Matrimonios forzosos, una lacra invisible: «Hay miles de casos, pero tienen miedo»
El asesinato de dos hermanas de Tarrasa en Pakistán ha puesto el foco en esta forma de maltrato, olvidada en Occidente, que afecta a cientos de mujeres, aunque solo unas pocas denuncian. Amenazas familiares y presiones económicas perpetúan esta espiral de silencio
Rescatada la madre de las asesinadas en Pakistán tras pedir ayuda
A Huma Jamshed, que lleva más de una década afincada en el barrio del Raval (Barcelona) luchando por los derechos de las mujeres paquistaníes, le llegan a diario historias de mujeres similares a las de Aneesa y Arooj Abbas, de 20 y 24 años, dos hermanas de Tarrasa (Barcelona), asesinadas en Pakistán por querer escapar de un matrimonio con sus primos. Afortunadamente, reconoce, no todos tienen un final tan trágico. Algunas mujeres se dejan ayudar, pero otras viven durante años infelices junto alguien a quien no quieren, paralizadas por el miedo. «Hay muchos más casos de matrimonios forzosos en España de los que pensamos. Yo he ayudado a miles de chicas. Afortunadamente, siguen vivas. Cada caso es diferente, pero siempre hay mucho miedo», lamenta la fundadora de la Asociación Cultural Educativa y Social Operativa de Mujeres Pakistaníes (Acesop). Hay que tener en cuenta, destaca, que el divorcio no es solo de su pareja impuesta, sino que «siempre supone también romper con su familia y su entorno». Y ahí pesa también la culpa.
En España, según datos del Ministerio del Interior, se han detectado 27 matrimonios forzados desde el año 2015 . La mayoría de esas víctimas (14) residían en Cataluña. Los Mossos d'Esquadra, por su parte, han atendido desde 2009 a 194 víctimas de esta forma de violencia, más de un centenar menores de edad. Estos casos, los que llegan a oídos de las autoridades, son solo «la punta del iceberg», coinciden los expertos, que confían en que «cada vez se alce más la voz» contra esta lacra.
Hace poco, relata Jamshed, se topó con un caso muy parecido al de las hermanas Abbas. «Vinieron a solicitar ayuda tres hermanas, que estaban casadas con tres primos, también hermanos entre sí. Vivían en Barcelona, en El Raval. Una de ellas estaba bien en su matrimonio, pero las otras dos querían huir. Solo una quería denunciar, la otra no tenía tanto coraje. L as acompañé a una casa de acogida, pero a las ocho horas la única que acudió a la Policía acabó retirando la denuncia . No sé cómo, su marido contactó con ella y le envió un mensaje diciendo que si no volvía a casa mataría a su madre. Y eso no es solo una amenaza, es que si no hacen caso muchas veces lo cumplen. Desde entonces no he vuelto a saber nada de ellas», lamenta esta activista, doctora en Química, que señala que es común que muchos hombres controlen a sus mujeres para que no se acerquen a organizaciones o servicios públicos donde puedan pedir ayuda. O las retienen engañadas con regalos, falsas promesas y amenazas. « Lo primero es proteger su integridad física, pero si reciben alguna agresión tienen que denunciar , acudir a su ambulatorio o servicios sociales. Acudir a estos últimos no levanta sospechas, porque pueden ir también a solicitar ayudas económicas». Y si son niñas o adolescentes, apunta, lo mejor es que confíen sus miedos a sus maestras.
La mayoría ni siquiera se atreven a alzar mínimamente la voz. «Hace unos días dio a luz a su primer hijo en España una chica de 21 años, también paquistaní y vecina del Raval, que se casó obligada. Sus padres concertaron su matrimonio con un primo lejano y mientras quedó bajo la custodia de un pariente, un mediador, del que se enamoró. Se lo contó a su familia pero nadie la apoyó. Se casó con quien le dijeron prácticamente atada y ha intentado quitarse la vida más de una vez. Ahora su madre no la deja sola», resume Jamshed. «Se asume que el rol de las madres es cocinar, limpiar y obedecer, pero su papel en estos casos es fundamental. Si se ponen del lado de las chicas, recibirían un divorcio seguro, pero nadie se atrevería a tocarlas. Hay que darles a ellas herramientas para que sepan cómo tratar estos casos».
