Las cifras del problema
–¿A qué edad empezaste a beber?
–Comencé con 16 años porque soy una persona muy retraída y esta era una forma de abrirme a los demás. Me di cuenta de que de ese modo podía hablar con gente y conocer chicas. En todas las fotos de aquella época se me ve siempre con una cerveza o una copa en la mano.
–¿Cuándo llegó a ser un problema?
–Seguramente ya entonces lo era, pero creía que lo que hacía era normal, que lo hacía todo el mundo. Luego llegaron mis salidas de tono. Podía desaparecer durante tres días y no recordaba dónde había estado. De hecho hay noches de las que aun hoy no puedo recordar nada. La verdad, casi lo prefiero. El alcohol llegó a impedirme seguir estudiando, con las resacas no podía ir a clase.
–¿No pudo ayudarte nadie?
–No. Llegó un momento en que mis padres lo intentaron y me acompañaron a psicólogos y psiquiatras, pero no consiguieron nada. No supieron ayudarme, pero la culpa era mía. Les engañaba como quería.
–¿Intentaste dejarlo?
–Sí, pero me resultaba imposible. Tampoco me quería dar cuenta de lo que verdaderamente me estaba sucediendo. Logré dejarlo durante un mes con muchísimo esfuerzo, pero al final para celebrarlo volví a beber. Eso fue peor, porque la autoestima la tenía ya por los suelos.
–¿Qué sucedió para que al final decidieras buscar ayuda?
–Acabé con depresiones y sin poder moverme de la cama. Y una mañana, con 25 años, me levanté con resaca y sin recordar dónde había estado la noche anterior. Fue entonces cuando llamé a Alcohólicos Anónimos pidiendo ayuda.
–¿Qué sucede cuando llegas al grupo por vez primera?
–Lo primero es tener claro que cada uno llegamos ahí cuando hemos tocado nuestro fondo, aunque el mío todavía no había llegado porque tras un año sin beber, que fue muy bueno, recaí.
–¿Por qué?
–Porque creía que ya lo tenía controlado, así que dejé de asistir a las reuniones. Después he vuelto y ya llevo 5 años.
–¿Es muy fácil recaer?
–Tan fácil como dejarte llevar por tus propios engaños. A veces es tan sutil como pensar: ‘Si lo he conseguido una vez, puedo empezar a beber y dejarlo de nuevo’. En mi caso además lo que me pasa es que soy un inmaduro, como cuando comenzaba a madurar ya bebía y jugueteaba con drogas me quedó esa asignatura pendiente. Es ahora cuando estoy aprendiendo.
–¿Lo peor a la hora de dejarlo?
–La impotencia de no poder salir con mis amigos. La vida social la realizamos siempre en sitios donde hay alcohol y yo he tenido que salir corriendo de discotecas porque me ponía histérico al ver pasar las copas y no poder tomarme una.
–¿Y en qué notas más cómo te ha afectado?
–En la pérdida de memoria y las lagunas mentales que tienes. Luego vas viendo cómo afecta a los demás. De hecho el amigo con el que comencé a beber murió. Pesaba 84 kilos cuando le conocí y bajó hasta los 50. Tenía el hígado destrozado.
–¡Qué duro!
–Sí, pero toda situación por traumática que sea te sirve para seguir adelante. Yo ahora tengo mi mujer, mi hija de cuatro años y otro bebé más en camino.
–¿Fue difícil reconocer que eras alcohólico?
–Es que no me lo podía creer. Para mí un alcohólico vivía en la calle y bebía ‘bricks’ de vino barato. Y yo me decía: ‘No puedo serlo, solo soy un chaval de 24 años’.
–Imagino que la ayuda de amigos y familia es esencial.
–Sí, el problema es que los alcohólicos somos personas muy egocéntricas. Yo pensaba que podía con todo. El primer paso es reconocer que no es así, que tienes un problema y eres incapaz de controlarlo.
–Si alguien conoce a un alcohólico, ¿cómo le puede ayudar?
–No podemos ayudar a nadie que no lo pida. Hay que dejarles tocar fondo. En Alcohólicos Anónimos podemos orientar a la familia, pero si quien tiene el problema no lo sabe no se puede hacer nada.
–Vemos que es posible controlar la bebida.
–Te das cuenta de que se puede vivir sin alcohol y recuperas todos los aspectos de tu vida que se habían visto afectados. Controlada la enfermedad, porque es incurable, somos igual de válidos que los demás.