Tarea para los padres: el curso también empieza en casa
La escuela, el instituto o el centro universitario marcan un territorio nuevo. Allí es patente que las vacaciones han acabado. No suele suceder lo mismo en el hogar. Ciertas inercias vacacionales siguen vigentes. No debería ser así. Las vacaciones han acabado también en casa, los horarios deben volver a ser los habituales del resto del a_o y los espacios de tiempo para estudiar y cumplir los deberes escolares deben respetarse. No es cuestión de que los padres lo impongan. No suele funcionar. Es cuestión de crear un clima adecuado para que ello sea posible. Un hogar silencioso, cenar a una hora adecuada o interesarse por lo sucedido en clase predisponen a cambiar del estado de ánimo vacacional al estado de ánimo escolar. Al fin y al cabo es la realidad que se debe asumir.Si el mundo empresarial y los asuntos sociopolíticos trascendentes se valoran a través de los años naturales, la vida cotidiana de la mayoría de familias se ve modificada por los cursos escolares.
Incluso en las grandes y medianas ciudades, el tráfico y las costumbres se ven alteradas cuando empiezan y acaban las actividades docentes. Los niños y jóvenes imponen sus costumbres sin proponérselo, lo que no significa que deban imponer sus normas.
Educar, convivir con niños y adolescentes consiste, fundamentalmente en decir ‘sí’ y ‘no’. ‘Sí’, a cómo son. ‘No’, cuando hacen lo que nos parece que no deben. De los ‘sí’ surge el afecto, la estima y el respeto hacia su persona. De los ‘no’, nacen los límites, las pautas, el orden y la disciplina. Lo segundo sin lo primero es del todo ineficaz, lo primero sin lo segundo supone sucumbir a sus caprichos.
Diversidad de situaciones:
En breve empieza el curso y, para los más pequeños, pueda que sea la primera vez que dejan el hogar para compartir tiempo y espacio con otros niños de su misma edad. Otros cambiarán de centro escolar o pasarán de un ciclo al siguiente, otros repetirán curso, otros entrarán en la universidad... Todo cambio supone una dosis añadida de tensión, diferente para cada situación.
A la escuela por primera vez.
Su mundo ha sido reducido y su marco de seguridad muy elevado. Tienen tres años, el tiempo para ellos pasa despacio. Si antes acudieron a alguna guardería o parvulario, el recuerdo es vano y lejano. Los tres meses veraniegos son un mundo en el que han vivido tantas cosas que dejan en lejanía olvidable lo experimentado en el curso pasado.
Por otra parte, el centro infantil anterior estaba programado a su medida, pero la escuela es diferente. La ven grande, llena de otros niños y ni_as mayores que ellos que son percibidos, inicialmente, como posibles agresores. Los profesores, que luego se encargarán de hacerles fácil la integración, son vistos como adultos distintos a los conocidos que, presuntamente, pueden no ser ‘sus amigos’.
El miedo a empezar las clases en un niño de tres años debe considerarse como algo completamente normal, de manera que los llantos de los primeros días son una demostración de apego a los padres adecuado.
Para facilitar la adaptación, conviene que el padre o madre que acompañe al alumno no alargue la despedida. Llorará cada día un poco menos hasta sentirse a gusto en su nuevo rol de alumno. La angustia de separación que se produce en el momento de dejar al hijo en la escuela no debe prolongarse, ni debe creerse que la presencia de más tiempo al lado del hijo va hacer más llevadera la posterior separación.
Cambios de ciclo
Cuando el alumno va cumpliendo las expectativas y pasa de curso sin especiales problemas, alcanzar un nivel superior suele suponer un premio a su esfuerzo y a su rendimiento. Como tal, suele ser vivido. Siendo así, no deja de suponer un cambio que, lógicamente, asociará con un incremento de la dificultad y, por tanto, como una prueba a superar.
En estas situaciones es muy recomendable que los padres sean sensibles a los temores de los hijos y les muestren un apoyo especial los primeros días de clase. Sentir que los demás comprenden que se pasa por una situación con dificultades, conforta, anima y ayuda a verlas superables.
Empezar en otro centro.
Algo semejante pasa con un cambio de centro, sobre todo si éste es debido a un fracaso en el anterior. El ordenamiento legal no hace fácil la movilidad de un colegio a otro. En cambio, en muchas situaciones de alumnos etiquetados o desadaptados –lo uno suele ser causa de lo otro–, cambiar de profesores y de compa_eros puede ser una alternativa del todo favorable a su situación.
En tal caso, los padres deben intentar vivirlo como una oportunidad y no como un fracaso o castigo. Se trata de una situación estresante que merece compañía, comprensión y ánimo estimulante. Cuando el cambio de centro está motivado por elementos ajenos al alumno, como un movimiento de residencia de la familia, la capacidad de adaptación del alumno se pondrá a prueba. Será bueno un soporte emocional que le haga sentir comprendido.
Repetición de curso
Si bien en ocasiones son imprescindibles, se trata, casi siempre, de una ‘mala solución’, sobre todo si no va acompañada de una ayuda psicopedagógica que corrija los factores que provocaron el fracaso anterior.
Repetir lo que no se sabe pero se cree que se sabe suele llevar a la indolencia y al desinterés. La repetición de un curso escolar, a no ser que sea por causas ajenas al rendimiento del alumno como en el caso de una larga enfermedad que haya impedido una escolarización normal, debería intentar evitarse ya que, en la inmensa mayoría de casos, no solo no se mejora el rendimiento sino que se empeora con los consecuentes efectos sobre el ánimo del alumno.
La universidad
El mundo universitario y sus equivalentes suponen un radical cambio en la vida del joven. De hecho, entra o debería entrar en un mundo adulto en el que la responsabilidad de sus actos recae sobre él. Deja de ser un tutelado –auque la universidad actual ejerza algún tipo de tutelaje– para ser autónomo. Supone un cambio fundamental en el que tendrían que ser ellos los más interesados. Los padres no deben controlar para que aprendan a gestionar su tiempo y prioridades.