personas «que disfrutan con el mal» . «Hablamos —añade la presidenta de la Asociación No Más Novatadas, Loreto González-Dopeso— de comportamientos que se pueden prolongar un mes en el tiempo y que dejan secuelas en muchas de sus víctimas». Hace unos años que este tipo de prácticas universitarias, que muchos defienden como una suerte de ritual de iniciación, se empezaron a perseguir. Aunque de forma desigual entre unos colegios mayores o residencias y otros, la permisividad de décadas atrás ha dado paso a un mayor control sobre unos abusos que en los últimos tiempos se están trasladando de los campus y los colegios a pisos de estudiantes, convertidos en «ciudad sin ley». Es una realidad que con la pandemia y las restricciones de reunión derivadas del Covid parece ir en aumento .

«Ahora se está llevando a muchos jóvenes a pisos de excolegiales y exresidentes, a veces la noche entera. Según nos cuentan, eso está asociado a un gran consumo de alcohol y a tener que hacer las labores domésticas o cumplir los caprichos que se le ocurran a cada veterano. Desde ir a comprar un bolígrafo al aeropuerto a limpiarles el suelo con la lengua . El problema es que evaden todo control visual», reprocha la presidenta de NMN. En este espacio privado «están a sus anchas», lo que complica la persecución de los abusos, que casi nadie es capaz de contar. La parte positiva es que algunas universidades empiezan a mover ficha para poner coto a las novatadas. En Madrid se acaba de firmar un convenio con la asociación de colegios mayores y la Policía para labores de vigilancia y de sensibilización. En el caso de la Universidad de Salamanca, se ha puesto a disposición de los estudiantes un contacto de Whatsapp en el que pueden denunciar de manera anónima estos actos.

Al teléfono de la primera asociación contra las novatadas, radicada en La Coruña, la mayoría de los que llaman cada año son padres. «Suelen ser padres que dicen que sus hijos no quieren que hagan nada, solo desahogarse, porque denunciar se sigue considerando una deslealtad. Casi nadie quiere dar un paso posterior y llegar a denunciar » indica su presidenta a ABC. Testimonios como el de Rebeca, ahora volcada en el MIR, son difíciles de conseguir. «Yo aguanté hasta diciembre, pero tuve compañeros que dejaron la carrera porque no lo soportaron. Lo más difícil de esto es explicar a los de fuera que no te puedes negar. Eso tiene consecuencias que duran años», confiesa. « Cuando llegas te dan dos opciones: renunciar a las novatas o hacerlas . Pero una renuncia supone el aislamiento total, porque te dicen que vas a estar sola el resto de la carrera, y es cierto. Yo conocí a un chico que había renunciado y dos años después si se sentaba en la mesa de alguien todos se levantaban y se movían», anota sobre un maltrato más sutil, la invisibilización. Plantar cara a los veteranos le costó a Rebeca la expulsión del colegio en el que estaba en su primer año, después de que denunciase públicamente lo que pasaba de puertas para dentro. «En una ocasión hasta llamé a la Policía porque estaban obligando a beber al chico de la habitación de arriba seis litros de agua caliente y yo lo estaba escuchando vomitar . Pero no dejaron entrar a los agentes».

«Si te hacen bullying en el colegio de pequeño aún puedes volver a casa, pero allí el colegio es tu casa», asume Rebeca. Ella se negó, y empezó a reclutar a otra gente que pensaba como ella, pese a que la insistencia era diaria. «Fue una lucha constante porque todos los días me tenían que enfrentar a alguien o ver barbaridades. Gente a la que le decían que se tenía que depilar las cejas. Lo difícil es que como no hay cámaras que lo graben y los nuevos no se chivan, es complicado denunciar. Es un proceso gradual , porque el primer día te dicen que te comas una manzana porque yo te lo digo, al siguiente tienes que hacerle la compra y al tercero te rapan la cabeza » relata Rebeca, que concluye su testimonio con un helador «yo me iba a morir allí... ojalá esto sirva para que otros que lo estén viviendo se atrevan a denunciar, porque no tienen que pasar por eso».

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