Marcaje a los nuevos movimientos de la Iglesia

Distinguir entre la incidencia del Papa Francisco y la barra libre de quienes están aprovechando para ajustar cuentas

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Da la impresión de que se está produciendo un cambio de rumbo, o de época, en la Iglesia respecto a los nuevos movimientos y comunidades eclesiales. Durante estos días se han sucedido noticias tales como que Kiko Argüello, iniciador del Camino Neocatecumenal, seguirá al frente de este Catecumenado postbautismal, o el rumor infundado de una inminente intervención pontificia en Comunión y Liberación para «comisariarla».

Si para algunos el Pontificado de Juan Pablo II fue el del protagonismo de estas realidades, en detrimento de la vida consagrada, ahora parece que se han mudado las tornas. Convendría distinguir entre la incidencia del Papa Francisco, lógicamente influida por su modo de ser jesuita, en algunos aspectos que deben ser mejorados en la vida de estas institucionales de origen carismático y la barra libre de quienes están aprovechando para ajustar cuentas con, por ejemplo, el Opus Dei, los denominados Kikos, Comunión y Liberación, Renovación carismática, Regnum Christi…

El Papa Francisco tuvo hace unos días un encuentro con los líderes de las Asociaciones de fieles y nuevos movimientos y dejó claro algunos aspectos. Les dijo, por ejemplo, que «la pertenencia a una asociación, a un movimiento o a una comunidad, sobre todo si se refieren a un carisma, no debe encerrarnos en un 'barril de hierro', hacernos sentir seguros, como si no fuera necesario responder a los desafíos y a los cambios». El principio asentado es claro: el carisma debe ser profundizado y hay que reflexionar sobre cómo encarnarlo en las nuevas situaciones. Pero el Papa añadió: «Tengamos una gran docilidad y humildad, para reconocer nuestros límites y aceptar cambiar modos de hacer y de pensar anticuados, o métodos de apostolado que ya no son eficaces, o formas de organización de la vida interna que han resultado inadecuadas o incluso perjudiciales».

Por mucho que algunos se empeñen, la Iglesia contemporánea no se entendería sin estas realidades del Espíritu. Los nuevos movimientos contribuyen a la permanente «revolución cristiana», a la relación fecunda entre los carismas del pasado y del presente. Convendría no olvidar que, como diría Juan Pablo II en 1981, la Iglesia misma es un movimiento.

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