«Más miedo al hambre que al virus»

La emergencia social se instala en España: una marea de voluntarias cargan esta Cruz

Nuestro país está movilizando la mayor cédula organizativa de su historia: 11 millones de euros en dos meses y una masa de 42.500 participantes altruistas, seis de cada diez son mujeres

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Se han distribuido 450.930 kits de productos básicos en rincones de todo el país FOTOS: IGNACIO GIL
Érika Montañés

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Una de cada tres personas en edad de trabajar en España está actualmente en apuros de dinero. Despidos, ERTE y confinamiento han sido el cóctel molotov que ha hecho estallar los resortes de la economía nacional. En medio de la pandemia sanitaria , la emergencia social ha explotado con consecuencias aún por determinar, dicen los responsables de Cruz Roja Española .

Incertidumbre es la palabra del año. Juan Jesús Hernández es el responsable del Plan de Salud de Cruz Roja; Moisés Benítez el director de Voluntariado. Ambos suscriben la ola de solidaridad que ha invadido España, con más de 42.000 voluntarios sumándose en pocas semanas al reparto de alimentos y la ayuda social que vierte Cruz Roja en todos los rincones del país.

Benítez aporta un dato curioso, que no se desliga de la trayectoria histórica de la organización ciudadana: Cruz Roja Responde es el mayor proyecto de la historia de la entidad humanitaria , de enorme complejidad, no solo cuantitativa, sino cualitativa. Se ha tenido que reaccionar con agilidad, en apenas un mes se han completado cientos de miles de actuaciones e intervenciones de asistencia. Esta gran organización ha gestionado un presupuesto de más de 11 millones de euros en dos meses y se ha conseguido ayudar a más de 1,5 millones de personas. Y de esa cédula organizativa y masa de voluntarios, la movilización ha sido patrón, en seis de cada diez casos son mujeres.

«El perfil del voluntariado, del trabajo por la inclusión suele tener siempre en Cruz Roja rostro de mujer. No nos ha sorprendido ahora la inquietud de las mujeres por ser voluntarias. Esta cuota de participación ha ido también in crescendo, pero a partir de la crisis de 2008 vimos que las solicitudes de ayuda femeninas también iban incrementándose», dice Benítez a este periódico.

El altruismo femenino tiene la faz de la joven Aida Mañó , voluntaria de Oliva (en Valencia), junto con su madre y sus dos hermanas. En esta casa levantina se vive el voluntariado «en familia» y, según Aida, de 27 años, se propaga la solidaridad con cientos de llamadas a personas mayores para comprobar su estado de salud y paliar su soledad. Aida lleva en Cruz Roja desde 2012 . Entró por impulso maternal y se quedó. Lo peor de la crisis actual «ha sido el desconcierto, sin duda. Hay gente vulnerable y había que trabajar con ellos para que estuviesen más tranquilos».

Los demandantes de ayuda se han visto muchas veces incapacitados para seguir. «Lo que más se ha demandado en Oliva ha sido ayuda para llevarles la compra a sus casas, llamadas, no podían salir de sus hogares muchos de ellos y creían que se iban a quedar sin alimentos. Estaban asustados. Preguntaban por el uso de guantes, mascarillas... se agobiaban. También ha habido muchas personas que se han quedado sin recursos, sin trabajo, pero creo que Cruz Roja ha entendido y cogido bien esta crisis». Los voluntarios se desviven. « Será lento pero saldremos », confía Aida, optimista.

Baloncestista en un albergue

La fábrica de trabajo social también emplea estos días a Juana Molina, a la que reconocerán los amantes del baloncesto profesional por ser una de las jugadoras estrella de un equipo de primera, el Lointek Guernica (o Gernica) que lo último que hizo en la era preCovid fue disputar la final de la Copa de la Reina en España. Viajes a Bielorrusia, México, Reino Unido y, de repente, un albergue de hasta 40 personas sin hogar en Bilbao es un salto de alero, pero Molina cuenta a ABC que su servicio hacia los demás le cautiva. Esta baloncestista de 29 años culminó su carrera universitaria un lustro atrás y todos los veranos, en los meses de mayo a septiembre, cuando no hay liga profesional, busca «cosillas» y sustituciones para trabajar. Este año no ha hecho falta. Tocó a la puerta de Cruz Roja y, desde ese día, sabe que «esto no es una crisis sanitaria. Es una emergencia social» de primera magnitud. Los dramas que confronta cada día le llevan a «personas que tenían una vida cómoda, que por distintas circunstancias, divorcios, despidos y problemáticas diversas, están en un albergue» pidiendo para comer.

«Esto no me deja de sorprender, pero también les digo que esta situación no va a durar toda la vida. Aconsejamos que se muevan, que sientan que no están solos. Aquien no sabe encarrilar su vida, le marcamos objetivos. Por suerte o por desgracia, esta crisis es mundial y no debe caer en saco roto: la lectura es que hay que mejorar en políticas sociales» . Molina es realista: «Viene una época difícil. Va a repercutir en todo a largo plazo, no va a haber normalidad con la vacuna. Mucha gente no esperaba un futuro así ni por asomo, va a cambiar mucho el sistema de bienestar».

De ese equilibrio diserta Marta, psicóloga clínica de Córdoba , con pacientes y profesionales que solicitan este recurso de auxilio terapéutico. A esta joven haber pasado la enfermedad le ha dado más fuerzas para animar a salir de ella. «Me apunté a Cruz Roja el día que me dieron el alta. Estaba cansada, tenía fiebre y algo de tos. Ahora pongo en marcha el sistema de ventilación emocional: darle un espacio a cada cual, por ejemplo a un profesional de la Sanidad, para que descargue sus emociones. Si está enfadado contra el sistema, que chille, llore... lo que le haga falta . Las personas somos resilientes, más de lo que somos conscientes. Asimilar esta crisis es difícil, pero llama la atención que el mayor problema que muchos esgrimen no es su trabajo, sino las dificultades para conciliar en casa porque sus familias también tienen necesidades».

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