Mientras el pasado domingo en Cheste todos los flashes alumbraban el rostro feliz de Marc Márquez, en la sombra de los boxes existían dos caras tristes, contrariadas con el mundo de su alrededor. Una de ellas estaba alejada de las celebraciones que se estaban produciendo a pie de pista. La otra no tenía más remedio que dibujarse esa sonrisa triste de quien prefiere buscar cobijo en brazos familiares antes que estar en una fiesta donde no es el invitado al que todos buscan aunque sea para intercambiar palabras vacías. El primero era Jorge Lorenzo, el segundo Dani Pedrosa. Han sido los grandes perdedores de una temporada aciaga, debido a la miscelánea de errores propios y ajenos, gafes buscados y otros encontrados, junto a malas decisiones en momentos claves. Representan la cara 'B' de las portadas que tienen un único ídolo a día de hoy.
El más castigado por la irrupción del 'huracán' Márquez es Pedrosa. Amigos fuera de la gravilla, enemigos acérrimos dentro. Todo el mundo en el entorno de Honda se han dedicado durante esta campaña ya terminada a recordar a quienes querían escucharlos que la amistad de ambos no se rompería a pesar de la manera de pilotar del de Cervera y de los desengaños deportivos que pudiera experimentar el ex campeón. Pero en la realidad los enfrentamientos dialécticos y las actuaciones en determinados grandes premios han hecho mella sobre la forma de ser de Dani. Curtido en mil batallas, sobre todo en las referidas contra vencedores absolutos de carácter bipolar, el término general para describir la campaña sufrida es el de la indiferencia. Contaba en pretemporada entre las quinielas de expertos y aficionados para alzarse como el mejor. Poseía la mejor máquina, los ingenieros escuchaban sus súplicas y en la planta noble de la compañía tenía la puerta abierta para cualquier sugerencia que se le ocurriera. Todo cambió con el paso de los grandes premios y la irrupción del niño con cara angelical y alma de diablo.
A cada fin de semana que pasaba, la luz cegadora de Marc ensombrecía el talento natural de Pedrosa. Las puertas de los despachos cambiaron de cerradura y ya no se encontraban abiertas las 24 horas para él. Tenía que pedir cita y hora como cualquier mortal, porque dependía del horario que ahora controlaba su compatriota. En el garaje los superdotados de esa ciencia repleta de estrategias que es la ingeniería pasaban por la supervisión de un novato que poco a poco se iba transformando en un rey Midas, toda vez que aquello que tocaba lo convertía en algo más allá que lo dorado, era mágico, perfecto junto a un espectáculo por encima de todo. Eso y la agresividad en pista de su adversario crearon una cuestión que llegó a mosquear al piloto, que llegó a dedicarle incluso algún toque de atención a los mandamases a través de alguna que otra declaración subida de tono. Su santa paciencia comenzaba a resquebrarse. Y eso le afectó también dentro del asfalto. Pensaba más en lo que hacía el debutante que en sus propias metas.
Monopolio español, ¿menos espectáculo?
Con el presente monopolizado por el de Cervera, el futuro a corto plazo se atisba complejo y complicado para sus rivales. Una losa que pesa igualmente sobre la organización del torneo. El monopolio de los españoles, no solo en MotoGP, también en el resto de categorías, supone un insulto endulzado para el resto de marcas, sobre todo las extranjeras con menos medios económicos. Ya hay voces que desde dirección de carrera filtran un posible deterioro del espectáculo bajo este dominio en clave rojigualda. Quizá sea porque ven a Márquez un nuevo Rossi, campeón todoterreno. O a que consideran a Pedrosa incapaz de volver a ser el que fuera antaño. Por ello el de Castellar del Vallés necesita vacaciones para reflexionar y ser de nuevo un gigante de corazón luchador. La misma beligerancia que le ha faltado en el último tramo de competición. Toca huir de la sombra y mirar la luz de la victoria.
