La idea de utilizar heces de manera terapéutica ya existía en la China del siglo XVI, donde las ‘sopas amarillas’ –brebajes fecales fermentados– fueron usadas para remediar problemas digestivos. Posteriormente, en 1958, el doctor Ben Eiseman ya describió el uso de un enema fecal como última esperanza para tratar a un paciente con Clostridium difficile, una peligrosa cepa de bacterias que provoca la colitis seudomembranosa que se está convirtiendo en epidémica en hospitales y residencias de ancianos.
La base de estos trasplantes radica en que las bacterias beneficiosas en las heces de un donante sano se establezcan en el intestino del receptor y empiecen a combatir contra la enfermedad. A tenor de los resultados, los pacientes experimentan una mejora inmediata y los ecosistemas intestinales se recuperan.