Así late un ciberpolicía
«¡Por favor, que ningún padre envíe una sola foto de sus hijos en la playa!»
Una veintena de agentes de la Unidad Central de Ciberdelincuencia visionan cada día miles de archivos pedófilos. Para no contaminarse, sus curas son la meditación y la familia
Ver cada jornada cientos, miles de archivos pedófilos y escenas «execrables» no ha afectado sus biorritmos diarios. Así lo asegura Daniel Huerta, subinspector de la sección de Protección del Menor de la Unidad Central de Ciberdelincuencia de la Policía Nacional, quien añade, además, que tener una hija de 3 años tampoco ha cambiado su forma de enfrentarse a estos delitos que crecen de manera exponencial cada año en España . Pero, paradójicamente, lo primero que hace al llegar a la guardería es «regañarles» por geolocalizar una foto con la que cualquiera puede saber dónde está su niña en cada momento; o pedir el certificado de delitos sexuales de todos cuantos trabajan en una granja donde su pequeña acude a realizar actividades extraescolares. «¡Es la primera vez que nos lo solicitan!», espetaron en el centro. Y Daniel refunfuña que debería ser una petición de los padres mucho más común.
Por lo que pueda pasar.
—¿Un agente de esta unidad ve pedófilos por todas partes?
—[Sonríe] Al principio sí, un poco, te entra cierta paranoia. El pedófilo es muy oportunista; no hay pedófilos muy evidentes, muy obvios, pero son conscientes de su situación. Y ya no tienen sentimiento de culpa.
Este delincuente también ha sufrido una mutación, al tiempo que los agentes se iban transformando con nuevas lecciones tecnológicas en esta área que tiene no más de quince años de vida. Según comentan los uniformados, antes los pedófilos se escondían, vivían su trastorno como un lastre, un pecado; ahora «los desviados»se pavonean de él públicamente y llegan a hacerse de oro con el tráfico de imágenes. Se sienten «comprendidos» por el resto de la masa de depravados, que se reafirman y se hacen fuertes con una metodología muy simple: internet.
El agente Huerta destaca que el método más novedoso ahora es el de la pedofilia (de extrema dureza) en «streaming», retransmitida en directo. Con legiones de mirones al otro lado. La Policía Nacional lucha contra esta comuna en colaboración con Interpol y Europol, con bases de datos actualizadas y fichas digitales de cada archivo. Eso ayuda a «cazarlos». Para el remanso de los agentes, solo existen dos fórmulas: técnicas antiestrés, cursillos de apoyo psicológico, «mindfulness» o yoga; y pasar muchas horas con la familia. Algunos igualmente no lo superan. «Es muy duro. Tienes que llegar a desarrollar una empatía con el delincuente, hasta tal punto –relata Huerta, con naturalidad– que, al salir a pasear con mi niña en el Retiro, uno de ellos se acercó a saludarme. Éramos amigos, del grupo de pedófilos al que me estaba acercando como cebo. Tocó a mi niña para saludarla. No imagina la repulsión...».
«En casa no lo comento»
Así que, volviendo al principio, sí, la respuesta velada que no van a ofrecer a ABC durante las horas que permanecemos junto a esta veintena de agentes de la UCC es que sí termina por afectarles. «A mi mujer no le comento nada de lo que vemos cada día», acaba por reconocer Huerta, sobre todo «desde que es madre». No pueden llevarse el trabajo a casa porque –y asiente a su vera el subinspector Eduardo Casas–, para reconstruir el puzle de casos de pederastia internacional que investigan (unos 2-3 de gran envergadura al año), tienen que visionar encierros de niños, imágenes escatológicas de pequeños y orines , situaciones abominables de zoofilia y, según Casas, el peor de los escenarios: que hagan a un niño coger a su hermanito y le obliguen a ejecutar acciones que harían vomitar al más cuerdo y sobrio de los sujetos. «Sí pasas un shock físico las primeras veces. Se te revuelve todo y luego lo vas superando», acepta Casas.
