Integrante de una familia devota por el motor y compatriota del mito Joey Dunlop, la incorporación de Michael Laverty a MotoGP se inscribe como un milagro inesperado. “Soy consciente de que yo no era la primera opción, era Shakey [Shane Byrne, campeón del campeonato británico de Superbike en 2012]”, reconoce cada vez que le preguntan por su estreno en la categoría reina del mundial de motociclismo. En el mismo año en el que se casará, el piloto ha ascendido al nivel más alto.
Se trata de un regalo inesperado porque a pesar de su notable palmarés, con 31 años no esperaba encontrar una oportunidad que busca desde que con seis años aprendió los pasos básicos en una escuela de motor. Laverty dispone de su primera oportunidad con una mezcla de veteranía y bisoñez que fomentarán una extraña mezcla sobre una CRT propiedad del equipo en el que ha militado durante los tres años anteriores en las Superbikes y Supersport británicas.
Lo cierto es que la irrupción del británico en el circuito se circunscribe dentro una situación exótica. Con una gran experiencia en las competiciones de las islas, la carrera de Michael se presenta como el secundario que asciende y debe emplear sus conocimientos adquiridos a lo largo de su longeva trayectoria. Nuevos rivales y nuevos circuitos para un experto que admite su milagro después de una mala última temporada.
Sin embargo, Laverty es uno de los escasos pilotos que reducen su ego y admiten sus errores, al tiempo que reconocen la herencia recibida. Aunque Michael reside en el País de Gales arrastra con él la sombra de su legendario compatriota Joey Dunlop y la de su hermano John –campeón en 2008 de superbikes-. Dos mochilas de presión que el norirlandés debería ser capaz de asumir para alguien que empezó a competir con diez años, firmó su contrato profesional con 23 años y debió buscarse nuevos horizontes en competiciones norteamericanas al cumplir los 28.