Coronavirus

El médico que vive en una caravana para no contagiar a sus hijos: «Se me muere la gente en los brazos»

Julio Ruiz Palomino ayudó en el terremoto de Haití, en el accidente del avión de Spanair en Madrid en 2008, en la crisis del ébola, en la fiebre hemorrágica de Crimea-Congo y ahora contra el coronavirus

Julio Ruiz con sus hijos detrás, Rodrigo y Alberto, de 13 y 10 años IGNACIO GIL

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Padres e hijos, pese a la sobrecarga de deberes y al absorbente trabajo telemático, están pasando juntos más tiempo que nunca. Quizás es la cara buena (si es que la tiene) de esta pandemia de coronavirus que ha quitado la respiración al mundo entero. Pero preparar la cena con los niños o llegar a tiempo para acostarles y darles las buenas noches también tiene excepciones. Julio Ruiz Palomino no puede hacerlo . Este médico del Summa 112 , de 48 años, está en primera línea en la lucha contra el coronavirus desde el día uno: hizo los primeros traslados al Hospital Carlos III de sospechosos vinculados con casos importados; t ambién se hizo cargo del traslado de mayores a los hospitales cuando todavía había capacidad para acogerlos . Era la época (hace menos de un mes, aunque parezcan años) en que todavía se llegaba a los domicilios a hacer test de coronavirus a las personas con síntomas y ni existía el debate sobre los test rápidos. La insaciable necesidad de este virus por contagiar fue cerrando con violencia todas estas opciones, una a una, estrujando cualquier hilo de esperanza . Y cuando Julio vio cómo el coronavirus se cebaba también con la gente joven tomó una rotunda decisión: mudarse a una autocaravana para no contagiar a sus hijos.

El vehículo que usaba para escaparse a la montaña o a alguna ciudad no descubierta con su mujer, Susana, y sus dos pequeños -Rodrigo, de 13 años, y Alberto, de 10-, se convirtió en su nuevo hogar para guarecerse durante el huracán. Está aparcada justo enfrente de su casa y ve a los niños desde la verja . Julio no permite a sus hijos que se acerquen a él, y cuando sus dos enormes perros bobtail lo ven y corren brincando hacía él los hace volver a casa con señas para evitar que metan dentro de casa el virus que Julio cree que puede tener en la ropa, en el cuerpo, en el pelo...

La comunicación con la familia es a voces: « No salgáis fuera sin abrigo, por favor haz los deberes, te quitaré la Play por el suspenso… ». Julio también se comunica con ellos por teléfono y a través de la tablet les corrige los deberes de Física y Biología. «La autocaravana está muy bien: tengo cocina, cama, una televisión y hasta un pequeño armario para poner la ropa», dice con un optimismo incomprensible, quizás el que le da la mejoría de algunos pacientes que vio la noche anterior o el hecho de haber recibido la noticia de la recuperación de un compañero que tuvo que ser intubado, y cuya vida quedó en sus manos. « Fue uno de los traslados más complicados de mi vida, temía no hacerlo bien; y, además, en él me veía a mí, empecé a pensar que yo sería el siguiente », reflexiona en voz alta mientras se le desdibuja la sonrisa. Y es que a veces aflora en él, cuando se lo permite y sin que nadie lo vea, el miedo, la preocupación, las lágrimas. «Ahora sí tengo miedo, he visto muchos compañeros contagiados, mucha gente joven afectada, no pienso en mí sino en que será de mis hijos…».

«Un Dios con mascarilla»

Pero si hay algo que marcará a Julio para siempre es la responsabilidad de tener que decidir a quién le cierra los ojos: «Se me muere la gente en los brazos», dice, y baja la vista. La falta de respiradores cortó los traslados a los hospitales y empezó el triaje. «Tienes tres personas y un solo ventilador, ¿a quién se lo das? Nos vimos sujetos al uso de un criterio para decidir». « Hay algún paciente que me ha pedido alguna manera de terminar antes con su dolor; otros, por increíble que parezca, han llegado a entender la situación : recuerdo a una mujer mayor que me dijo temblando: “Haz lo que puedas, yo lo entiendo”. Solo me pidió que llamara a su hijo para despedirse de él por videollamada. “No llores”, le pedía ella».

Mientras se hace un café y mete en una bolsa del Summa toda su ropa de trabajo, se consuela y cambia de tema mostrando las fotos de su familia pegadas en la pared de su nueva casa: los niños por todos lados y, en una central, los cuatro miembros de la familia, hace tiempo ya, cuando esto era parte del guión de algún director de cine con exceso de imaginación .

