Ignacio Camacho

Sánchez, el candidato menguante

Incapaz de levantar un proyecto propio, el líder socialista proyecta aura de perdedor frente al ímpetu carismático de Iglesias

IGNACIO CAMACHO

A Pedro Sánchez le atormenta el síndrome de la madrastra de Blancanieves: el espejito de los votantes de izquierda le devuelve el reflejo de Pablo Iglesias. El líder de Podemos carece de la buena planta del socialista, pero su potencia icónica es mucho mayor porque tiene algo que a Sánchez le falta: carisma. Al candidato del PSOE le apodaron «el Guapo» sus adversarios internos para minimizar sus cualidades políticas e intelectuales, pero ser objetivamente apuesto no le ayuda o, al menos, no le funciona. En una escena pública dominada por el espectáculo y el marketing, no ha logrado sacar partido de una apariencia que al menos debería procurarle la empatía del electorado femenino. Antes al contrario, su aspecto de galán de telenovela le resulta casi contraproducente al proyectarle ante la opinión pública como un político de fachada.

Porque el gran problema de Sánchez Pérez-Castejón (por alguna razón le disgusta que se le mencione el segundo apellido) es su falta de proyecto. En los dos años que pronto cumplirá, si le dejan, al frente del Partido Socialista se ha mostrado incapaz de levantar una propuesta solvente para combatir el crecimiento de la fórmula radicalpopulista que le devora por su izquierda y amenaza la hegemonía sectorial del PSOE . Su desfallecimiento ideológico es tal que Podemos le roba incluso la etiqueta socialdemócrata, el ADN del partido. Y su escaso tirón personal se muestra débil para frenar el ímpetu carismático de un Iglesias lanzado a la conquista del voto útil y mucho más hábil en el dominio de los recursos mediáticos.

El hostigamiento incordiante, amenazador, de Podemos ha desequilibrado el enclenque liderazgo sanchista. Rodeado de un equipo de publicistas, que no de ideólogos, el candidato trata de defenderse aproximando su programa al de su principal adversario. El resultado de esa mímesis es que da la impresión –y algo más—de ir a la rueda de su rival, de haber renunciado a plantearle una batalla diferenciadora . Aunque su discurso retórico habla sin convicción de liderar una mayoría de cambio, todo el planteamiento estratégico de Sánchez está orientado desde una perspectiva perdedora. Conocedor de la imposibilidad de vencer en las urnas al PP, su única baza consiste en esperar que Podemos lo rescate.

Durante demasiado tiempo ha proyectado la idea de que quiere ser presidente sin ganar, aupado por unos presuntos aliados que en realidad aspiran a desbancarlo. Eso le ha rodeado de un aura de looser, de perdedor, que desespera a sus numerosos críticos internos y desgasta sus propias aspiraciones. En cada convocatoria electoral ha retrocedido y sin embargo este declive no parece importarle siempre que pueda ir un palmo por delante de Podemos para contar con un apoyo que hasta ahora no se ha materializado más que en las instituciones autonómicas y locales. Iglesias juega a ganador y Sánchez a colocado ; esa diferencia es esencial en la percepción de sus potenciales votantes.

Envuelto en esa dinámica minimizadora, tampoco ha conseguido el candidato socialista asentar su liderazgo. Una gran parte de la dirigencia del partido lo detesta y pretende sin disimulo relevarlo a partir del próximo tropiezo, lo que transforma su carrera electoral en un pulso de resistencia. Hasta tal punto es así que su postulación para la investidura obedecía a razones de supervivencia interna ; consciente de que no sumaba apoyos para una mayoría, tiró adelante para salvar su candidatura en la inevitable repetición de las elecciones. Y pretende continuar en la secretaría general aun después del previsible descalabro que le pronostican las encuestas; incluso se muestra ambiguamente dispuesto a apoyar como presidente a Iglesias, parapetado frente a sus rivales del partido –especialmente frente a Susana Díaz—en la voluntad de los militantes. Sánchez conoce el punto débil de la presidenta andaluza, refractaria a la confrontación abierta, y buscará refugio en la consulta a las bases por las que se considera legitimado. Los críticos, empero, consideran que ha olvidado que su triunfo en las primarias se debió sobre todo al apoyo que, para frenar a Eduardo Madina, le prestaron los mismos que ahora desean descabalgarlo.

Pero la firmeza del secretario general no es subestimable. Está decidido a resistir más allá de los resultados, respaldando si es preciso la investidura de Iglesias para desgastarlo , sin participar en el Gobierno, con una legislatura corta e inestable cuya llave pueda guardar en sus manos. La noche del 26 de junio será su gran prueba, a expensas de la gestión de los resultados. Un éxito contundente de Podemos le pondrá muy difícil la continuidad pero aún confía en aguantar como hasta ahora: manejando su trayectoria menguante sobre el alambre de un equilibrio precario.

Viñeta enviada por Emilio Rodríguez González (Moratalaz, Madrid) al concurso de caricaturas de ABC ABC
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