¿Qué dicen los epidemiólogos sobre que la vacuna sea obligatoria en comunidades como Galicia?

La Sociedad Española de Epidemiología sostiene que no existen razones sanitarias ni éticas que justifiquen la obligatoriedad de la vacunación

¿Podrá una persona vacunada contagiar el coronavirus?

Un ciudadano recibe un pinchazo de la vacuna de la farmacéutica Pfizer EFE

B. L. Echazarreta

Galicia anunció hace unos días que modificaría la Ley de Salud de la comunidad que preside Alberto Núñez Feijóo. El debate se centró en las sanciones que impondrá esta región a aquellos que se nieguen a vacunarse , en concreto las multas podrían oscilar entre los 1.000 y 600.000 euros no sólo por no inyectarse la vacuna contra el Covid-19, sino posibles virus futuros.

Si bien en su momento ya se argumentó que el marco legislativo en España no capacitaba a la administración para imponer la obligatoriedad del fármaco , ahora el debate lo ha resucitado la comunidad gallega que, de forma unilateral, prevé multar a aquellos que no se vacunen. Se ha introducido una nueva variante en el debate: la justificación ética.

En un comunicado emitido este lunes por la Sociedad Española de Epidemiología se afirma que hoy por hoy, no hay razones epidemiológicas ni éticas que justifiquen la obligatoriedad de la vacunación . Todo lo contrario. Desde el punto de vista epidemiológico, la población española acepta estas vacunas mayoritariamente, más del 80% en las últimas encuestas, porcentaje que probablemente sería suficiente.

Desde esta sociedad recuerdan que la legislación española permite que las autoridades puedan imponer la obligatoriedad de la vacunación en determinadas circunstancias, aunque está menos claro que una comunidad autónoma pueda hacerlo unilateralmente en todo su territorio , sobre todo si su situación es mejor que otras muchas.

Obligatoria si hubiera rechazo a la vacuna

Argumentan que desde el punto de vista ético, la obligatoriedad de la vacunación solo tiene sentido si hay un rechazo importante de la población a recibir una vacuna para la que hay pruebas fehacientes de su eficacia y seguridad y si ese rechazo impide que se pueda lograr la inmunidad colectiva necesaria para frenar la circulación del agente infeccioso.

La obligatoriedad solo tiene sentido si la protección del bien común tiene que hacerse a costa necesariamente de no respetar las decisiones individuales de los contrarios a vacunarse. Pero ese no es el caso de la vacunación frente al coronavirus.

La vacunación es una actividad preventiva que se aplica a personas sanas pero que supone ciertos riesgos y ciertas molestias, aunque sean pequeños. No es una actividad terapéutica que se aplica a personas enfermas para curar o aliviar su enfermedad. Tanto en las actividades preventivas como en las terapéuticas se debe aplicar todo lo que sea posible el principio de respeto a las personas —que supone que las personas deciden libremente si reciben esas medidas—, siempre que ello no ocasione un perjuicio a terceros.

La desconfianza que puede venir

Mientras el porcentaje de personas que rechazan la vacunación sea relativamente pequeño, las políticas de salud pública más razonables aconsejan armonizar la búsqueda del bien común y de la solidaridad con el respeto a las decisiones individuales , libres y sin coacciones. Con ello se aplica el consejo de recurrir a las medidas de apoyo a la salud pública que sean menos restrictivas de las libertades individuales.

En cualquier caso, la obligación de las autoridades sanitarias estatales y autonómicas es persuadir y convencer a todos aquellos que puedan tener reservas contra la vacunación de los enormes beneficios que aportarán a todos frente a unos riesgos muy pequeños a que se exponen. El recurso a medidas punitivas u obligatorias puede generar en la población, además, una desconfianza en las autoridades muy poco aconsejable para la gestión de la pandemia.

Las autoridades deben ganarse la confianza aplicando medidas basadas en la mejor ciencia, con rendición de cuentas y transparencia. La obligatoriedad, aunque sea relativamente encubierta, solo puede ser un último recurso cuando la situación así lo exige y no quedan otras alternativas, apuntan los epidemiólogos españoles.

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