El accidente que le marcó

Lo primero que se ve en la angosta entrada de la autocaravana es un enorme paño con lejía sobre el suelo y una diminuta estantería llena de frascos de alcohol en gel. Pese a ser más consciente que nadie de lo que se vive a diario, Julio tiene más ganas que cualquier periodista de dar la gran noticia: «Vamos a estar bien, aunque lentamente», repite como un mantra. No tanto para calmarse a sí mismo, sino a los centenares de amigos y conocidos que le escriben por Whatsapp y se aferran a él como a un «Dios con mascarilla» . «Julio, mira esta radiografía; Julio, mi abuelo está muy mal, ¿puedes hacer algo?; Julio. me duele mucho la garganta, ¿lo habré pillado?» Él contesta paciente a todo el mundo y sonríe. También se permite reírse de su situación diciendo que su familia lo ignora: «solo me hacen caso los perros», y vuelve a sonreír. De su voz emana una entereza y un optimismo que falta en los rostros en las calles, en los supermercados, en los propios hospitales. Tal vez porque tiene interiorizado que su «deber» es salvar vidas .

«Mi padre era alergólogo y yo hice esta especialidad por él, pero me di cuenta de que me faltaba algo más». Esta necesidad se hizo patente al salir una tarde de hacer prácticas del Hospital Militar del Aire, hace ya 26 años. « Una hormigonera atropelló a una niña y a su abuelito. Todo el mundo se echaba para atrás o se daba la vuelta para no ver la sangre, y yo sentí que tenía que acercarme . Me quedé solo e hice lo que pude; pero claro, era estudiante de 4º de Medicina y entonces no te explicaban lo de los masajes cardiacos, no había ni UVI móviles. Les sujeté la cabeza para que pudieran respirar y esperé hasta que vino un médico, pero no se pudo hacer nada», lamenta.

«Fue entonces cuando pensé que tenía que aprender a hacer estas cosas bien y me metí en el Summa. Cuando ves a alguien en el suelo, le coges de la mano y le dices que eres médico, que estás para ayudarle y ves cómo se le cambia la cara... Ya no puedes dedicarte a otra cosa ».

Preparado para eventos nucleares, radiológicos, biológicos y químicos

Pero Julio iría a más. Así pasó al equipo de catástrofes del Summa, nacido en la crisis del ébola, y cuyos miembros están listos para responder ante cualquier evento nuclear, radiológico, biológico y químico (conocido también, entre los militares, como NBQR). Así fue como Palomino ayudó en el terremoto de Haití, en el accidente del avión de Spanair en 2008, en un escape de cloro en una fábrica de Colmenar Viejo, en los casos de fiebre hemorrágica de Crimea-Congo de 2016, en los incendios de Portugal y Galicia de 2017, en la crisis del ébola y ahora en el Covid-19. «La diferencia con casi todo lo anterior es que ha tocado dentro de casa; la mayoría de las cosas parece que nunca te van a tocar tan de cerca, pero esto llegó aquí y me lo llevo cada día a casa... Eres tú, tu familia y tus amigos ».

Julio recuerda haber dado malas noticias durante toda su vida: «muchas tras accidentes de tráfico; otra en que tuve que llamar a una madre para decirle que su niño no salía adelante, pero lo peor del coronavirus es que no deja a la gente despedirse». Reconoce que el coronavirus Covid-19 no entiende de clases sociales : «Afecta a quien sea; me he enterado de gerentes de hospitales, a los que piensas que les harán las pruebas antes que a nadie, y también han tenido que esperar. Da igual el estatus, el mucho o poco dinero que tengas, el coronavirus no entiende de clases sociales ». Respecto al origen del virus, Julio reconoce haber dudado alguna vez de que fuera creado. «Ya no lo creo pero sí pudo haberse debido a algún descuido haciendo algún ensayo del que se haya podido escapar».

Una mochila preparada

Pese a lo que esta enfermedad lo ha marcado, para Julio esto no es ni mucho menos el final de su carrera, aunque reconoce las secuelas que deja, y que han llevado a muchos de sus compañeros a tirar la toalla. «Tengo una mochila preparada en la autocaravana para estar en tres horas en un avión si ocurre cualquier catástrofe en cualquier parte del mundo; y eso lo sabe mi familia. Me he dedicado toda la vida a esto y lo seguiré haciendo ».

El médico, dentro de su caravana IGNACIO GIL
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