El actor Jose Coronado, en 'No habrá paz para los malvados'. /Foto y vídeo: Warner
Las tripas de la película contienen el más alto índice de arrebato malsano que cabe imaginar, sin apelar jamás al sentimentalismo ni a la fácil ternura.
Si en 'La caja 507', el director Enrique Urbizu realizó un 'thriller' negro como la noche, en 'No habrá paz para los malvados' lo es negro como boca de lobo. Un madero a la deriva se ve involucrado en un triple asesinato que le conducirá a un callejón sin salida. A partir de tan violenta premisa argumental, Urbizu lleva a cabo un fresco sobre la amenaza terrorista yijadista a escala mundial en general y española en particular, por medio de una intriga que guarda cierta relación con los salvajes atentados perpetrados en Madrid el 11-M.
Al mismo tiempo se pone en la picota a ciertos estamentos gubernamentales y a algunos funcionarios corruptos, en un conjunto riguroso, brutal, filmado con tiralíneas y realzado por las interpretaciones de un magnífico reparto, encabezado por José Coronado, en una interpretación merecedora de premio. Su creación del personaje de Santos Trinidad es la de un ser despiadado, sanguinario, perdedor hasta las cartolas, sin rasgo alguno que llegue a suavizar su odioso personaje. Un sujeto turbio, carente de autoestima, capaz de impactar con fuerza en el ánimo del espectador. Tengamos en cuenta que el mundo de una persona desgraciada es diferente al de una persona feliz. A su lado brilla con luz propia la recién llegada Helena Miquel, en un papel de jueza, sencillamente impecable.
La soledad pura y dura, la mezquindad, la marginalidad, la intolerancia, las maquinaciones políticas, las frustraciones por los sueños imposibles, el abuso de poder, las referencias a la economía sumergida y a la economía criminal en tiempos de crisis, también están presentes en esta poderosa muestra de cine negro, en el que se inserta asimismo un soberbio análisis del hombre acorralado por su propio destino, su trágico sino.
Además, las tripas de la película contienen el más alto índice de arrebato malsano que cabe imaginar, sin apelar jamás al sentimentalismo ni a la fácil ternura. Por eso, este crítico admira 'No habrá paz para los malvados', por la franqueza de sus posturas, por la furia de su escenografía, por la verdad sin concesiones que exhibe. Esperemos que no pase como con Orson Welles y Sam Fuller, en otro país y en otro contexto, expulsados de la industria del cine por filmar películas sobre reptiles con piel humana, a los que ponían el filtro de su poética implacable.