LA TERCERA

No todo vale con la Iglesia

«Para despejar esa relación nefanda entre celibato y pederastia, no olvidemos lo que la Universidad de Nueva York concluyó en su informe sobre los abusos sexuales del clero: la causa no pudo ser ni el sacerdocio masculino ni el celibato. Como lo uno y lo otro han permanecido antes, durante y después de la crisis, no han podido provocarla. El camino, por tanto, para una genuina reforma es que la Iglesia se vuelva más católica»

Nieto

José Francisco Serrano

La compleja digestión para algunos del pontificado del Papa Francisco no puede servir de excusa para que se generalice el análisis de trazo grueso a la hora de interpretar lo que está pasando. Como dice una de las reglas básicas de la hermenéutica, todo texto, fuera de su contexto, se convierte en un pretexto. Y el Papa Francisco fuera del contexto humano, sacerdotal, eclesial, del ejercicio libre del ministerio de Pedro, se está convirtiendo en un pretexto que muchos aprovechan sin pudor. Como en todo acto referido al conocimiento, convendría reivindicar, una vez más, el saber experto que suele trascender los titulares de prensa y que exige el rigor del estudio sereno de la historia, de las fuentes documentales, de los testimonios de referencia.

Negar que con el Papa Francisco, por la forma del ejercicio del ministerio de Pedro, se han incrementado algunas paradojas y perplejidades sería vivir fuera de la realidad. Pero pensar que con el Papa Francisco todo vale, o que vamos hacia una Iglesia adánica, nueva, supondría caer en la tentación de una teorización que queda muy bien en el papel, pero tampoco resiste la prueba de la realidad. Pongamos un ejemplo de paradoja referido a la exhortación apostólica «Amoris Laetitia». Los teólogos que se enorgullecían de ser liberal-progresistas, en el pasado, con ocasión de la encíclica «Humanae Vitae», y que cuestionaron radicalmente el magisterio del Papa, ahora elevan cualquiera de sus frases -siempre que sean de su agrado- casi al rango de dogma. Otros teólogos, que se sentían en el deber de seguir rigurosamente el magisterio, ahora examinan un documento del Papa según las reglas del método académico, como si fuera la tesis de uno de sus estudiantes. Esto no significa que la doctrina de la Iglesia se haya convertido en la cenicienta de este pontificado.

En la agenda paralela de quienes se están aprovechando del pontificado de Francisco como excusa para saldar viejas deudas, recuperar batallas de épocas anteriores o reivindicar cambios doctrinales y normativos más acordes con la mentalidad moderna, la cuestión del celibato ocupa un lugar destacado. Con demasiada frecuencia leemos que el celibato es una de las causas del cáncer de la pederastia clerical. Es por tanto, dicen, la hora de abolir la disciplina del celibato en la Iglesia católica de rito romano y de introducir algunas asignaturas pendientes fruto de las revoluciones antropológicas modernas, como pueden ser, en diversos estratos, la ordenación de la mujer o la modificación de la comprensión católica de la sexualidad. Propuestas que se formulan tanto en el interior de la Iglesia -hasta hora como disenso y condición de progreso- como en la presión que ejerce un pensamiento liberal deudor del relativismo de la cultura dominante. No olvidemos que el pluralismo no es indiferencia en lo que se refiere a la verdad. Es un genuino respeto hacia los demás y hacia sus convicciones.

Centrémonos en el caso del celibato que parece resultar bastante molesto a la mentalidad de la «sociedad de la diversión». La lagunas en la apreciación histórica, teológica y escriturística desembocan en un enfoque reduccionista. Hacen que se entienda el celibato desde la sola perspectiva sociológica y humana. Por más que nos empeños en un estudio histórico y teológico del celibato, que explica muchas ideas acerca de esta disciplina, soy de los que piensan que el testimonio de aquellos sacerdotes que han sido fieles a su llamada es la mejor publicidad para la práctica del celibato. Los sacerdotes pederastas no son precisamente los que han cumplido la promesa contraída. Si los sacerdotes se casaran, no destacarían tanto, serían como «uno de nosotros». Por cierto que en las Iglesias orientales, donde hay sacerdotes casados, se estima más a los célibes.

Es cierto que existe una amplia gama de opiniones en cuanto al comienzo y desarrollo del celibato en la Iglesia. Hay quienes afirman que se hizo obligatorio a partir del siglo IV, mientras que otros sostienen que el punto de referencia es el II Concilio Laterano (1139). Esta variedad de opiniones es consecuencia de una época pasada de conocimiento de los hechos históricos. Importantes estudios recientes tanto de la Iglesia oriental como occidental, por ejemplo los de Cochini, Cholij, Stickler, McGovern y Lorda en España, por citar a algunos, han aclarado mucho la polémica. Hasta el punto que Thomas McGovern afirma en su estudio que «la historia del celibato eclesiástico en Occidente no es tanto la de una evolución lenta desde la lex continentiae del primer milenio hasta al actual disciplina del celibato sacerdotal bajo la positiva influencia de la vocación a la virginidad. Es más bien un desarrollo como consecuencia de la autoridad de la Iglesia que, fiel a la tradición apostólica, resistió a la corriente contraria en diferentes momentos y lugares y, guiada por el Espíritu Santo, definió canónicamente los requerimientos ascéticos más apropiados a la condición y estilo de vida sacerdotal. Cuando la oposición a la disciplina fue más violenta, como en la época de la reforma gregoriana y el Concilio de Trento, la respuesta de aquellos a los que se había confiado la custodia de la tradición apostólica fue más concreta y definitiva».

El celibato no se puede explicar sin el fenómeno de la fe y de la relación de amor con Dios de un hombre, o sin remitirnos a un concepto que trasciende la naturaleza, pero que no la anula, la «gracia», el fruto de ese amor. Cuando un hombre célibe no cultiva una intensa relación con su amor, esto es, con Dios, entonces se marchita humanamente.

Y para despejar esa relación nefanda entre celibato y pederastia, no olvidemos lo que el John Jay College, de la City University of New York, centro especializado en criminología, concluyó en su informe de 2011 sobre los abusos sexuales del clero: la causa no pudo ser ni el sacerdocio exclusivamente masculino ni el celibato, pese a lo que han dicho algunos. Como lo uno y lo otro han permanecido antes, durante y después de la crisis, no han podido provocarla. El camino, por tanto, para una genuina reforma es que la Iglesia se vuelva más católica, no menos.

José Francisco Serrano Oceja es Profesor de la Universidad CEU San Pablo

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