Mi hija era como un castillo de arena: con una simple olita, se caía». Carlota, que en septiembre cumplió 5 años y es una niña alegre y muy espabilada, prácticamente cabía en la palma de la mano de su madre cuando vino al mundo en el Hospital Clínico San Carlos de Madrid.
Margarita Girod había tenido un embarazo normal y sin complicaciones con su primer hijo, Pelayo, y no podía imaginarse lo que suponía ser una extrema prematura. Hasta entonces desconocía los riesgos y las necesidades de los recién nacidos de riesgo, como le ocurre a la sociedad española en general. «Es un problema bastante desconocido y hay que luchar para que todos estos niños tengan acceso a los mismos tratamientos y neonatólogos que salvaron a mi niña. Es lo justo», defiende Margarita.
Carlota sí recibió en este centro la dosis de inmunoprofilaxis con anticuerpos monoclonales que previenen contra el virus respiratorio sincital durante su primer año de vida. Además, era controlada por un equipo multidisciplinar periódicamente. «Al principio te vuelves loca –recuerda Margarita–. Un resfriado puede acabar con tu hija y compras de todo para protegerla: mascarillas, batas, desinfectantes... Vives aterrada porque sus pulmones no se han desarrollado totalmente. Mientras estuvo ingresada en la UCI, donde permaneció dos meses, era doloroso verla allí pero sentías que estaba a salvo. Cuando te la llevas a casa no sabes qué hacer, cómo cuidarla».
A esta madre le ayudó mucho entrar en contacto con la asociación de padres prematuros. «Sientes que no estás sola, que hay otros padres en tu situación y empiezas a ser capaz de relativizar la situación y contener el miedo, a vivirlo con más normalidad y saber cómo actuar. Porque la mejor prevención que le puedes dar como madre es tratarle como a un niño normal: que juegue, que salga de casa, que esté con otros niños en el cole».
A Margarita le brota el orgullo cuando habla de su niña, ya con 5 años. «¡Es más lista y avispada! A veces pienso que el haber tenido que luchar la ha hecho más fuerte».