José María Carrascal

Vagón de metro

Díganme qué hago yo, el único sin espejo mágico, en este vagón de Metro

José María Carrascal

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Sentado en mi vagón de Metro, rodeado de chicos, chicas y un indefinido número de adultos picoteando en su móvil como la madrastra de Blancanieves preguntando a su espejito quién es la más hermosa del reino, me doy cuenta del abismo que me separa de mis contemporáneos . Todos contemplan fascinados la minipantalla en busca de que gentes conocidas y desconocidas les digan quiénes son , pues no lo saben, al menos les confirmen que existen, ya que su vida es tan líquida, tan elusiva y efímera como las imágenes que van sucediéndose ante sus ojos sin llegar nunca a concretarse. Es lo que hemos conseguido vendiendo nuestra personalidad a los demás, en una subasta sin principio ni fin ni pies ni cabeza. No hay angustia mayor que la de encontrar la pantalla vacía , la de tropezarse con la ausencia de respuesta, con la nada de electrones, que han decidido borrarse y borrarnos de la única existencia que realmente tenemos: la virtual.

Fue Christopher Lasch, allá por los años setenta de pasado siglo, quien retrató, como Durero con ácido en planchas de cobre nuestro tiempo, en su "Cultura del narcisismo", al hombre solo ocupado de sí mismo, lo que le lleva a vivir eternamente preocupado, "perseguido, no por sus culpas, sino por su ansiedad. Liberado de todas las supersticiones del pasado, termina dudando de su propia existencia. Relajado y tolerante en la superficie, contempla a todos los demás como rivales . Elogia el respeto a las leyes, pero en su orgullosa intimidad cree que no van con él. No ahorra ni acumula bienes , sino que exige gratificación instantánea de cuanto hace y dice, viviendo en un estado de perpetua ansiedad y deseos insatisfechos. El narcisista no tiene interés en el futuro, al no tener respeto por el pasado. Y su negación del ayer, por progresiva y optimista que parezca, resulta, cuando se la examina de cerca, la manifestación de una sociedad incapaz de enfrentarse con el mañana".

A cuarenta años vista, Lasch, biólogo de profesión, pareció estar describiendo la sociedad de nuestros días. Una sociedad, dijo, que tiende a crear individuos antisociales , dominada por la guerra abierta entre hombres y mujeres, jóvenes y viejos, razas, religiones, culturas, presididas por un "culto a la personalidad, no por lo que se haya hecho, sino por lo que se pretende ser". "Se quiere ser admirado más que apreciado, envidiado más que respetado. Y tanto o más que la fama, se busca el cosquilleo de la celebridad". Su protagonista es el "famoso". Aunque la fama, en nuestros días, según el mayor experto en ellos, Woody Allen, no va más allá de un cuarto de hora.

Díganme ustedes cómo con tales materiales va a construirse algo sólido, robusto, duradero, satisfactorio. Díganme cómo se pueden hacer planes para más allá de semanas o meses. Cómo devolvemos a la botella el genio de nuestro "yo", mucho más exigente que todos los dictadores externos, por conocernos mejor que nadie y advertirnos de nuestra insignificante temporalidad cada vez que le citamos. Díganme qué hago yo, el único sin espejo mágico, en este vagón de Metro.

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