Alfonso y sus cuitas fiscales
De todas las maravillas de estos años, lo que menos impresionó a nuestro caballero es cómo los poderosos gustan de proteger sus mutuas haciendas
Durante julio y agosto, retomo la vieja costumbre en prensa de emplear la columna de opinión como solaz literario. Cualquier parecido de los hechos con la realidad es pura coincidencia.
Si había algo que a Alfonso no le extrañaba de esta época era la ... confrontación perpetua. La encontraba muy parecida a la de sus días aunque le sorprendía que, salvo deshonrosas excepciones, no saliéramos a la calle a darnos muerte a golpe de espada o mamporro. También le maravillaba cómo había cambiado el mapa desde su encantamiento y que León, Castilla, Navarra y Aragón fueran una sola nación. «¿Y decís que el rey no tiene revueltas que amenacen su poder? Y sus hermanas, si piensan que deben reinar, ¿no se rebelan con otros nobles por el poder?», preguntaba con ingenuidad de joven votante de izquierdas. Se reía cuando César y Víctor le explicaban que, habiendo reparto, nadie alzaba mucho la voz y que el padre del rey estuviera retirado con los árabes, con quien tanto había luchado Alfonso hasta acabar embrujado. Les hizo más preguntas sobre las compañías del rey, sobre sus guerras y sobre el diezmo de la Corona. Y Víctor y César, por temor a que estos pliegos no vieran la imprenta, fueron corrigiendo apreciaciones y matizando yerros. De rapear, ni hablamos.
Recordando por dónde venían las cuitas en su época, acertó a preguntarles por la hacienda y el fisco. «En mis días sólo pagaban los que tenían la mala fortuna de estar a mitad de camino. Los pobres, al no tener nada, nada pagaban y eran asiduos a la caridad. Los ricoshombres, los que hacen las leyes, ya buscaban sus maneras de no pagar y guardar. Cuanto más y mejor servían a quien convenía, más cuidaba éste de su hacienda». Pásmese el lector si le digo que ni sicabs, ni suizas, ni edenes fiscales sorprendieron al buen caballero, algo defraudado por la semejanza de usos de su época y la actual. Sí se contentó, él que venía de humilde condición, con la idea de la democracia, que fuera el vecino el que eligiera el alcalde. «En esta época, todos quieren ser elegidos… menos los presidentes de la comunidad de vecinos». También le agradó la idea de la jubilación, claro que en su época raro era el servidor del rey que pasaba de los 40 años. «Guerrear en tus días, Alfonso, se parecería mucho a tratar de poner algo en redes sociales… si no te matan de un lado te matan de otro… puedes ir esquivando golpes pero si no estás rápido y vas cubierto, al final acaban contigo», le explicó Víctor. Lo de las redes sociales y los teléfonos móviles a nuestro Alfonso le pareció un encantamiento peligroso, que nublaba el seso y confundía a los hombres. Un uso absurdo como bañarse todos los días o que los obispos siguieran teniendo tanto poder, aunque todo eso aún faltaba tiempo para que les diera problemas.
Continuará
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