Falta de comida, negocios arruinados y hasta suicidios por el confinamiento de Shanghái

Además de un enorme impacto económico y dudas sobre las cifras oficiales de fallecidos, su encierro por coronavirus deja protestas airadas por la falta de comida, enfrentamientos con la Policía y hasta suicidios

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Un miembro de los servicios de seguridad observa un monitor de cámaras privadas instaladas en un barrio de Shanghai EFE Vídeo: ATLAS
Pablo M. Díez

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Quejas en internet que escapan a la censura, protestas airadas, enfrentamientos con la Policía y hasta suicidios . Además de un enorme perjuicio económico, ese es el impacto social que está provocando el confinamiento por coronavirus de los 25 millones de habitantes de Shanghái.

Dos años después del estallido de la pandemia en Wuhan, y mientras el resto del mundo recupera la normalidad gracias a sus vacunas y la inmunidad de grupo, China sigue anclada en los encierros masivos por su política de 'Covid 0'. Con el blindaje de sus fronteras, el régimen de Pekín se ha protegido contra la pandemia y evitado la sangría de muertes que ha sufrido todo el planeta. Pero la supercontagiosa variante Ómicron se ha colado en el país y amenaza dicha estrategia, que consiste en sellar las ciudades y hacer pruebas masivas para erradicar los brotes en lugar de convivir con el virus para que no se dispare la mortalidad.

A la vista de la catástrofe que han sufrido otros países superpoblados en vías de desarrollo como la India, Indonesia y Vietnam, e incluso ciudades con mejores sistemas sanitarios como Hong Kong, las autoridades lo tienen claro: confinamiento antes que dejar circular libremente el Covid-19.

El problema no es solo el tremendo impacto económico y social, sino que las cifras oficiales chinas vuelven a resultar poco creíbles porque en Shanghái hay ya unos 400.000 contagiados y solo diez fallecidos, todos ancianos con edades comprendidas entre los 60 y 101 y patologías previas. Tras las denuncias en las redes sociales de familiares de internados en residencias de mayores, donde se calcula que habría decenas de muertes, la Comisión Nacional de Salud reconoció por fin este lunes los tres primeros fallecidos. El martes notificó otros siete, pero siguen estando por debajo de todas las estadísticas de letalidad que arroja el coronavirus en el mundo.

Mientras tanto, muchos shanghaineses se quejan por la falta de comida que el Gobierno les reparte en el confinamiento, ya que no pueden salir de sus casas ni para comprar en las tiendas y supermercados, que están cerrados. Los 'kuai di', como se conoce a los repartidores a domicilio que inundan las ciudades chinas, también están confinados, lo que ha llevado a muchas familias a recurrir al trueque de alimentos con sus vecinos. Pero pasan los días y se agotan los víveres y la paciencia, que acaba estallando en episodios poco habituales en China. Hartos del encierro, miles de personas salen cada noche a sus balcones para gritar desesperados y rebajar la tensión, mientras los drones de la Policía les ordenan «controlar los deseos de libertad» y que cierren las ventanas para «no propagar el virus». Además de drones , otra de las imágenes más distópicas que están circulando por las redes sociales es la de un siniestro 'perrobot' que, con un altavoz atado al lomo, insta a los vecinos a permanecer en sus domicilios so pena de ser multados.

Junto a los drones, un siniestro 'perrobot' insta a los vecinos a permanecer en sus domicilios so pena de ser multados

En Shanghái, y en otras ciudades de China también confinadas, no entienden estos encierros si, como dice el Gobierno, más del 90 por ciento de los casos son asintomáticos. Otra proporción que no cuadra y hace sospechar que estos últimos, que van en una lista aparte para maquillar las cifras de positivos, incluyen a los pacientes leves habituales de Ómicron. Al grito de «¡Queremos salir, queremos trabajar, queremos libertad!» , cada vez son más los vecinos de urbanizaciones que se atreven a manifestarse contra el Gobierno. Aunque la situación está lejos de desembocar en un estallido social, supone un reto para el régimen, que durante estos dos años había legitimado su modelo autoritario por su mejor control de la pandemia frente a la sangría de muertes desatada en las democracias de Occidente.

Sin compras ni trabajo

Además de no poder salir a comprar ni a trabajar, lo que está arruinando a los pequeños comerciantes y a quienes no forman parte de grandes empresas, los confinados tampoco pueden ir a los hospitales si no es por una emergencia grave y cuentan con una prueba PCR negativa. Al menos que se sepa, han fallecido a las puertas de los hospitales dos enfermos por ataques de asma, uno de ellos una enfermera, y la madre de un conocido economista taiwanés, Larry Hsien, porque su PCR se retrasó más de cuatro horas y no pudo recibir la inyección que necesitaba para sus problemas de riñón.

Desesperados, algunos pacientes crónicos, como los que necesitan diálisis, han llegado incluso a suicidarse al no poder seguir con sus tratamientos. En unas imágenes impactantes, así se ve en los vídeos colgados en las redes sociales mostrando a ancianos y enfermos que se arrojan desde sus balcones.

Pero, sobre todo, lo que más temen los shanghaineses es dar positivo y que los internen en centros de aislamiento hacinados y en condiciones tan precarias que hacen que el remedio sea peor que la enfermedad. Aunque sean asintomáticos, no pueden pasar la cuarentena en sus domicilios y son recluidos en hospitales de campaña gestionados por enfermeros pertrechados con trajes especiales de protección. En camas a un metro de distancia de otros pacientes y con baños compartidos cuya salubridad deja mucho que desear, ahí deben esperar hasta que den negativo.

Para aislar a los infectados como si fueran leprosos, lo que ha desatado la indignación por la separación de niños y bebés de sus familias, las autoridades han habilitado más de 50.000 camas por toda la ciudad. De ellas, 15.000 se ubican en el gigantesco Centro Internacional de Exposiciones de Pudong , pero algunos vídeos muestran cocherones inmundos llenos de basura y con los retretes atascados.

En Shanghái, escaparate del progreso chino y donde vive una abundante clase media, pocos pensaban vivir algo así y pasar hambre y tantas penurias en pleno siglo XXI. Menos aún cuando el resto del mundo levanta sus restricciones por el coronavirus y hasta las mascarillas dejan de ser obligatorias. Un agravio comparativo que lleva a muchos chinos a plantearse emigrar a otros países.

Lo peor no es que no se sepa cuándo acabará el confinamiento de Shanghái y otras ciudades cerradas, sino que en cualquier momento podría afectar a otros lugares incluso aunque no haya casos, ya que el presidente Xi Jinping ha hecho del 'Covid 0' una causa personal.

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