José María Carrascal

Y, encima, cobardes

Entre las muchas cosas malas que tiene el nacionalismo, está la infantilización de las masas

José María Carrascal

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Si le dices a un niño que es el más guapo, el más inteligente, el más rico y exquisito de todos, el niño, naturalmente, se lo cree y actuará en consecuencia, convirtiéndose en un personajillo insoportable , egocéntrico y asocial, hasta que empiecen a lloverle bofetadas por todas partes. Si se dicen esas cosas a un adulto de capacidad normal, lo que pensará es qué esperas sacar de él , y se andará con mucho cuidado contigo. Pero entre las muchas cosas malas que tiene el nacionalismo , está la infantilización de las masas . Basta ver las grandes manifestaciones, las marchas y desfiles que monta, en las que el individuo se disuelve en el "Volk", en el pueblo, tras perder su capacidad crítica en la borrachera multitudinaria.

Cataluña está atravesando uno de esos periodos y el juicio que tiene lugar ante su Tribunal Superior de tres de sus más altos dirigentes es la mejor prueba de ello. Si usted o yo, amable lector, nos hubiéramos presentado con media hora de retraso ante el juez que nos había citado, rodeado de una multitud intimidante, lo primero que hubiera hecho el juez era mandar detenernos y enviarnos a una celda por desacato . Nada advierte, mejor del vacío legal en que está cayendo Cataluña que su TS no hiciera nada de eso e incluso permitiera a los acusados argüir que, si bien habían convocado la consulta del 9N prohibida por el Tribunal Constitucional, había sido éste el culpable por no advertirles de las consecuencias de sus actos. Imagínense ustedes diciendo a un Guardia Civil que iba a 90 kilómetros por hora en un trayendo señalado a 50 " por no habérsele advertido de que iba a más velocidad de la permitida ". Las sentencias del TC no necesitan confirmación una vez se comunican y publican en el Boletín Oficial del Estado. Aunque ese Estado se lo pasan por el arco del triunfo los nacionalistas catalanes , que incluso tienen la desfachatez de decir que "nuestro ánimo no era desobedecerle". Suena a cachondeo, ¿verdad? O a algo más indigno: a cobardía. Porque esos tres acusados, tras haber reconocido que diseñaron, planificaron, financiado la "consulta" prohibida, se desentienden totalmente de ella y se esconden detrás de los 42.000 voluntarios que la llevaron a cabo . Como si las urnas, las papeletas, las aulas y toda la parafernalia hubiese surgido por arte de magia. Pocas veces mentira y cobardía habrán ido tan de la mano.

Y con todo, eso no es lo peor. La grandeza y la servidumbre de la democracia –esa democracia que los nacionalistas catalanes prostituyen al invocarla para subvertirla– permite a un acusado mentir, tergiversar, incluso amenazar en su defensa . Lo que no permite es cambiar las reglas de juego, que son las marcadas por la ley. Y todo apunta que lo que buscan ya no es un Estado catalán, sino una justicia propia que les permita escapar de ese robo, estafa, expolio o como quieran llamar al 3 por ciento que les señaló Pascual Maragall antes de que la niebla ocluyera su mente.

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