José María Carrascal

Escrache a la democracia

Ver a docenas de miles de personas manifestarse contra el referéndum del Brexit resulta tan sorprendente como un pingüino en el Sahara

José María Carrascal

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Que los españoles no somos expertos en democracia salta a la vista. Que los ingleses empiecen a no serlo es una auténtica bomba que confirma los profundos cambios que se están produciendo en el mundo. Ver a docenas de miles de personas manifestarse en Londres contra el resultado del referéndum sobre el Brexit, pedir su anulación y exigir que se repita resulta tan sorprendente como un pingüino en el Sahara. Si de algo podían presumir los ingleses era de tradición democrática, que empieza por el respeto a las urnas. Pero el mismo pueblo que aceptó sin la menor queja enviar a casa al hombre que había ganado la Segunda Guerra Mundial y le había salvado de Hitler se ha echado a la calle contra la decisión de salir de la Unión Europea, mientras la líder escocesa negocia en Bruselas quedarse por su cuenta. ¿Dónde ha quedado el respeto a la voluntad de la mayoría?

Es verdad que las grandes crisis económicas siempre han traído desprestigio de la democracia -la de 1929, nada menos que el auge de los fascismos-, con la aparición de personajes mesiánicos, que prometen solucionar problemas muy complejos con remedios muy simples. Esta de 2008 nos ha traído populismos de izquierda y derecha, montados en fórmulas del ayer para afrontar los retos del mañana. Y la gente lo compra porque está muy cabreada, aparte de sentir unas ganas enormes de abofetear a quienes les han conducido hasta aquí. Sin darse cuenta de que las bofetadas se las dan a sí mismos, pues no hay fórmulas milagrosas ni soluciones fáciles. Los políticos que nos gobiernan los hemos elegido nosotros, como el Brexit ha sido refrendado por un referéndum. Ocurriría lo mismo con las consultas que quieren celebrar en Cataluña, que iban a crear más problemas que los que solucionaban.

La crisis es universal. Ahí tienen a Trump encandilando a los norteamericanos con el señuelo de que quiere «restaurar la grandeza de Estados Unidos», y a Putin, la de Rusia. Ahí tienen a la extrema derecha renunciando al proyecto europeo más ambicioso de la historia y a la extrema izquierda resucitando al proyecto más fracasado de la misma, el comunismo. Todos ellos tienen algo en común: la violación de las normas, el desprecio de la democracia, el olvido de que es la menos mala de las formas de gobierno, la única que ha traído paz y desarrollo de los pueblos. Pero esos pueblos parecen no tener memoria. Las razones son varias, aunque destacaría una: hemos perdido el sentido de lo colectivo. El avance del yo en las últimas décadas ha sido tan avasallador que nadie piensa en la comunidad, lo único que importa es la «realización» personal. Y así no hay salvación para nadie, individual o colectiva. Hemos avanzado tanto que nos hemos perdido de vista unos a otros, como esas astronaves que, cuando superan los límites del sistema solar, se pierden en el silencio y vacío.

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