«Sí pasas cierto shock físico las primeras veces»
La pericia que han desarrollado estos agentes es asombrosa. No quieren profundizar en detalles para no dar pistas, pero hay operaciones globales que se han destapado por el marco de una foto que aparecía detrás de la imagen que tenía a un niño por protagonista o algún indicio de un hotel. Por los «metadatos» de cada archivo de imagen que rastrean como sabuesos.
Ellos han aprendido a pixelar en sus mentes a los pequeños y observan detenidamente el enchufe que está a la izquierda del niño desnudo. Así deducen, a veces, que es España el país donde se están grabando las obscenidades. Y tiran del hilo. Logran difuminar las atrocidades y van directos al grano. Otras veces las denuncias parten de un ciudadano. En tiempos de redes sociales, «esto es crucial», aseguran. El buzón está habilitado en denuncias.pornografia.infantil@policia.es . Bucean en todo lo que llega. Aun con todo, dicen que lo peor es «la burocracia» que se desencadena hasta que dan con los huesos de los perturbados en la cárcel; y el momento de identificar a las víctimas, de informar a los padres. Muchas lo niegan, otra admiten los sobornos. «Si le hacía un perreo, me daba...». No hay petición inocente.
—¿Solo hay tres mujeres en la unidad?
—En la sección de pornografía (porque en la unidad superamos el centenar), de los 19 agentes, 16 son hombres y 3 mujeres. El resto de mujeres de la Unidad se integran en otros grupos de investigación como Beatriz Hermosilla, jefa del grupo de Fraude Empresarial.
«Tienes que desarrollar cierta empatía hacia el pedófilo para que sea tu cebo. Una vez uno de ellos me reconoció y tocó a mi niña en el parque. No imagina la repulsión que me dio»
Daniel cruza el pasillo del complejo policial de Canillas en Madrid señalando que parte de la responsabilidad de lo que ocurre es de los padres. Insiste en que los progenitores son los que envían a sus contactos fotografías de sus hijos en la playa. Yahí puede empezar la bacanal. «¡Por favor, no lo hagan, ni en Facebook ni en ningún otro lugar!» , esboza. Beatriz corrobora. Aunque parezcan instrumentos de ocio inofensivos, las consolas con chats entre jugadores online se han convertido en un gancho perfecto para que los pederastas conversen (chantajeen, coaccionen y ofrezcan recompensas lúdicas) con sus hijos. Y los progenitores permiten que pasen ahí horas muertas. También en las tabletas, los teléfonos y las televisiones inteligentes. «Tenemos muchos casos de jóvenes de 14 años que distribuyen ellos mismos contenido de porno infantil que encuentran en páginas en las que se meten mientras sus padres piensan que están entretenidos; o que inician juegos online que acaban con un vídeo suyo o la difusión de una imagen que, sin quererlo, acaba en manos de miles de personas...». «Visionar porno produce cambios en el cerebro», sostiene el subinspector Huerta.
Presos de la imagen
La agente Hermosilla lo repite alto y claro: «No estamos preparados para lo que viene. Avanza la tecnología y a la sociedad no le está dando tiempo a asimilarla. El mejor ejemplo son los padres: dan aparatos a sus hijos que exigen un nivel de madurez que no tienen. Habría que respetar las edades legales para el uso de las redes sociales, que son de 16 años o 18 según los casos, y no dejar que ningún chaval las usara antes. Vivimos esclavos del móvil. Es un auténtico problema social. Y esto no lo puede solucionar la Policía». Beatriz agradece no estar en la unidad de pornografía infantil. «Mi campo es menos lesivo moralmente» . Esa herida la cosen sus dos compañeros con gran sentido del humor. «Somos policías, aquí debajo no hay coraza, hay lo que tienen lo demás». Casas se toca el pecho.
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