Cádiz con ucrania

El médico gaditano que se empeñó en querer ir a ayudar a Ucrania y lo logró

El sanitario portuense del 061 Fernando Pérez ha colaborado con la OMS en los puestos fronterizos con Ucrania de Moldavia y Rumanía

«Cuando llegaban los autobuses a la frontera teníamos que atender a muchas personas con ataques de ansiedad»

Fernando (primero a la izquierda), en Isacea, con sanitarios rumanos. La Voz

María Almagro

«Algo hay que hacer, claro. Nosotros estamos para eso». Era lo que decía el 14 de marzo en este mismo periódico Fernando Pérez, un médico portuense que desde el inicio de la invasión rusa a Ucrania se empeñó en viajar hasta allí para echar una mano. Y tras muchos intentos fallidos pero con un persistencia firme y constante, lo logró.

Finalmente y gracia a Samu, una fundación presidida por el doctor Carlos Álvares Leiva, alto cargo en el Ejército y uno de los fundadores de la UME, logró el pasado mes de mayo llegar hasta los campamentos montados en dos fronteras con Ucrania: Chisinau, en Moldavia, y el puesto de Isacea, en Rumanía. Iban en representación de la Organización Mundial de la Salud.

«Para mí ha sido un antes y un después», relata ya de regreso este médico del 061, mientras explica detalladamente su experiencia. «Cubríamos la asistencia sanitaria básica en estos dos puestos fronterizos». La primera parada fue en Chisinau. En MoldExpo, un palacio de congresos que habían habilitado anteriormente para atender a su Covid y que luego están utilizando para acoger a las ucranianas que llegan hasta este puesto fronterizo moldavo. «Allí vivieron unas 300 ucranianas con sus hijas. Era un refugio de paso y en días se iban a otros puntos con permisos y trabajo. Aunque muchas de las mayores se quedaban».

Y así comenzó su labor. «Atendíamos la asistencia sanitaria de ocho de la mañana a ocho de la tarde. Nos íbamos turnando. Los compañeros han sido estupendos, de un nivel humano fuera de lo común». Y las consultas eran variadas: tensión arterial, diabetes, gastroenteritis en los niños, otitis... También hemos quitado muchas garrapatas porque estábamos en una zona de bosque».

Y continúa: «Cada vez que llegaba un autobús nosotros estábamos allí esperando. Los viajes eran muy largos porque los rusos están volando los puentes, así que venían muy afectados, con tensiones muy altas, habían dejado a sus familias, sus casas ardiendo... cuando llegaba un autobús teníamos que atender hasta a diez personas de golpe por ansiedad». «Moldavia empezó a ser una frontera más masiva cuando el asalto a Odesa».

Pero Fernando continuó el tiempo que tenía previsto y autorizado continuar. «Teníamos activo el código amarillo. Eso significaba que no podíamos ir nunca solos y teníamos que estar geolocalizados ante cualquier riesgo. Además nos habían dado 400 leu por si había alguna necesidad extrema como coger un taxi pero no podíamos gastarlo en otra cosa. Siempre teníamos que llevar ropa interior y bolsa de aseo para dos o tres días al igual que comida. Sí... es verdad... vivíamos bajo amenaza permanente».

La realidad de Tulcea

La segunda semana la pasó ya en Rumanía. En Tulcea, una ciudad situada en el delta del Danubio. «La grandeza de los rumanos es extraordinaria. Su generosidad y su bondad». Allí y junto a personal sanitario de otros países trabajaba desde las diez de la mañana hasta las siete de la tarde a la hora de recepción de los ferrys. Y lo peor... «el calor y la falta de sueño, en mayo 39 y 40 grados a las diez de la mañana...».

Y también la condición de la 'otra' Ucrania. «Veías a personas pasarlo muy mal y por otro lado cerca a mujeres ucranianas paseando en cochazos, en urbanizaciones de lujo, sin mirar ni bajarse ni ayudar a pesar de que sabían lo que estaba ocurriendo». Y ahora, tras volver a este otro mundo, reflexiona sobre lo ocurrido. «Estoy muy contento y he conocido a gente maravillosa. Volvería a ir. Sin duda».

A pesar de la dureza. «Era impresionante ver en un mismo lugar tan grande a tantas mujeres confinadas con miedo. Recuerdo una chica que venía casi todos los días a que se le atendiera. Hasta que nos dimos cuenta que lo que quería era abrazos y que la escucháramos».

«He venido bastante cambiado. Además de conocer cómo es vivir en esa situación, vuelvo también con mucho cariño hacia los pueblos moldavos y rumanos por lo increíble que se están portando. Me ha fascinado estar cerca de tanta gente buena».

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