CÁDIZ

Aniversario triste para unos hombros fieles

La lluvia obliga a suspender la salida de Expiración y fastidia las bodas de plata de la cuadrilla de cargadores de la Virgen

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Paco Melero, ayudante del capataz José Antonio Moreno, sale al patio contiguo de la Iglesia del Santo Ángel Custodio donde forman las cuadrillas, acompañado por el mayordomo de la corporación, Juan Fernández. Tras ellos, aparece el hermano Vicente Rodríguez. Sus dedos en sentido pendular anticipan lo peor, lo que nunca se quiere oír el día de la estación de penitencia, es decir, que no se sale.

A Melero se le encomienda la terrible tarea de comunicarle a sus hombres la decisión. Su gesto contrariado lo dice todo. ¿Cómo le dice a unos hombres que llevan 25 años cargando que no van a poder celebrar su aniversario como ellos hubiesen querido? De forma pausada intenta comunicar la decisión con estas palabras: «Hemos consultado al Instituto de Rota y nos han confirmado que en dos horas llueve, que hay una borrasca entrando por Sanlúcar y que.... Casi no le dejan terminar. ¿Qué pasa que no salimos dice uno de ellos! Miradas al cielo y gestos de desolación, pero comprensión generalizada salvo excepciones contadas.

Casi al unísono en el otro extremo del patio castrense, se escuchan unos aplausos compasivos. Paco Vázquez iba a debutar con el martillo de Expiración y su gente entendían que era la mejor forma de apoyarle. Entre los que iban a estar en el palo, se encontraban algunos miembros de la cuadrilla que durante la Madrugada había portado el paso del Cristo del Mayor Dolor, con su capataz Gerardo Navarro incluido.

Pero aún aguardaba lo peor. La comunicación a los propios hermanos de la corporación. Poco a poco van entrando por la pequeña puerta que da acceso al templo, junto con los cuerpos de acólitos, las mantillas y las respectivas cuadrillas.

De forma espontánea se va acondicionando la iglesia para acoger a todo el desfile. Encomiable la actitud del director espiritual de la hermandad y del Consejo de Local de Hermandades, Pablo Daniel López, ayudando, a veces con sus propias manos, en todo lo posible.

En el interior de la iglesia se entremezclan penitentes, acólitos, mantillas y las representaciones, sobre todo, el elevado número de agentes de la Benemérita que suele preceder al paso.

Desde el altar, el vicehermano mayor de Expiración, José Manuel Cantero, toma el mando. Con entereza y saber estar anuncia la nunca deseable medida. «Contrastados todos los partes meteorológicos que anuncian precipitaciones a lo largo de la noche, hemos decidido de forma unánime suspender la estación de penitencia». Y añade de manera acertada, «somos meros depositarios de un patrimonio y así lo debemos respetar». Le secunda el propio Pablo Daniel López que asiste espiritualmente a los afligidos penitentes.

El hermano mayor, Manuel Montero anuncia que las puertas de la coqueta iglesia, contigua a la casa de los ladrillos coloraos, se van a abrir para que los devotos puedan contemplar los pasos. Para ello invita a salir del templo a la mayor parte de las secciones que formaban el cortejo, a excepción de las dos primeras que permanecían en el mismo. Previamente recibe el abrazo del presidente del Consejo Local de Hermandades y Cofradías, Rafael Corbacho. Triste y afectado se podía ver también al que fuera durante algunos años capataz de la Virgen de la Victoria, Francisco Coto. Junto a él, los hermanos de Piedad, José Antonio Cano y Miguel García.

Suena la música

Se aclara que los movimientos, tanto del misterio como del palio, se van a limitar a dejarlos situados delante de la puerta, en una maniobra dolorosa por las circunstancias. Así fue, se levantaron, se bajaron y ambos en posición transversal flanquearon el cancel. Polillas y Virgen de la Estrella hacen sonar sus acordes. Se escapa un ¿Viva la Virgen de la Victoria!. Normal. Lágrimas en el reducido espacio que separa ambos pasos. Al mayordomo, Juan Fernández le tiemblan las manos.

A las nueve de la noche se cierran las puertas. Una hora después un intenso chaparrón hace todavía más buena la decisión de quedarse sin salir. No era un consuelo, pero al menos... El año que viene será.