Sociedad

A comer, al colegio

Los horarios laborales de los padres obligan a que cada año más niños tengan que acudir al comedor escolar, en algunas provincias el incremento es del 60% respecto a 2003

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Cada año son más los niños que se quedan a comer en el colegio. El curso pasado, el número de plazas creció un 12% de media en toda España. En algunas provincias, si se suman los últimos tres años, aparecen incrementos de hasta un 60%. Actualmente, uno de cada siete escolares ya come a diario fuera de casa. Y la tendencia va en alza.

«Es un síntoma de los tiempos que corren», explica Enrique Arranz, catedrático de Psicología de la Familia. «La necesidad de pagar la hipoteca» por la que ambos cónyuges deben buscar empleo, además de la incorporación voluntaria de la mujer al mercado laboral, la falta de tiempo para cocinar y la distancia entre el trabajo, el domicilio y el colegio hace que «sea más sencillo» recurrir a los comedores colectivos, que cocinar en casa. «Algo que se evidencia también en el aumento de los centros para niños de hasta tres años», añade Arranz. Así, se están «institucionalizando las funciones tradicionales de la familia» como consecuencia «de un modelo laboral que no siempre asume las necesidades familiares».

De hecho, el Gobierno ha co-menzado a sondear la posibilidad de realizar cambios en los horarios de trabajo gracias a iniciativas como el Plan Concilia y el Plan Nacional de Ordenación de los Horarios en España.

Pero no todo es negativo: «El contacto precoz con los compañeros ayuda a la socialización de los chavales». Sin embargo, es importante poner límites. Los menores «se encuentran a medio camino entre la escuela y el hogar. Y a veces resulta que el colegio espera que los límites se impongan en casa y viceversa».

Una idea con la que coincide Javier Aranceta, presidente de la Sociedad Española de Nutrición Comunitaria y gran conocedor de las comidas que se sirven en los colegios.

En ocasiones, los encargados del comedor piensan: «Lo que no come aquí, ya lo comerá en casa» y en casa, por contra dicen: «Ya se lo darán en el colegio». Para evitar esta indefinición, varias comunidades autónomas han redactado ya las directrices que tienen que seguir todos los me-nús escolares en sus respectivos ámbitos de actuación. Hasta los años 80, cada centro tenía su propia cocina que funcionaba autónomamente. Sin embargo, en los últimos 30 años se ha dado un cambio paulatino hacia un sistema de gestión directa, dirigido por la administración y donde el servicio es prestado por empresas homologadas, que controlan todo el proceso: desde suministrar las materias primas a los colegios donde aún se cocina y contratar al personal que trabaje en esos fogones hasta elaborar los menús que se distribuyen en las escuelas que sólo tienen comedor. «Nosotros repartimos desde la central 8.000 comidas al día, que sumadas a las elaboradas en los propios comedores hacen 15.000», dice Ignacio Pérez, director de Gasca, una de las empresas que abastecen estos comedores. Para ello «seguimos a rajatabla directrices de las consejerías de Educación» asegura la dietista de la empresa.

Además, a principio de curso los platos elaborados por los ex-pertos en nutrición de las diferentes compañias son «fiscalizados en un laboratorio de la administración pública, que realiza las pertinentes puntualizaciones», aclara Ignacio Pérez.

Control exhaustivo

Según la normativa autonómica, los menús infantiles -de los que toda la información nutricional se envía a los padres de forma trimestral- estarán compuestos por un primer plato, cuya denominación nunca inducirá a engaño; un segundo y un postre.

«Las directrices la administración incluso controlan el gramaje de cada ingrediente, como por ejemplo con las alubias donde el 80% del plato está compuesto por la legumbre», comenta Manuel Guillerno, gerente de Magui, una empresa especializada en comidas escolares.

Así, la comida del mediodía debe aportar el 30% del gasto energético diario, unas 1.000 kilocalorías de las 3.000 que gasta un chaval de 15 años. Y, el porcentaje de lípidos, hidratos y proteínas también está reglado (50%-60% de hidratos; 10%-15%de proteínas; 25%-35% de lípidos).

Aunque según apunta Aranceta: «Todo esto debe trasladarse a los padres, pero no en una hoja tonta. El 80% de la población las lee y se pregunta: «¿Con esto qué hay que hacer, sumarlo?» Los datos técnicos por si sólos no sirven para nada». Lo interesante es que los padres conozcan que se ha servido ese día y puedan complementarlo en la cena. «Si se ha comido carne, pues cenar pescado con ensalada y viceversa».

Por norma en el colegio dos días por semana se comerán verduras y legumbres. Por contra el arroz y los espaguetis, que tanto les gustan a los niños, se ofrecerá como mucho una vez. El segundo plato es de carne tres de cada cuatro veces, procurando no cocinar siempre cerdo. El resto de los días comerán pescado y huevos.

En cuanto al gran caballo de batalla de la alimentación infantil, el postre, sólo deberían ofrecerse lacteos y frutas, pero se permite una pieza de bollería industrial al mes y en casos especiales, a pesar de no ser nada recomendable.

Faltan frutas y verduras

¿Pero, están bien alimentados nuestros hijos? «Podemos darles un ocho a nuestros comedores», opina Javier Aranceta. No obstante, hay puntos donde incidir «para llegar al diez». Los jóvenes no comen las suficiente fruta y verdura. Se debe ingerir cinco piezas como mínimo al día, por ello sería interesante una norma «por la que el postre siempre fuera yogur o fruta o las dos cosas a elegir». Por otra parte, «ahora al comedor sólo se va a comer y lo interesante es que sea un aula más. Un recinto al que se vaya a comer y a aprender», destaca Aranceta.

Una rutina que está bastante extendida en otros países europeos, donde se incluyen prácticas en los comedores para que los chavales aprendan porqué cada tipo de alimentos es importante para ellos. Otro de los conceptos que se impone ahora en los comedores de la Unión Europa es el slowfood («comida lenta»).

En contraposición a la cultura de la comida rápida, los colegios que lo aplican intentan que los niños aprendan a comer más despacio. No se sirve el segundo plato hasta terminar bien el primero y nadie abandona la mesa mientras algún compañero siga comiendo. «Se trata de inculcarles una forma de enfrentarse a la mesa. Los niños tienen que aprender a disfrutar de la comida y una cultura gastronómica, que en el medio plazo trasmitan a sus padres para que puedan completar su alimentación de una forma más eficiente». resume Aranceta. No debe olvidarse que la del colegio es sólo una de las cinco comidas que debe realizar un niño. Desayuno, aperitivo, comida, merienda y cena.