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Elena Barraquer, la cirujana altruista

Directora de la Clínica Oftalmológica Barraquer, es la cuarta generación de la conocida familia de oftalmólogos y una cirujana que pone su ciencia y su conciencia en su trabajo. Nunca ha renunciado a tratar de cerca de los pacientes ni a ayudar a quienes no tienen nada

22.05.14 - 07:45 -

Pertenece a a la cuarta generación de toda una saga de oftalmólogos. Su especialidad es la cirugía de la catarata y tras vivir 25 años en EE UU e Italia volvió a España en el año 2002. Ahora reside en Barcelona donde divide su tiempo entre los pacientes del Centro de Oftalmología Barraquer y las expediciones solidarias a países que no tienen medios para poder llevar a cabo esta operación. Lo que le da sentido a su día a día es tratar con los pacientes.

–¿Atendió usted algún caso especialmente curioso en su última expedición solidaria a África?

–Sí, en Angola. Se trataba de un chico de 32 años, pastor de una iglesia protestante, que tenía cataratas blancas en ambos ojos. Nos pidió si le podíamos operar aunque fuera el ojo derecho para poder ver a su novia con la que se iba a casar al cabo de 10 días.

–¿Y pudieron operarle?

–Teniendo en cuenta su edad, cosa que normalmente no hacemos porque hay una lista de espera, decidimos hacerle un regalo de bodas y operarle los dos ojos. Después bromeabamos con él y le decíamos: ¿Qué pasará si ves a tu novia y la encuentras muy fea? [Risas]. Esto fue hace poco más de un mes. No sabemos si se casó... Espero que sí.

–¿Qué son las cataratas blancas?

–Hay varios tipos de cataratas. En todos los casos el cristalino, una de las lentes del ojo que normalmente es transparente, se va volviendo opaco y puede acabar blanco, marrón y hasta negro si la afección está muy avanzada. Hay un tipo en concreto que en broma lo llamamos ‘Michael Jackson’ porque es blanco por fuera y negro por dentro. En todos los casos esta opacidad impide la visión y se ha de quitar.

–¿Podemos hacer algo para prevenirlas?

–Por supuesto. Por ejemplo puede ser muy útil llevar gafas de sol. Está comprobado que la luz solar y la malnutrición, sobre todo si están juntas, pueden hacer que la catarata avance más rápidamente.

–Ha cambiado mucho este tipo de cirugía en los últimos años?

–Sí, bastante. Cuando yo era médico residente, en EE UU, operábamos la catarata mediante una incisión de entre ocho y diez milímetros. Ahora en cambio con una de dos milímetros es suficiente. Esto facilita que no haya complicaciones posteriores, como infecciones, pero también ha encarecido la operación.

–¿La intervención que realizan en las expediciones solidarias es la misma que en el quirófano de la ClÌnica Barraquer?

–La técnica es la misma, pero allí cambian las condiciones. Allí tienes suerte si dispones de un taburete que sube y baja y no tienes que jugar con cojines para llegar a la altura adecuada. De todos modos, nosotros viajamos con todo el material necesario para operar, desde el microscopio hasta el instrumental desechable.

–¿Cómo empezó esta iniciativa altruista?

–Las expediciones surgieron a raíz de la venta de un Mercedes único de mi abuelo. Un coleccionista de coches se lo compró a mi padre y él decidió que con este dinero íbamos a extender la labor social que ya había empezado mi abuelo en su momento cuando inauguró la clínica. Mi abuelo había decidido que todo el mundo que lo necesitase, fuese cuál fuese su condición social, sería atendido aquí. Gracias a la venta del Mercedes esta acción la pudimos ampliar a países en vías de desarrollo donde muchas veces no tienen ni los medios económicos ni los científicos técnicos para operar cataratas.

–¿Todavía continúa esta labor social de la Clínica Barraquer?

