Nadal, exultante tras proclamarse vencedor en París. / Ap
Los espectadores tienen el lujo de volver a verle, de contemplar la fuerza de un deportista que camina hacia la historia. Mientras las nubes poblan el cielo volviendo a expulsar la temida lluvia que hace peligrar la final, como si después de estropear una fiesta del deporte este domingo no hubiese sido suficiente, se demuestra que el éxito acumulado durante ya muchos años de carrera deportiva no es un problema para él.
Es más, parece convertirse en un estímulo. Porque Rafael Nadal Parera sigue acumulando marcas, sigue destrozando barreras. No le importa haber perdido las últimas tres finales de ‘Grand Slam’ con el tenista que tiene enfrente. No le influye haber empezado el choque un día y haberlo terminado otro. Al contrario, parece motivarle aún más en este duelo. Largo y enrevesado, como suelen ser los partidos ante Djokovic, como vienen siendo las batallas entre los dos mejores tenistas del momento, el balear está dando lo mejor de sí mismo.
Los hachazos entre uno y otro estremecen a la Philippe Chatrier. No hay descanso. No hay piedad. Cada uno golpea observado por decenas de miradas asombradas por la fortaleza de ambos. Especialmente de Nadal.
Está viviendo a fondo ese momento sin fronteras en el que es el epicentro del mundo; ese instante en el que sabe que lo que está cerca de lograr está al alcance de muy pocos. Probablemente de nadie más. Está a punto de completar un torneo casi perfecto. Prodigio de este deporte, provoca la desesperación del rival en varias ocasiones, incapaz de encontrar el más mínimo hueco por el que perforar la barrera que instala el español.
La mirada del español refleja su ansia por seguir haciendo historia en París. Y en este deporte, donde ya está en el Olimpo de los más grandes, es esa inmensa e irrepetible mentalidad de querer siempre ir a más, de desear mejorar sus defectos, de pulir sus mejores armas, la que le ha permitido alcanzar la gloria deportiva. No hay peros, no hay matices. Es su séptimo título en Roland Garros. Es superar la mítica marca de Borg. Es hacer más grande este deporte, que probablemente está viviendo su época dorada. Es ganar a Novak Djokovic por 6-4, 6-3, 2-6 y 7-5 en más de tres horas y media de partido repartido en dos días.
Tras la suspensión de este domingo por lluvia con tres horas de encuentro y dos sets a uno y 1-2 para Nadal, el español comienza mordiendo. No quiere esperar. No quiere que Djokovic se meta en el encuentro y que vuelva a llover y a pararse el encuentro. Tras el parcial de ocho juegos seguidos conseguidos por el número uno del mundo en las más de tres horas de juego del primer tramo del encuentro, sabe que no puede dejar respirar al serbio. Aprieta con su derecha. Se cubre con su mejor golpe y tira largo. Y hace algo capital para llevar la iniciativa del punto: recupera la línea de fondo.
Parón de nuevo por lluvia
El manacorense evita caer en los errores del domingo y juega más agresivo. Y los resultados llegan. Comienzan a caer los puntos. Rompe el servicio del serbio y afianza el suyo. Ahora es Nole el que no está cómodo. La pista, más rápida que el día previo, ayuda a que los tiros de Nadal hagan más daño. Pero Djokovic se agarra a la pista.
Mientras la Philippe Chatrier anima al serbio y el cielo se va poniendo cada vez más negro, el set avanza. Hasta que comienzan a caer las primeras gotas de lluvia con 4-3 para el español. El partido continúa dos juegos más, pero la situación empeora y de nuevo, como este domingo, el encuentro se detiene. Afortunadamente solo unos minutos.
Tras la reanudación, el público aprieta más que nunca. Anima al serbio, que parece que juega en casa y que responde con buenos golpes. Pese al enfado de Nadal con el juez de silla por no bajar a ver el bote de una bola, el segundo cabeza de serie no se desconcentra.
Continúa a lo suyo. Vuelve a jugar largo y manda con su derecha. Y llega su momento. Al resto le llega su primera oportunidad para ganar el torneo. Y Djokovic, con una doble falta, cierra un encuentro histórico en el que Rafael Nadal Parera ha escrito una página irrepetible del deporte. No en vano, París ha glorificado a Nadal.