Le conocimos como ‘el marido de la peluquera’, pero Jean Raoul Robert Rochefort, conocido artísticamente como Jean Rochefort (Dinan, Côte d’Armor, 29 de abril de 1930), lleva trabajado desde los 19 años en que decidió estudiar arte drámático e inventarse personajes porque le asustaba la realidad. “Realmente nunca he querido ser otro, pero la realidad, desde que era un adolescente, me aterroriza porque me parece muy triste. Siempre he llevado estas dos vidas en paralelo, aunque en los últimos años tiendo a alejarme de la ficción y vivir más de cerca la realidad”, confiesa. Se formó en el teatro y en pequeños personajes secundarios y pronto formó parte de una brillante generación de actores galos que rompían con las normas de sus predecesores, como Jean-Pierre Marielle y Philippe Noiret, con quienes trabó una fuerte amistad.
Su trayectoria es impresionante: Más de 120 películas (sin contar las series de televisión), transitando por todos los géneros posibles (¡incluso el ‘western’ como ‘El hombre del tren’, un ‘western’ actual donde se enfrentaba con el mítico rockero Johnny Hallyday!) y dirigido por los más grandes: (Bertard Tavernier, Luis Buñuel (‘El fantasma de la libertad’), Philippe de Broca, Patrice Leconte, Robert Altman, Pierre Salvadori...
Nominado al Goya por su trabajo con Fernando Trueba, no es esta la primera vez que ha trabajado en el cine español: En 1991 estuvo a las órdenes de Jaime Camino en ‘El largo invierno’, y en 1996 en ‘Palace’ junto a Tricicle. Sin embargo su gran sueño, encarnar a Don Quijote, se frustró tras una lucha contra los elementos. El ex Monty Phyton Terry Gilliam le quería como el Caballero de la Triste Figura en ‘El hombre que mató a Don Quijote’, que se comenzó a rodar en La Mancha con Johnny Depp como coprotagonista. Pero una hernia discal de la que tuvo que ser operado con urgencia le impidió montar a caballo. Y una tempestad acabó arrasando decorados, vestuario, cámaras y elementos técnicos, y las compañías de seguros decidieron que les salía más barato suspender el rodaje que reiniciarlo de nuevo. “Me sentí fatal y caí en una profunda depresión. Llevaba meses preparándome, estudiando inglés (idioma en que se iba a rodar el filme), ensayando con mi caballo, llamado precisamente Rocinante, que era como un caballo fantasma. El pobre, como no comía, estaba muy flaco", rememora. De aquellos hechos queda un magnífico documental, ‘Perdidos en La Mancha’ (2002) de Keith Fulton. Ahora sueña con que el Goya le ayude a sacarse aquella espinita que permanece clavada en su corazón.