–Cuando hace 73 años se inauguró existían físicamente dos puertas de entrada al edificio: la de la clínica y la del dispensario u obra social. ¡Cuando lo pienso me horrorizo! En ese momento para ser atendidos en el dispensario los pacientes debían traer un certificado de pobreza que expedía el alcalde de su barrio. Ahora, en Barcelona, operamos a pacientes españoles y extranjeros que a través de nuestra asistente social demuestran que no pueden ni pagar los precios reducidos que también hay en la clínica, donde tenemos presupuestos para todos los bolsillos.

–Su abuelo inauguró la clínica en 1941 y usted es la cuarta generación de toda una saga de oftalmólogos. ¿Desde cuándo supo que quería seguir el legado familiar?

–Desde siempre. He vivido rodeada de ojos desde pequeña porque tanto mi hermano como yo crecimos aquí, en la clínica. Cuando estudiaba bachillerato por ejemplo, y para ganarme algún dinero, ayudaba como secretaria escribiendo historias clínicas o iba a ver cómo operaba mi padre y resumía en dibujos sus operaciones. Pero la historia no acaba aquí, en este momento ya está trabajando en la clínica la quinta generación Barraquer, es decir, bisnietos de mi abuelo. Además mis sobrinos y uno de mis hijos están estudiando medicina, aunque ya se verá qué especialidad escogen. De momento lo importante es que acaben [ríe].

–¿Recuerda alguna anécdota graciosa de su infancia?

–Mi hermano y yo hacíamos prácticas de trasplante de córnea con ojos de cadáveres que no se podían utilizar porque no estaban en buenas condiciones. Una de las veces me pareció que la operación me había quedado particularmente bien, así que envolví el ojo en una gasita y lo subí a casa para enseñárselo a mi padre. En vez de él lo encontró mi madre. ¡Menudo susto se llevó la pobre al desenvolver el paquetito!

–Ahora es relativamente común que médicos y científicos emigren a países extranjeros para estudiar una especialidad o ampliar su experiencia profesional, pero en el año 1978 cuando usted terminó la carrera no era algo tan habitual.

–Era algo muy poco frecuente. En el centro donde estuve investigando en EE UU, el National Institute of Health (NIH) en Bethesda, era la única española y también en el que estudié la especialidad de oftalmología.

–¿Cuánto tiempo estuvo en el extranjero y cómo fue su vuelta a España?

–Cuando acabé la carrera y marché a EE UU fue con la intención de vivir allí un año y me quedé 11. Después estuve 13 en Italia. Tras casi 25 años de vivir fuera, en el 2002, volví a Barcelona y sentí que al fin estaba de nuevo en casa. Aunque me encanta viajar y la aventura, ahora siento que mi futuro está aquí. Tengo, o creo tener, muchas responsabilidades con lo que empezó mi abuelo y construyó mi padre y muchas ganas de continuarlo y, si es posible, mejorarlo.

–¿Todavía queda margen para la mejora respecto a los tratamientos y las terapias que ofrecen en la Clínica Barraquer?

–Cada vez se le presta más atención a los ojos y tenemos más medios para diagnosticar y tratar. La novedad que ahora tenemos en el centro esá relacionada con la retina y se trata de la visión artificial. Este tratamiento consta de un implante que permitiría que alguien que no ve, pudiera llegar a detectar movimientos. Es una auténtica maravilla, pero el problema es que aún tiene un coste inaccesible para muchísima gente, alrededor de los cien mil euros. De momento estamos buscando la posibilidad de financiarlo de alguna manera para cuando aparezca el candidato ideal.

–¿Cuál es la parte de su trabajo con la que más disfruta?

–Por suerte la oftalmología es una de esas especialidades médico-quirúrgicas en las que consulta y cirugía van unidas. Si tuviera que escoger me quedaría con la primera, ya que me encanta el trato con el paciente, pero por otro lado si no fuera cirujana no habría podido devolver la vista a tantas personas en África y eso da una satisfacción increíble. De todos modos, mi principal motivación es la que yo creo que debería ser la de todos los médicos, ayudar a la mayor cantidad de gente posible.

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