Motivaciones económicas
Algunos casos que llegan a oídos de Jamshed acaban en la asociación Valentes i Acompanyades, donde buscan auxilio tanto adolescentes que sospechan que les están concertando un matrimonio como aquellas que ya están casadas y quieren huir de él. Y no solo de Pakistán, sino también de Marruecos, Gambia, Senegal, India, Mali y Guinea Conakry, entre otros. Suelen atender, cada año, a cerca de cuarenta mujeres. Son casos muy delicados, reconocen, en los que se juntan varios tipos de violencia contra la mujer: sexual, económica... «Hay muchos intereses, es todo un entramado. Si tienen la nacionalidad, cuando se casan ya puede venir su marido por reagrupación familiar», cuenta Ruth Rosique, una de las profesionales de la organización. En el caso de las hermanas de Tarrasa, de hecho, la familia quería que las chicas trajeran a sus maridos a España, cuando ellas salían ya con otros jóvenes y buscaban divorciarse . «Luego está el tema de la dote, pero también en muchas ocasiones se trata de preservar una casta o proteger a la familia; por eso muchos se casan entre primos. Además, cuando se fija el compromiso verbal de los padres, hay un control brutal sobre la mujer, que se queda prácticamente blindada, por lo que se encierra aún más en sí misma. Suelen casarse en origen, pero a veces tenemos chicas que lo hacen por sus rituales y aquí legalmente son solteras».
Una vez que las mujeres se deciden a romper con todo, aunque estos profesionales luego trabajen como mediadores para tratar de que recuperen sus redes familiares , diseñan un plan a dos años para que ellas elijan su propia vida. «Hacemos un plan de trabajo y siempre las acompaña lo que llamamos un referente, chicas que en su momento salieron de esa situación y ahora tienen una vida normalizada», destaca Rosique.
Lamentablemente, reconoce Jamshed, su labor, enseñar a jóvenes paquistaníes sus derechos y deberes y asesorar a las que quieren separarse, no siempre es bien entendida por sus compatriotas, unos 55.000 en toda Cataluña, donde se concentra más de la mitad de la población paquistaní afincada en España, según datos del INE. « En muchos genera rechazo social, pero me da igual », dice con rotundidad. Solo teme por sus dos hijos, aunque ya sean mayores. «Yo también viví un choque cultural cuando llegué, hace veinte años, pero me he transformado. La sociedad tiene que trabajar para evolucionar».
«No es cultura»
Aunque Huma Jamshed vive felizmente casada desde hace años y goza de independencia económica, cree que todos los matrimonios concertados, como el suyo, «son forzados»: «Podríamos debatirlo, pero para mí es lo mismo. La diferencia es que no todos salen mal. Cuando el hombre te deja espacio y libertad, entonces las mujeres pueden también transformarse».
Otras jóvenes paquistaníes, en cambio, insisten en que la práctica de l os matrimonios concertados, muy comunes en su cultura, no tienen por qué atentar contra la libertad de las mujeres. «En mi matrimonio hay amor y fue concertado», cuenta Komal Naz, que llegó a Cataluña en 2006, cuando tenía apenas 13 años, e inmediatamente creó una organización para ayudar a integrarse a otros compatriotas. «Cuando conocí las aplicaciones que se usan aquí para ligar, como Tinder, pensé que eran como nuestras casamenteras pero en versión digital», recuerda. Ahora, teme que el asesinato de las hermanas de Tarrasa, en lugar de ser condenado como «un acto machista», se acabe asociando a la cultura o las costumbres de toda la comunidad.
Por eso en Tarrasa, vecinas musulmanas como Rehana, también paquistaní, y Sanna, de origen marroquí, recuerdan que «el islam condena cualquier acto de violencia o asesinato»: « Sufrimos machismo en todos los países , y esta mentalidad no tiene que ver con la cultura o la religión, sino con la mentalidad de ciertas personas. Para nosotros, y eso es así, el consejo de la familia es muy importante, pero de esta manera no. Ojalá la Justicia haga su trabajo».
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