ESPAÑA

«Mi madre lloraba cada vez que hablaba conmigo»

Numerosos agentes de la Guardia Civil, destinados ahora en Cádiz, lucharon en el País Vasco contra ETA y su propio miedo

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Ser Guardia Civil o Policía Nacional en el País Vasco, durante los años más sangrientos de la banda terrorista, se convirtió en una difícil escuela donde muchos gaditanos, que se vieron obligados a pasar sus primeros años de carrera profesional en un escenario tan peligroso, aprendieron a sobrevivir. Hoy en día, esas enseñanzas, como mirar los bajos del coche o sentarse en un bar siempre con la espalda contra la pared y controlando la puerta de entrada, han pasado a formar parte de sus gestos cotidianos. Una rutina siniestra de la que gran parte de ellos no ha podido escapar.

Son muchos los que pasaron por las comisarías y los cuarteles vascos, pero pocos los que se animan a recordarlo. Uno de ellos es un guardia civil que logró regresar destinado a Cádiz a mediados de los 90, tras su periplo vasco desde finales del año 89 al 94. Manolo (nombre ficticio) prefiere guardar su anonimato porque no se fía «de los asesinos». Con apenas dos años de servicio en el Instituto Armado, fue destinado a Vizcaya. Formaba parte de un grupo de intervención junto a 14 compañeros más, «que se convirtieron en su familia», porque, según este agente, sólo ellos y algunos pocos más sabían quién era verdaderamente. «Cuando estabas allí, no decías nunca que eras guardia. Si conocía a alguien, solía decir que trabajaba en Telefónica. De esta forma podía explicar qué hacía un gaditano (el acento me descubría) en el País Vasco».

Época de pistoleros

El pasar desapercibido era una regla de oro y de supervivencia básica. Sobre todo, en aquellos años cuando «los pistoleros de ETA estaban más activos que nunca». Manolo recuerda el escalofrío que sintieron cuando supieron que un compañero guardia civil fue matado simplemente por haber sido reconocido por el lugarteniente de Juan Carlos Iglesias Chouzas, alias Gadafi. «Simplemente se cruzaron por la calle y el terrorista que servía de apoyo a Gadafi le indicó que ese chico era guardia. La respuesta del pistolero fue inmediata. Se dio la vuelta, le pegó un tiro y le mató».

Colocar el coche en cuesta para ver los bajos del vehículo desde lejos, cambiar los trayectos diarios, vestir con el look característico de los abertzales... Todas esas medidas no impidieron que la matrícula del coche de Manolo, cuya placa cambió una vez, apareciera en una documentación incautada a la banda. «Claro que sufría, pero te intentabas acostumbrar. Cuando me dijeron que mi coche estaba controlado, sólo pensé: uno más».

Ese consejo no era consuelo para su familia. «Mi madre lloraba cada vez que hablaba conmigo. La llamaba a diario porque si no, se asustaba».