cádiz con ucrania
La vida de los ucranianos que se refugiaron en Cádiz, cinco meses después
Mientras que la joven Katya y sus cuatro hermanos han regresado a su país tras haber recibido mucha ayuda, otros como Natalia y sus dos hijos siguen en El Puerto y por fin tienen piso
Algunos de estos refugiados han decidido regresar en buena parte por los problemas burocráticos y de adaptación
Dejar todo atrás. Tu casa, tu familia, tu trabajo, tus planes, tus sueños, tus costumbres, tu forma de vida... para sobrevivir al horror. Y dirigirte hacia lo desconocido, hacia una salida con la inquietud de si podrás o no regresar a todo eso algún día, y si puedes y lo haces, si lo que había, continuará aún allí. O no. La duda y el miedo formarán parte de este viaje a lo desconocido por lo que toda la ayuda que venga en esa nueva oportunidad resulta clave. Vital.
Y decenas de familias que viven en Cádiz se pusieron en la piel de esas personas que, obligadas por una guerra, se vieron en la situación de tener que huir. Para salvarse. La invasión rusa a Ucrania ha desplazado a millones de ciudadanos de este país por todo el mundo. Durante estos cinco meses han ido llegando también a la provincia, encontrando en estas familias y asociaciones esa oportunidad que tanto necesitaban.
Es el caso de Natalia Shevchuk. Llegó a El Puerto el 20 de marzo con sus dos hijos, Alexander y Sofía, de 13 y 8 años. Su marido y sus padres se quedaban en Ucrania mientras que ella, con el temor en el cuerpo pero la valentía en la mente, cogió un autobús y varios trenes hasta tierras gaditanas. «Bombardeaban muy cerca... tenía que sacar a mis hijos de allí», recuerda ahora.
Y así, en un primer momento estuvo en casa de una amiga para después mudarse a la de Felicidad y Edgar, donde han encontrado ayuda pero también cariño, solidaridad, empatía, atención y la solución a muchos problemas y obstáculos. «Son muy buenas personas. Si llego a estar sola no hubiera podido. Seguro que no...», confiesa en un incipiente español que ha ido aprendiendo durante este tiempo con mucho interés.
Y es que gracias a esta familia y también a la colaboración de algunas personas y asociaciones sus papeles sobre su condición de refugiados están todos en regla, las atenciones médicas si fueran necesarias cubiertas, y sus hijos escolarizados.
En estos meses, Alexander y Sofía han ido a clases al instituto de Valdelagrana y al colegio Sericícola y se han integrado «muy bien», han hecho amigos y están «muy contentos». Cuando acabaron las clases pudieron ir a un campamento dos días en semana facilitado por otra cooperante y ahora también están en otro de verano junto a niños en su misma situación en Sanlúcar.
En cuanto a Natalia, administrativa contable de profesión, ha encontrado un trabajo -también gracias a su familia de acogida- como ayudante de cocina en un bar, algo que le dio un buen empujón de esperanza de salir adelante. Pero sobre todo lo que más les ha costado y finalmente también ha llegado pero de nuevo gracias a un particular, ha sido una casa para ella y sus hijos. Gerardo Arias, pastor evangélico en la Iglesia La Unión en Jerez, les ha puesto a su disposición un piso en el que próximamente podrán vivir de alquiler durante un año de manera gratuita.
Felicidad, que está siendo junto a su marido el ángel de la guarda de Natalia y sus dos pequeños, lamenta la cantidad de trabas burocráticas y de protocolos a los que se están enfrentando estas personas. «El problema es el Ministerio de Inclusión -denuncia-. Para acceder a una vivienda tiene que completar tres fases de trámites con ellos pero resulta que Natalia ya había cumplido las dos primeras gracias a la gente que les ha ayudado, como muchos otros. Tiene toda su documentación y solo faltaba eso, pero les obligan a empezar de cero si no ha sido dentro de sus programas. La querían llevar a un albergue.
«¿Por qué tenía que empezar de cero si nosotros ya le hemos hecho ese trabajo? Reclamamos y se tuvo que someter hasta a un informe psicológico y ahora nos piden un contrato de alquiler para darle la vivienda, pero... ¿cómo va a tener el contrato antes que la ayuda? No tiene sentido, sin embargo los incluyen y suman en sus bases. El personal que les atiende es maravilloso, no hay quejas sobre eso, pero el sistema los agota. Muchos se están yendo cansados de líos. Están echándolos», lamenta.
«En Alemania están dando bonos o reducciones de impuestos a las familias que les ayudan, aquí nada», intercede su marido. «Pero es que encima de que no colaboran, molestan. Prometen mucho y no hacen nada. Bueno sí, los angustian más».
Esta pareja que reside en Valdelagrana está viviendo toda una experiencia personal al lado de Natalia, Alexander y Sofía. «Tenía la necesidad de echar una mano. Si me pasara a mí me gustaría que alguien me atendiera. Nos han aportado muchísimo».
Y ella sigue adelante. «Quiero vivir aquí. Me gusta el sol, la playa, la gente...». Pero de momento su cabeza continúa en Ucrania. «Allí está mi marido y el resto de mi familia. Hoy están bien pero no sé cómo estarán mañana».
Regreso a Volodarka
El final ha sido diferente para Katya, sus cuatro hermanos y su madre. Ellos decidían regresar a Ucrania hace unos días tras haber estado durante estos meses en casa de Carmen y Andrés que les abrieron sin dudarlo las puertas porque conocían a la joven de haberla tenido acogida otros veranos. Sin embargo, y tras recibir muchísimo apoyo y más ayuda aún, han querido volverse. Aunque la pareja que reside también en El Puerto ha hecho todo lo posible para que no les faltara de nada, la situación era complicada aunque incluso encontraron un trabajo para la madre. «No podíamos más», afirma.
«Al llegar desde la Comisión Española de Ayuda al Refugiado (CEAR) les ofrecieron un hostal en Puerto Real pero ya era tarde, los niños estaban escolarizados, que nos costó muchísimo y no era posible que se trasladaran a diario», cuenta Carmen. «Se lo comentamos, nos dijeron que buscarían una alternativa pero no volvimos a tener noticias».
Y así fueron transcurriendo los días en una casa donde de tres pasaron a ser nueve. «Poco a poco y gracias por supuesto a la ayuda de asociaciones y de vecinos, amigos... fuimos consiguiendo todo. Tenían su NIE, las tarjetas sanitarias, tarjetas de transporte... no les faltaba de nada».
Pero, a pesar de esta solidaridad constante y después de todo, quisieron marcharse y el pasado día 7 se montaban en un furgón rumbo de nuevo a su país. Esta vez el viaje ya no era con una sola maleta, lo hacían con trece, donde se llevan todos esos regalos que han ido recibiendo y, ante todo, el cariño y la solidaridad que se les ha brindado desde el primer día. «Le dije a Katya que todo iba a salir bien y que fuera fuerte. No lo hemos hecho para que nos lo agradezcan, sino porque de verdad queríamos ayudar».