«La “ley Celaá” es la estocada final a la lengua del Estado»
Muchos docentes optaron por abandonar Cataluña: ella se quedó para batallar desde dentro
Cuando, en los albores de los años 80, la Generalitat de Cataluña desplegó en las aulas su plan de catalanización de la enseñanza convirtiendo la lengua autonómica en el « eje vertebrador del proyecto educativo y la única de uso en la escuela », muchos docentes que durante años habían defendido el derecho a aprender en la lengua materna, incluida la catalana, vieron que «tras el proyecto lingüístico catalán había un trasfondo político que trascendía lo pedagógico».
En 1981, varios profesores crearon el primer reducto de resistencia contra la imposición del monolingüismo en catalán. Desde entonces, la presión de los nacionalistas en la escuela para « imponer una lengua y un pensamiento único en las aulas » ha forzado la marcha de muchos docentes de Cataluña. Otros, como Rosario Gálvez , optaron por batallar desde dentro del sistema. Ahora, esta veterana de la resistencia ve en la enmienda contra la « ley Celaá » que destierra el castellano como lengua vehicular de la enseñanza, «la estocada final a la lengua del Estado». « Solo nos queda encomendarnos a Europa », dice e n una entrevista concedida a ABC en la que relata su experiencia.
Rosario Gálvez , Chari como la conocen sus más allegados, se jubiló hace dos años como profesora de Ciencias en un instituto de Sabadell (Barcelona). Ahora, con el castellano en la cuerda floja como lengua vehicular, da un paso al frente y explica cómo ha resistido casi cuarenta años en la «trinchera lingüística» sin temblarle el pulso contra « el dictado nacionalista ». Chari ha soportado durante años la lluvia fina del independentismo en las escuelas de Cataluña. Su lucha contra el rodillo lingüístico del catalán ha sido una lucha cuerpo a cuerpo pero sin estridencias, desde la defensa de derechos reconocidos que, según declara, «trascienden lo político».
Cumplidos los 61 años, desde su casa en Bigas i Riells (Barcelona) esta profesora, que aterrizó en Cataluña desde Córdoba cuando solo tenía 4 años, recuerda cómo giró hacia el activismo. « Vi claro que el argumento que durante años habíamos defendido sobre el derecho a escolarizarnos en la lengua materna quedó totalmente anulado por la inmersión y la obligación de escolarizar solo en catalán», dice.
Los mismos con los que había compartido manifestación en defensa de la escolarización en catalán, ahora estaban, según relata, « excluyendo de una forma irracional al castellano » de la enseñanza. Supo entonces que los planes de la Generalitat habían impactado en las aulas cuando, en la primera escuela a la que la destinaron, en El Pont de Vilomara (Barcelona), la dirección del centro le encargó que diera a los padres una charla para «convencerles de que lo mejor para sus hijos era que aprendieran en catalán si querían hacer algo en Cataluña». «Todo aquello me chirriaba, pero yo era muy joven y en aquellos momentos no encontraba argumentos para rebatirlo», dice.
Demonizada
A quien se significa contra las consignas del Govern «le demonizan, le tachan de facha, le arrinconan y le silenciaban. Si te pronuncias contra la Generalitat eres un apestado y peligra tu puesto. No tienes forma de construir tu propio relato», asegura.
Su forma de rebelarse fue, según explica, « hablar en castellano en la sala de reuniones y usar indistintamente el catalán y el castellano en mi clase , aunque finalmente a los que se dirigían a mí en español fueron convencidos por otros docentes de que lo mejor era que me hablaran solo en catalán». Tampoco ha tenido reparos en levantar la mano contra algunas consignas «que se consideraban incuestionables» y eso, según afirma, «marcó un antes y un después en mi relación con el resto de profesores y en mi carrera profesional».
«Ya no me planteo llegar a la dirección. Sé que no tengo posibilidades», denuncia la profesora. Ella y el resto de docentes que no se han rendido coinciden en que « la presión de los nacionalistas al profesorado ha aumentado año tras año y se disparó con el “procés” ». «Al final te asfixia, te secuestra tu libertad y el derecho a opinar diferente. Es una estrategia sin ruido pero con efectos demoledores», dice la profesora. Rosario dejó la enseñanza con la satisfacción de haber resistido hasta el final. Su último episodio de rechazo lo vivió fuera del centro cuando algunos de los docentes con los que había convivido durante años no acudieron a su despedida «para no significarse».
Ahora mantiene el activismo en las redes sociales. «También soy socia de Sociedad Civil Catalana (SCC), aunque formo parte de la Junta de Impulso Ciudadano», añade. Su guerra la comparten otros muchos docentes silenciados por el sistema .
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