Testimonios del coronavirus

Carta del hijo de una víctima: «El Covid-19 nos arrebató a mi padre y el derecho a duelo»

«El Día del padre pensamos que le habíamos hecho el mejor regalo que podíamos hacerle, al conseguir que le diesen una cama en el hospital»

Huerto.

Mi padre tiene 74 años, el 23 de mayo cumple 75... pero desgraciadamente lo hará en nuestros corazones, pues el 23 de marzo, dos meses justos antes de su cumpleaños, el Covid-19 nos lo arrebató.

Vivía en Salamanca, en un pequeño terreno que tiene junto a la capital, siempre rodeado de su huerto , sus gallinas y sus cachivaches. También junto a mi madre, con la que celebró sus bodas de oro el pasado agosto, junto a toda la familia.

Le pusieron un marcapasos hará tres años y mi hermano me decía "Me voy a comprar un cacharro como el que le han puesto a papá antes que se terminen, por si ese no lo vuelven a fabricar".

Porque era increíble la vitalidad que le devolvió a mi padre. No había domingo o festivo que no fuesen al baile, ni se perdían una fiesta o celebración. Toda su vida, desde bien pequeño, trabajó y desde que comenzó a formar nuestra familia aún más, por y para los suyos, y así también disfrutaba la vida desde su jubilación.

El decía que era feliz , y que viendo a sus dos hijos disfrutando de lo que había conseguido era doblemente feliz. Por esta razón nosotros le colmábamos de caprichos. Se le pasó por la cabeza hacer vino, pues allí que me presenté con una prensa para ello. Le atrajo fabricar licores, asi que le compré un alambique, y lo último que quiso fue un triciclo eléctrico para tener autonomía, pues ya no podía conducir (después de haber sido conductor de autobuses y taxista) y mi hermano y yo le compramos uno bien chulo.

Todo nos parecía poco para él, no en vano se había tirado toda su vida trabajando sin horario ni festivos, por y para nosotros, sus dos hijos. Y así continuaba haciéndolo con sus nueras y tres nietas.

El pasado 19 de marzo, Día del padre , conseguíamos lo que nos pareció otro gran logro para él, quizá el más importante. Después de varios días malito con fiebre y dolores musculares , que él decía que eran agujetas porque jamás quiso preocuparnos, decidimos llamar al teléfono que la provincia de Salamanca activó ante la pandemia del coronavirus. Allí nos dieron las pautas de administrarle paracetamol y nolotil, pero como seguía sin mejorar y pasaba unas noches muy preocupantes de fiebre y cansancio atroz solicitamos que lo ingresasen (ya por entonces los medios de comunicación empezaban a dar cifras importantes de fallecidos por el virus), así que siendo persona de riesgo accedieron a nuestra petición.

Pero la ambulancia no llegaba y no llegaba, y así hasta 45 horas después y muchas llamadas de teléfono no fueron a buscarle. Aquel fatídico día fue uno de los primeros días de desbordamiento de los recursos sanitarios, no solo en Madrid, también en Salamanca.

Pero finalmente pensamos que le habíamos hecho el mejor regalo que podíamos hacerle, al conseguir que le diesen una cama en el Hospital Clínico de Salamanca, donde iba a estar atendido y vigilado. Pues mi padre no iba relativamente mal a nuestro parecer y al parecer de los facultativos. Doce horas después de entrar por Urgencias se pusieron en contacto con nosotros y nos dieron el parte: no era preocupante, nos dijeron, le habían visto una pequeña mancha en el pulmón y habían decidido ponerle oxígeno y la fiebre era controlable.

Pero este maldito Covid-19 ya se burlaba de los propios médicos. En 48 horas pasó a tener una neumonía bilateral severa, a la que e n China le tienen puesto un nombre que significa "el que ahoga".

No pudimos hablar mucho con él, aunque le hicimos llegar un móvil. Es cierto que no queríamos cansarle, pues le costaba respirar , pero él siempre nos decía que estaba bien. Incluso el sábado por la tarde pidió a una enfermera que nos llamase para decirnos que se encontraba bien, pues se dió cuenta que esa mañana nos había dejado preocupados al escucharle hablar sin fuerzas.

El domingo por la mañana hablé con mi padre. Me dijo que había pasado mala noche pero ya estaba mucho mejor y no quiso hablar más ni darme más conversación, el pobre respiraba con fatiga. Ese día por la tarde nadie contestaba a su móvil, así que a última hora mi hermano consiguió llamar a la planta en la que estaba ingresado y nos dijeron que esperásemos un fatal desenlace en las próximas horas.

Y así fue. A la una de la madrugada del lunes nos avisaron que había fallecido. Murió, como mucha gente, solo , sin lo que más quería a su lado, sus hijos, su familia, su mujer. Creímos que una cama en el hospital iba a ser su salvación, pero la realidad nos ha dado un bofetón.

Y si el dolor por la pérdida fue inmenso ese día, más doloroso fue aún el encuentro entre mi madre, mi hermano y yo. Vivo en Madrid, así que con el certificado de defunción en el móvil me desplacé hasta Salamanca la mañana del lunes para literalmente pasear por el huerto y jardín de mi padre.

No pudimos darnos un abrazo, no pudimos entrar en casa de nadie. Como hermano mayor me sentía en la obligación de ser el hombro de lágrimas de mi madre y mi hermano, y no se pudo más que dejarlas caer sobre la tierra y quedarse ese dolor en el aire, sin roce ni calor corporal como pide el propio instinto que tenemos las personas.

El Covid-19 nos arrebató a mi padre y el derecho a duelo . Es cierto que en la guerra muchas viudas e hijos no llegaron a ver los cuerpos de sus esposos y padres caídos, ni estuvieron a su lado en sus últimos momentos. Pero lloraron en compañía y junto a los suyos la pérdida. Ahora para evitar el contagio y miedo a nuestros padres o familia no lo podemos hacer.

Yo ya ni reflexiono de quién es la culpa, ni quiero pensar si seguiría con nosotros si le hubieran intubado , solo me queda un dolor enorme. Soy consciente que el tiempo lo mitiga, pero aún nos queda reunirnos y despedirnos de él en familia, cómo a el le gustaba vernos, y ese día será cuando seguramente el dolor sea enorme y la rabia infinita.

Papá, me enseñaste a no tener rencor ni rabia hacia nadie, a no hablar mal de nadie, a ayudar a quién pudiese y a que la familia es lo más importante. Así que haremos una fiesta de despedida todos juntos . Intentaré cuidar de la familia como tú lo hacías. No buscaré culpables ni señalaré con el dedo a nadie por lo que te ha pasado. Y papá, por favor, disfruta allí dónde estés, y si yo puedo hacer algo desde aquí, pídemelo.

* José Manuel Mateos Sánchez vive en Madrid.

Si tú también quieres compartir tu testimonio sobre cómo estás viviendo la situación provocada por el coronavirus puedes hacerlo escribiendo a testimonioscoronavirus@abc.es

Debes indicarnos tu nombre completo, DNI y lugar de residencia. Seleccionaremos las historias más representativas para publicarlas en ABC.es

Comentarios
0
Comparte esta noticia por correo electrónico

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Reporta un error en esta noticia

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Muchas gracias por tu participación