Luces y sombras en la España vaciada del Covid: los héroes de la repoblación

En mitad de la crisis sanitaria, miles de familias huyeron de sus ciudades hacia los pueblos más pequeños de las zonas rurales del país en busca de una vida mejor. Los que han decidido quedarse hablan de las ventajas e incovenientes de vivir en el campo

Sigue en directo las últimas noticias sobre coronavirus

Cristina Ruiz y su marido, Julio Ortiz, en su pequeño pueblo de Guadalajara, Torrecuadradilla, donde «han ganado mucha salud» ÁLVARO YBARRA ZAVALA
Israel Viana

Esta funcionalidad es sólo para registrados

«Nuestro principal reto es formar parte de esta comunidad, ser aceptados. Eso es algo que nos tendremos que ganar, por supuesto, pero lo último que queremos es fallarles a los vecinos. No puedes llegar, decir que vas a poner en marcha una idea y luego marcharte, porque pensarán: “¡Otro que se rinde!”. No quiero que sea nuestro caso ni que dejen de creer en la gente que viene. Mi intención es que nos vean luchar y lograrlo, porque es bueno para todos».

Wilmer Pérez y su hija de 15 años llegaron el 4 de diciembre a Corullón , un pequeño pueblo de la comarca de El Bierzo , en León, que no hace mucho tenía más de 4.000 habitantes y hoy no llega a 850. Era una noche de fuerte ventisca y hacía mucho frío. Llevaban las maletas rotas por el sobrepeso y estaban mojados, cansados y estresados, pues nunca habían pisado esas tierras ni conocían su casa. «Al entrar vimos que llevaba mucho tiempo deshabitada y estaba helada. En mi habitación hacía 4°C y en el exterior, -1°C, pero mientras buscábamos una manera de calentarla, aparecieron unos vecinos con carbón y leña para ayudarnos a encender la estufa. Fue una bendición, la señal de que habíamos llegado a un lugar con gente buena», recuerda.

En 2018, Pérez se vio obligado a salir de Venezuela «por circunstancias políticas y económicas» . Vivió en Tenerife y trabajó con el Ayuntamiento en planes de dinamización comercial durante 11 meses, pero luego se quedó en paro. Aprovechó para formarse con el objetivo de emprender un proyecto de producción ecológica de microhortalizas en alguna aldea, y luego entró en contacto con la Confederación de Centros de Desarrollo Rural (Coceder) y el Consejo Comarcal de El Bierzo , que le ayudaron a buscar destino y casa.

«La gente cree que solo se puede innovar en las ciudades o en los polígonos industriales, pero no es así. En los pueblos también es posible. Y aunque mi idea en España siempre fue mudarme al medio rural, el Covid influyó, claro, puesto que Canarias son unas islas hermosas, pero dedicadas casi exclusivamente al turismo, que se ha visto muy afectado por la pandemia. Así que fue una decisión valiente, pero también racional», explica Pérez, que reconoce los altibajos emocionales que han vivido desde que están en Corullón esperando a que llegue su mujer de Tenerife, mientras ellos padecen la soledad de un lugar donde moverse sin coche es complicado. «Algunos vecinos me han visto caminar bajo la lluvia hasta Villafranca del Bierzo, que está a cinco kilómetros, y han parado el coche para llevarme. Solo hemos sentido gratitud», subraya.

Huyendo de la ciudad

Este aspirante a agricultor de 54 años no está solo en la «reconquista» de la España vaciada , donde, según un estudio reciente de la Red de Áreas Escasamente Pobladas del Sur de Europa, casi la mitad de los pueblos están en riesgo de desaparición. En concreto, 3.589 municipios, algo más del 44% de los 8.124 que hay en el país. Desde que se desató la pandemia –con sus 49.824 muertos y 1,8 millones de contagiados–, son muchas las familias que han decidido huir de las grandes ciudades para refugiarse en pueblos de menos de 100 habitantes, como es el caso de Cristina Ruiz .

Una semana antes de que el Gobierno decretara el estado de alarma de marzo, con el bar de su marido en el centro de Madrid cerrado, decidió hacer el petate y marcharse a Torrecuadradilla , una aldea de Guadalajara que, en 2019, tenía censados a 31 vecinos, aunque en realidad solo vivan diez. «Queríamos estar solo dos semanas, pero la cosa se puso tan fea que decidimos quedarnos. En estos meses, mi marido se ha jubilado y ahora se dedica a pasear, coger trufas y vivir [risas], mientras yo teletrabajo como comercial y he acabado empadronándome aquí. Nos hemos adaptado perfectamente y, viendo el panorama, estamos mejor aquí que en cualquier otro sitio», asegura.

«A veces puede ser un poco aburrido y se acusa la soledad –continúa–. Creo que falta gente más joven que se anime a vivir en un entorno más saludable como este, pero lo veo difícil, la verdad. Ya solo me conformo con que el Gobierno no deje que el pueblo se hunda, porque aquí la calidad de vida es infinitamente mejor que en Madrid. ¡En Torrecuadradilla no hemos vivido la pandemia! Hemos ganado mucha salud y nos hemos olvidado de las preocupaciones. Vienen un médico y una enfermera cada 15 días y el panadero y el carnicero todas las semanas. Solo levantarte por la mañana y ver los corzos, el valle y el monte, ya merece la pena».

