¿Qué más ha de pasar?
Tras leer el relato de los hechos se hace difícil no ver una violación
El tribunal de los sentimientos se está anteponiendo en España a las decisiones judiciales, con una víctima que siempre pierde: la presunción de inocencia, triturada por la dictadura justiciera de lo emocional. Por eso al conocer la sentencia de « La Manada », mi reacción espontánea fue situarme del lado de los jueces , tres magistrados profesionales que dedican su vida a impartir justicia y entre los que figura una juez. Han estudiado el caso durante meses y de manera especialmente exhaustiva, tanto por lo doloroso del asunto como por la inmensa presión mediática y social. Mi reflexión era: si ellos han decidido que no estamos ante una violación querrá decir que los hechos, aun siendo execrables, no se ajustaban a ese tipo delictivo.
Pero luego he leído en la sentencia el relato detallado de lo sucedido en aquella madrugada del 7 de julio de 2016 y he cambiado por completo de opinión. Tras tal compendio de vileza, solo cabe una pregunta: ¿Qué más tiene que pasar para que se considere una violación? Una chica de 18 años, bajita, muy menuda y que estaba borracha (0,91 de alcohol en sangre y 1,46 de alcohol en orina), entra en contacto a las tres de la mañana en la plaza del Castillo de Pamplona con cinco jóvenes de unos 26 años, que se ofrecen a acompañarla hasta su coche. De camino, dos de ellos intentan sin éxito que un hotel les dé habitación «para follar unas horas». Durante esa ruta, la joven ya se siente incómoda. De hecho hay un momento en que se niega a continuar por una calle estrecha y les pide que vayan por otra que le parece más segura. Los cinco integrantes del grupo, unos amigos andaluces que se hacen llamar «La Manada», son mucho más corpulentos que ella y tres tienen antecedentes penales. Varios son pequeños delincuentes, y ven a las mujeres como trofeos sexuales. En un momento dado, el líder, José Ángel Prenda , de 27 años, miembro de la peña ultra Biris, logra colarse en un portal, inspecciona las primeras plantas del inmueble y localiza un cubículo de tres metros cuadrados, que ve apropiado para abusar de la chica. Baja a la calle, donde ella está besándose con otro integrante de la banda. Tiran de los brazos de ella, la introducen rápidamente en el portal, le exigen silencio y la llevan al habitáculo. La muchacha ebria está sola en un espacio claustrofóbico, rodeada por cinco mangallones. La someten a tres penetraciones y cinco felaciones, también la sodomizan. No utilizan preservativo y además lo graban todo en vídeo. Por último, le roban el móvil antes de dejarla sola en el cubil y huir. La siguiente escena muestra a la chica llorando desconsoladamente en un banco público. Llama tanto la atención que unos jóvenes avisan a la Policía. La llevan al hospital, donde recibe tratamiento anticonceptivo y por erosiones genitales.
Los tres jueces consideran que todo eso fue un caso de «abusos sexuales». La fiscalía y la opinión pública creen que estamos ante una violación de libro. Si una salvajada así no se considera una violación, entonces tenemos un problema grave y debemos cambiar las leyes. Hoy mejor que mañana.
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