Alfonso y la lanzada de Pfizer
Con cerca de 700 años a sus espaldas, decidieron que a nuestro caballero ya le tocaba la vacuna del coronavirus
Durante julio y agosto, retomo la vieja costumbre en prensa de emplear la columna de opinión como solaz literario. Cualquier parecido de los hechos con la realidad es pura coincidencia.
Puedes leer aquí la primera y la segunda entrega de las aventuras del caballero ... Alfonso de Palencia, al que habíamos dejado presentado, cambiado y preparado para viajar en coche hasta la casa de los arqueólogos César y Víctor...
Lo maravilloso que fue para Alfonso el viaje en coche hasta Cádiz es difícil de describir. El bueno de nuestro caballero pasó por las mismas fases que Podemos en su transitar. Negación, incredulidad, fascinación, empoderamiento y relajación absoluta. «¿Decís acaso que podría llegar de Toledo a Cádiz en este caballo metálico en menos de una jornada?» «Si sales medio temprano, a la hora de almorzar estás aquí», respondióle Víctor, «el único problema que tendrías es aparcar. Primero te pondrías azul, luego naranja y luego verde». El arqueólogo rio en solitario de su ocurrencia, pues César roncaba su cansancio a su derecha y Alfonso miraba fascinado el paisaje de antenas, árboles y puentes que le daba la bienvenida a Cádiz. «A fe mía que no sé si esto es Ciudad de Dios o Patria del Diablo», reflexionó nuestro caballero. «Pues depende si eres de Kichi o...». César le cortó antes de que les castigara con otro chiste. «Creo que lo primero será, después de que se dé una ducha a fondo, tratar de que se vacune. Tiene casi 700 años, creo que por turno ya le toca», inquirió. Alfonso todo escuchaba pero nada entendía. Fue a echarse mano a la espada para calmarse, pero en la cintura sólo tenía el cinturón del coche, que anclaba y desanclaba con delectación infantil, lo que provocó que, en un frenazo, se hiciera su primera herida de las modernas guerras.
No fue fácil conseguir que se vacunara nuestro caballero. En explicarle lo que era una vacuna, para qué servía y qué estaba sucediendo con el covid ya tardaron tanto tiempo que aquí haré una elipsis para descanso de mis dedos y de sus ojos, amigo lector. «¿Acaso decís que debo permitir ser trinchado como un pollo?», sólo protestó, pero acertó a hacerlo cuando le dijeron que el propio Rey había accedido. Se entristeció al saber, precisamente, que su Alfonso XI había muerto por una epidemia de peste pocos años después de su encantamiento. «Que no haya más alfonsos muertos por negros humores». Como le consiguieron la cita a Alfonso para la vacunación, mejor no referirlo y haré una nueva elipsis que indulte a César y Víctor. Delante de la enfermera, encomendándose al cielo, se subió levemente la manga de la camiseta y sólo acertó a decir. «El momento es llegado, salve vuestra merced mi alma con su mágica pócima». Viendo que había guasa, la lanzada fue menos cariñosa de lo que cabría esperar. «Mi señora, os agradezco la merced de la vida que me habéis concedido. ¿Cómo podré pagároslo?» «Viniendo en 21 días y, a ser posible, sobrio. No me forme cola, vaya a sentarse allí».
Continuará