Por si alguien lo duda, peinando las crónicas de sucesos y las páginas de los diarios salmón españoles se puede recopilar material suficiente para cimentar las bases de un extraordinario cine de género: neones, políticos corruptos, narcotraficantes, exterroristas y mafias costeras abundan, como bien resume Jorge Sánchez Cabezudo en la espléndida cabecera de 'Crematorio', una serie fundamental para especular con el futuro de la narrativa televisiva española a la que tanto le debe 'Grupo 7'. Pero hará falta tiempo, muchas concesiones y el éxito moderado de alguna de estas empresas para romper un silencio que arrastramos desde la dictadura, cuarenta años durante los cuales franceses e italianos afinaron los acentos de sus propias interpretaciones del género.
Este puede ser el segundo paso tras la excepcional conquista de Enrique Urbizu, un largometraje en el que Alberto Rodríguez propone una hibridación entre celuloide y el 'noir' catódico que hunde sus raíces en los años del macro pelotazo urbanístico alimentados por la Exposición Universal y los JJ OO de Barcelona. En ese marco histórico se encaja la historia de un grupo de asalto de la policía sevillana encargado de maquillar el centro de la capital andaluza, un contexto en el que la cámara subjetiva callejea por las barriadas de una Sevilla empapada de caballo.
No obstante, 'Grupo 7' flaquea -especialmente cuando tiene que tomar aire después de una espectacular 'set piece' de apertura en la que se define la trama horizontal de un filme bacheado de saltos temporales- porque duda entre abandonarse a la lectura superficial de los códigos genéricos (reconocibles a simple vista), o sumergirse en los abismos de un drama íntimo que desnuda las limitaciones dramáticas de la cara taquillera del reparto. En cambio, funciona a la perfección cuando se escuchan los diálogos mudos de Antonio de la Torre, bocados amargos que preparan el estómago del espectador antes de digerir un epílogo en el que un doloroso plano detalle roba el protagonismo a las palabras.