2.700 familias

Desde Coceder comentan que la pandemia ha provocado un efecto llamada en la búsqueda de una forma de vida alternativa a estar encerrados en una casa en medio de la ciudad. «En todo 2019 se dirigieron a nosotros unas 1.700 familias pidiendo ayuda para mudarse a una de estas zonas rurales despobladas de España, mientras que en los once primeros meses de este año ya superan las 2.700. Y todavía hay que sumar las peticiones de diciembre, que nos llegan a diario. Entre ellas hay personas de cuarenta países, algunos españoles que emigraron y quieren retornar», apunta su director, Juan Manuel Polentinos .

Sin embargo, no todos los que han dado el salto están satisfechos. Para algunos, lo que iba a ser una experiencia idílica, se ha convertido en una pequeña pesadilla por el escaso transporte público, que les obliga a trasladarse cien kilómetros para coger un tren o un autobús; una conexión a internet deficiente que les impide teletrabajar; precios de alquileres altos, carreteras en mal estado, nula asistencia sanitaria o problemas para encontrar un empleo.

Algunos de estos héroes de la repoblación han llegado a la conclusión de que la España vaciada no es solo consecuencia del éxodo voluntario de vecinos a las grandes ciudades –algo que, además, sucede desde el siglo XIX–, sino también de «lo absolutamente abandonados que tiene la Administración a estos pueblos», crítica Sergio Munguía , un optometrista de Gerona que se mudó con su novia a Alcubilla de Avellaneda , en Soria, huyendo del estrés. Pactó un despido improcedente con su empresa y capitalizó el paro para montar una pequeña tienda de alimentación en el pueblo. Y llegaron muy felices, aprovechando una subvención de la Diputación Provincial que les obligó a que su negocio fuera también bar.

«Vinimos unos días antes a ver el ambiente y nos gustó, porque era verano y había parejas jóvenes y niños jugando por la calle. Pero, claro, nos engañamos, porque llegó el invierno y la soledad. Algunos días abro el bar y no viene nadie. A esto hay que sumar el bajón económico del mes pasado cuando nos obligaron a cerrar por el Covid. Menos mal que vine con un colchón de dinero para aguantar hasta Semana Santa», aclara.

Sergio Munguía, solo en su bar de Alcubilla de Avellaneda: «Muchos días no entra nadie» ÁLVARO YBARRA ZAVALA

«Una pequeña decepción»

La pareja, de 45 y 39 años respectivamente, se están llevando «una pequeña decepción» con la experiencia, porque «el transporte público está totalmente ausente y no hay fibra óptica». «Lo peor de todo –añade– es que gente de Madrid me ha dicho que vendría a vivir y trabajar aquí si hubiera ADSL. Y yo no soy un experto, pero creo que tirar un cable es más barato que construir una autopista o una vía de tren».

Andrés Bayarri , un sevillano de 43 años que se fue «a la aventura» para trabajar de albañil en Plan , un pueblo de 150 habitantes al norte de Huesca, aconseja «estudiar bien los servicios antes de mudarse, porque la experiencia puede convertirse en un calvario. No hay que venirse a ciegas por bonito que sea». Y lamenta después: «Cuando iba conduciendo, pensé: “¿Dónde hostias me estoy metiendo?”. La carretera no iba a ningún lado, todo eran montañas y, al final, el pueblo. Y era muy bonito, pero pronto empezaron los problemas al no encontrar vivienda en 60 kilómetros a la redonda o que fuera cara. Si hubiera conocido esto antes, no habría venido».

Para el director gerente de Coceder, la población de estos pequeños pueblos ha sido siempre «muy sufridora», al ver que ningún gobierno ha hecho lo posible para mantener el equilibrio territorial, mejorando la vivienda, la asistencia sanitaria, los centros educativos o la conexión a internet: «En otros países de la Unión Europea como Francia, Alemania e Italia no tienen este nivel de abandono. Aquí es exagerado, llevamos 50 años de desinversión».

Población envejecida

A pesar de ello, el mayor miedo de Adela Mones y su pareja al marcharse de Gijón con su hijo a principios de marzo era llevar el virus a San Juan de Beleño , ya que la población es «muy vieja». «De hecho –recuerda–, la primera noche que llegué no pegué ojo. Entonces me puse a contar vecinos y me salieron 63, mientras que en mi bloque de pisos en Gijón había más. Es decir, compartía ascensor con mucha más gente de la que vive en este pueblo, por lo que el riesgo de matar a alguien era mayor en la ciudad».

En un principio, la idea era quedarse en esta pequeña localidad asturiana las dos primeras semanas de confinamiento, pero ahora su hijo Xoel está matriculado en la escuela –a la que acuden otros diez niños de diferentes cursos– y han decidido quedarse varios meses más para probar. «Aquí las necesidades son más reales: comes, calientas tu casa y te tomas un café en el bar. No hay ese consumismo voraz. Lo único, es el aislamiento social, porque los vecinos son como mi familia, pero echo de menos a la gente de mi edad. Es lo único que ha hecho que no me adapte del todo bien. Quitando eso, lo peor es que se te escape el panadero, fíjate qué tontería, porque aquí la vida transcurre al ritmo de quien te la marca. Y lo mejor es ver crecer a Xoel, que es el más feliz. Lo primero que dice cada mañana es: “Mamá, hoy no he llevado las vacas al prado”».

Plaza de Torrecuadradilla, una aldea de Guadalajara que, en 2019, tenía censados a 31 vecinos, pero en donde solo viven diez ÁLVARO YBARRA ZAVALA
Comentarios
0
Comparte esta noticia por correo electrónico

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Reporta un error en esta noticia

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Muchas gracias por tu participación